Pablo Antonio Pérez Castán viajó recientemente desde Alcalá de Gurrea a Benetúser con una furgoneta cargada con la solidaridad de vecinos y empresas de esta localidad, de Huesca, Monzón y Zaragoza. Hizo el viaje de vuelta a Valencia todavía con la emoción que le había hecho saltar las lágrimas por la ayuda recibida. Hace ahora 20 días realizaba el mismo viaje. Volvía de Alcalá de Gurrea donde había asistido al funeral de su tío y padrino. Al llegar sobre las 20.00 a la salida de la autovía en dirección a su casa junto a la huerta valenciana la policía ya cortaba el paso. Fue el inicio de su pesadilla personal, que se funde con la de todos los habitantes de las poblaciones afectadas por la dana.
Nacido en Barcelona, Pablo Antonio Pérez Castán tiene raíces en Huesca. Su padre es de Alcalá de Gurrea y su madre, de Huerrios, por lo que ha vivido entre la ciudad condal y la provincia de Huesca, donde reside su familia y tiene numerosos amigos. Ahora está afincado en Benetúser con su pareja, Elena, por la vida de quien temió ese fatídico 29 de octubre mientras pasaba la noche al raso al encontrar la vía cortada. Había contactado con ella sobre las 21.00 y le mostró con un vídeo que el agua ya le llegaba por la cintura en el bajo en el que vivían, el nivel seguía subiendo y no podía salir. Después nada, la comunicación ya era imposible.
Parado en la carretera a poca distancia de su casa no recibió ningún tipo de explicación ni apoyo. “Seguramente la policía tampoco sabía qué estaba pasando, no le llegaba información”, considera.
Al día siguiente, sobre las 16.00, “nos dijeron que podíamos acceder andando al otro lado del río Turia”, que cruzó por el conocido ahora como puente de la solidaridad para entrar en un escenario que define como “apocalíptico”. El recorrido de 4 kilómetros desde la pasarela hasta su casa estaba “totalmente anegado -recuerda Pablo-, caminaba con el barro llegándome hasta la cintura, atravesando todo tipo de obstáculos, coches, camiones, material urbano. Algunos vecinos ya habían empezado a quitar algo de barro y retirar enseres de las puertas de sus casas para poder salir, pero había gente atrapada por todos los sitios, era un descontrol”.
La visión de en lo que se había convertido su pueblo aún se quedaba pequeña frente a la “agonía” por saber de Elena. “Iba desesperado a casa, y al llegar hasta la puerta de la finca donde vivo no la veía por ningún sitio”, relata de esos momentos de angustia vividos hasta que pudo encontrar a quien le explicó que unos vecinos habían conseguido abrir la puerta desde fuera y ponerla a salvo. “Estaba en casa de Mari, en la puerta 6”, detalla.
“El nivel del agua llegó a los dos metros”, cubriendo toda su vivienda, un bajo de alquiler en el que tenía su vida. “Absolutamente todo perdido, no queda ni una triste foto”, comparte como muestra del tamaño de la desgracia. La finca está formada por dos portales, con un total de 16 viviendas en bajos y dos subterráneos de parquin, que quedaron completamente anegados.
Lo primero fue asegurarse de que estaban bien todos los vecinos de la finca, como afortunadamente ocurrió. “Después nos pusimos manos a la obra. Hacíamos lo que podíamos para empezar a despejar la vía de coches. Mi calle es muy estrecha y había una torre de vehículos de seis metros de altura, junto con todo tipo de mobiliario urbano arrastrado por la corriente del agua”, rememora Pablo.
Para ese ingente trabajo estaban solo los vecinos. “La ayuda llegó tres días después y fue de voluntarios, que también tenían problemas para acceder. Había que ir pasando por encima del barro, de los coches. Pudieron llegar a ayudar a limpiar a nuestro barrio el 1 de noviembre. Se metían en el agua y en el barro bajo su responsabilidad por ayudar”, agradece.
Desde ese viernes los vecinos de su finca pudieron empezar a vaciar sus viviendas y dejar los enseres ya inservibles en las zonas comunes. Pudo alojarse con Elena en una vivienda de Sedaví, localidad también afectada por la riada, pero en este caso era un piso alto. “No tenía agua ni luz, pero sí un techo y una cama”, valora. Este pasado viernes ha recibido las llaves de un piso de alquiler en Picassent, a 22 kilómetros de Valencia.
Una vez conocida la magnitud de la tragedia, Pablo recibió múltiples de llamadas desde Huesca de su familia y amigos preguntando por su situación y sus necesidades. “Les transmití que aquí nos hace falta muchísima ayuda tanto mano de obra como de materiales de limpieza, botas de agua, agua, mantas, ropa de abrigo... porque se ha quedado muchísima gente sin nada y el agua se llevó todos los comercios, el mercado, la tienda de barrio, las grandes superficies y la movilidad es reducida”, explica.
Y la solidaridad llegó. Entre quienes la movilizaron cita a sus primos Julián y Eva, también al alcalde, Josechu Marín. Y la colaboración ha sido muy amplia, con donaciones de particulares de Alcalá de Gurrea, Huesca, Monzón y Zaragoza; el Ayuntamiento y la Asociación de Amas de Casa de Alcalá de Gurrea; las empresas OSEPSA, Gascón Internacional, Reciclajes Tabuenca, Inmetal; y los comercios Intersport Huesca, Hotelba, Loco Monky y Ferretería Senaví.
Con su ayuda lograron llenar ese primer furgón de ayuda, y no van a parar. Pablo recuerda sus sentimientos cuando fue a recoger los materiales donados a Alcalá de Gurrea. “Fue tremendo, lloraba de la emoción. En el momento en que me iban entregando las cosas para ir cargando en un camioncito con el que me puede desplazar se me ponían los pelos de punta”, reconoce.
La ayuda de Huesca llegó a Benetúser para unirse a la enviada desde otros puntos de España y en el barrio del Molí se han organizado para repartirla. “El carnicero, al que solo le han quedado cuatro paredes de su negocio, puso en el local un punto de entrega de alimentos y productos de limpieza para que la gente pueda venir a buscar lo que necesite y llevar a personas mayores que no se puede desplazar. También para abastecer a los voluntarios que llegan. Lo mismo hizo la carpintería metálica y la cofradía de la Iglesia”, detalla sobre los tres puntos abiertos, desde donde además realizan repartos solidarios a otras localidades ahora que Benetúser “sigue destrozado, pero por lo menos -destaca- ya vemos el asfalto del suelo”.
Pablo ha podido seguir trabajando y cuando termina su jornada se dedica a estas labores, y que pone de manifiesto que se necesitan manos “para poder terminar de repartir toda la ayuda solidaria que ha llegado desde muchos puntos de España” y para colaborar en otras tareas todavía necesarias.
Así, desde Benetúser, Pablo afirma que no tiene “palabras ni gestos” para agradecer la ayuda que han recibido desde Huesca, pero también quiere trasladar otro mensaje: “Si tienen ocasión de poder venir a echar una mano, que no se lo piensen, que vengan. Aquí tenemos faena no para meses, para años. Siempre hay unos que lo necesita más y otros menos, pero si queremos echar para adelante hay que ayudar a los comercios y a muchísima gente que todavía está sacando barro de su casa”.
“Los militares o bomberos -apunta-, si te ven sacando cosas de tu casa, vienen a echar una mano, pero la orden que tienen es priorizar la limpieza de las calles y cloacas. Por eso se necesitan voluntarios y el mensaje es que, si tienen la ocasión de poder venir por poco que sea a echar una mano, que sepan que aquí hace falta”, lanza para terminar.