Hay panorámicas dentro de una ciudad cuya vista provoca dolor. Constituyen muestras de incivilidad o falta de civismo, como carencia de urbanidad y de comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública. Llaman la atención en cualquier lugar (hasta se ha acuñado el término basuraleza cuando la porquería es tirada por vándalos en espacios abiertos), pero de una manera especial en centros de las urbes, y más llamativamente cuando se halla en vías comerciales.
Es el caso de estas instantáneas que nos remite un lector, un buen lector, de los avezados, de los que van con los ojos abiertos y los sentidos despiertos. Son en la calle San Ramón de Barbastro, templo de tenderos de ayer, de hoy y -deseemos- de siempre. Como el contenedor de papel y cartón está repleto, la ocurrencia del pretendido (y desaliñado, sucio) depositario no es otra que dejarlo fuera. Ropa, bolsos y otros enseres. No se sabe si algún can u otro animalico luego lo ha esparcido, pero el efecto es el que es.
Ante esta visión, se ocurren algunas conclusiones:
1.- Que los animales a veces circulan a dos patas, son bípedos y en nada asemejan la condición de homo sapiens. De haberlo sido, hubiera interpretado que mejor en el de "basura", en otras ciudades llamado resto, que en la acera.
2.- Que, en el caso de que las meninges estén en posición "on", es un incivil, falto de educación y de cultura, grosero y, además, insalubre.
3.- Que existen dos posibilidades. Que alguien haya visto el despropósito y se haya callado por temor, por cobardía o por pasotismo. Esto es, por falta de compromiso con su propia ciudad y hasta consigo mismo. O que nadie lo haya contemplado pero luego haya pasado por la feísima escena y haya dicho: ¡Dios mío, tiene que haber de todo! y haya proseguido su camino displicentemente como quien oye silbar.
4.- Que la permanencia durante mucho tiempo en el suelo de tales residuos sin que nadie los recoja expresa una cierta apatía, porque por la calle San Ramón, si algo pasa, es gente.
5.- Que quizás, o quizás no, algún empleado municipal (ya no digamos responsables políticos) ha podido circular por el entorno del feo espectáculo y ha acelerado el paso, con lo cual se convierte en cómplice por pasiva de los inciviles.
6.- Que quizás, o quizás no, algún comerciante también haya transitado por la escena del "crimen", y tampoco haya reaccionado.
7.- Que la llamada micropolítica queda muy bien para los discursos, pero el movimiento se demuestra andando y estos "bodegones" quedan en la retina de visitantes y propios dentro del arte de los horrores. Y, en ese sentido, habría que crear una cultura de lo público que cuide lo común. Además de un diálogo entre todos para establecer recursos racionales frente a estas algaradas.
8.- Que por parte de los protagonistas activos, los pasotas y demás fauna, no se contempla que estos contenedores soterrados son costosísimos y están concebidos para la salubridad. Y este no es el camino.
En fin, que tampoco es cuestión de personalizar ni estigmatizar porque estas guarrerías se repiten por toda la geografía oscense, española y mundial, porque hay gente desprovista de civismo, personas sin valor, empleados públicos sin vocación de servicio y electos poco avizorados. Y, con imágenes como esta, no es que no gane el comercio, es que pierde la pulcritud, que, como en cierta ocasión escuché a Enrique Albert cuando recogía un premio por su trayectoria, era tan patrimonio como la probidad de una ciudad como la del Vero. ¡Un poquito de por favor! Velemos por nuestra morada. Reflexionemos. Entre todos, porque si se ensucia, todos quedaremos manchados.