La Sierra de Guara es fascinante por sus contrastes entre los magníficos y armónicos pueblos y los paisajes abruptos, complejos, que definen una personalidad recia. También lo es porque retratan a los seres humanos, desde aquellos que dejaron muestras de su creatividad e ingenio primitivo en las pinturas rupestres en las cuevas que forman parte del Arco Mediterráneo y consecuentemente son Bien Patrimonio de la Humanidad, hasta los imbéciles que no respetan espacios dignos de admiración como es el Barranco de Basender.
Este enclave es particularmente querido en Lecina, la población que desde la Carrasca Milenaria emprende el camino de la devoción hasta la ermita de San Martín en un itinerario que refleja la dejadez combinada entre los tiempos y las desididas institucionales. Dejado el viejo molino que ya está en estado ruinoso y, para los vecinos, melancólico consecuentemente, el acceso a la borda tiene dos accesos, uno más practicable y el otro más exigente, aunque unos simples maderos servirían para favorecer el trayecto.
Siguiendo el río alcanzan el Barranco de Basender, que es objeto de culto por muchos barranquistas porque en su sequedad fósil encuentran un motivo para rapelar con sencillez y bastante seguridad. Es una oquedad grande, una sucesión de huecos que ha ido cincelando la naturaleza. Está rodeado de magníficos atractivos para los amantes de la naturaleza, como el barranco de la Choca entre Lecina y Asque, o las escaleretas de Lecina, vertiginosas e imponentes.
Sin embargo, la falta de civismo también alcanza hasta el barranco. En sus paredes, una turba de estúpidos han dibujado toscamente nombres como si fueran hombres prehistóricos que dejaran su firma en las cuevas, con la diferencia de que el grado de torpeza y de zafiedad es mayúsculo. Arturaco, Mosquito, Fray, Huete, Fray o Willy son algunos de los identificativos de estos cafres. Incluso, con algún corazón suelto, la declaración de amor de José a Ayelén (nombre mapuche que significa "sonrisa") al unir los dos nombres con el órgano vital del afecto. Y, en llegando a este instante, existen dos opciones: que Ayelén haya leído la declaración de cariño y haya rechazado al tonto de José por su atentado contra la belleza natural o que todavía no lo haya visto y sea una sorpresa. Que no pique, este Pepe no merece la pena. Por borrico e insensible. Un respeto, que al final es patrimonio.