Las imágenes que ves, amigo lector de EL DIARIO DE HUESCA, nos han sido enviadas y cedidas por Vicente García Plana, que como artista es espectador excepcional por curioso. La vieja tradición del lanzamiento de arroz, luego legumbres, serpentinas y otros objetos sobre los felices novios a la salida del templo acaba por convertir los accesos en una auténtica cochambre impropia de estos tiempos. Sobre este uso se puede elucubrar desde la permisividad ("pobres chicos, sólo es por su entusiasmo por los amigos") hasta la prohibición (no son pocas las iglesias en distintos puntos de España que vetan estos comportamientos) e, incluso, la normativización.
En las ciudades, y es el caso de Huesca entre muchos, nos hemos acostumbrado a criticar la suciedad cierta como una responsabilidad estricta de los ayuntamientos, aseveración que esconde un punto de verdad y algunos de inexactitud. En este sentido, cualquier tiempo pasado fue mejor y no hay más que recordar a los propietarios de las casas con sus escobas, sus baldes con agua y algunos otros artilugios limpiando la parte correspondiente de vía pública aledaña con su hogar. Hoy, seríamos capaces de ver un residuo y llamar al alcalde, al policía local o al funcionario para que recogiera lo que el desdén incívico ha propiciado.
El caso es que ante la Iglesia de San Pedro, monumento nacional, panteón real, epítome feliz del románico, compendio de símbolos como los del Santo Grial, atractivo para productoras televisivas que por unos puntos de audiencia son capaces hasta de sacar los restos de Alfonso el Batallador impunemente y con permiso de la autoridad competente, la visión de una boda es la que ustedes pueden apreciar. A la vista de los ciudadanos propios, a la vista de los turistas que se asombrarán con las explicaciones de los guías que abundan en que Huesca aspira a un turismo de calidad porque combina su monumentalidad y su entorno natural con un aspecto "limpio y escoscado", que reza la voluntarista propaganda consistorial.
Ante este fenómeno, quizás habría que valorar la posibilidad de una normativa que restringiera o anulara estos abusos, o al menos que contemplara algún tipo de contraprestación a la posibilidad de equivocar el fondo de la paella con el suelo que da acceso a un icono de nuestra historia. Un pago para la limpieza inmediata que repercutiera bien en los novios, bien en los hiperventilados que se entregan al lanzamiento de granos. No estaría mal que la normativa de protección de nuestro patrimonio incorporara cuestiones que pudieran parecer baladíes si nos tapáramos los ojos ante esta tropelía. Pues eso, ahora que empieza el curso, a la faena.
Y, eso sí, que los novios sean felices y coman perdices. Hay recetas, incluso, con ese arroz que tan bien les vendría.