¿Cómo se afronta jubilar 103 años de historia de un comercio? Manuel Tricas está pasando ese proceso. Este domingo, a partir de las 14 horas, su pastelería del Coso Bajo de Huesca no volverá a recibir a más clientes. Ya hace tiempo que tomó la decisión; no hay relevo en la familia y este día tenía que llegar, pero a unas horas del cierre pasan por su cabeza mil recuerdos y en ocasiones sigue hablando como si no fuera a despedirse de sus clientes, una clientela que le ha regalado en estos días todo el cariño.
Como dice Manuel Tricas (Huesca, 1958), “eso quiere decir que algo habremos hecho bien”, y dan ganas de contestar ¿solo algo? Tricas lo ha sido todo en la pastelería de Huesca, un negocio que fundaron sus abuelos Pascual y Julia en 1919 en este mismo local, y que continuaron sus padres, Manuel y María Luisa. “Yo no tengo una sucesión directa, si la hubiera tenido, seguro que hubiera aguantado más, lo mismo que hizo mi padre conmigo, estar a mi lado” hasta pasarle las riendas del negocio. Ya su abuelo lo había hecho así con su padre.
Reconoce que tiene “la cabeza confundida totalmente”. No es para menos. “Sé que el paso que doy es muy radical, es pasar de todo a nada, es abandonar una profesión que me ha gustado y que me ha hecho feliz. Te vienen recuerdos de tus padres, de momentos puntuales en la pastelería…”, mil sensaciones revueltas.
“También podría haber pospuesto la jubilación, pero la misma pena que me da ahora, porque me da mucha pena cerrar -remarca Manuel-, me la daría si lo hiciera un año después. Da pena -explica- porque son 103 años de pastelería, a lo largo de tres generaciones, pero todo se acaba” y ese día ha llegado.
Sí es un momento duro dejar atrás una pastelería que ha llevado hasta el centenario, pero Manuel Tricas también valora otros aspectos a los que la tristeza quita fuerza, pero fundamentales. “También estás cansado, es una profesión que te exige mucho, que es de todos los días, que en las festividades tienes más trabajo del habitual y, por otra parte, es un trabajo muy físico, y ya la edad se va notando”.
La tienda han sido en estos días un trasiego de clientes mostrando tristeza y repartiendo parabienes. El afecto que ha recibido ha sido “impresionante -define-, varias personas han llegado a llorar. La relación con la clientela ha sido siempre excelente, de mucha amistad y de complicidad, y no me queda más que agradecer a todos los que han venido por aquí y las muestras de cariño que me están mostrando”.
Su éxito se ha basado en una repostería clásica salpicada de nuevas creaciones. “Mi pastelería es bastante tradicional. Hemos incorporado nuevos artículos, pero sí es cierto que lo que nos pide la clientela es un tipo de pastelería tradicional. Tenemos la coca de nata, la de frutas y una serie de pasteles clásicos, por ejemplo, el cafetero de crema, que tiene un éxito aplastante. La gente me está diciendo que no sabe dónde lo encontrará después, porque parece ser que ha caído en desuso, y sin embargo aquí arrasa, y otros tantos productos”, una lista larga que ahora solo preparará para la familia, principalmente su esposa, María Pilar, y su hija, Ana. “Se acabó y se acabó -dice contundente a trabajar para fuera-, y a lo mejor hasta que no pase un tiempo ni para casa”.
No va a traspasar la tienda, la misma que recibía hace un siglo con unas enormes puertas de madera ante las que han posado las distintas generaciones familiares -una muestra, en las imágenes que adornan el establecimiento-. “El acceso a la casa -de su propiedad- está por la tienda y no lo creo factible, tengo aquí mis cosas… no acabo de verlo. Pero también es vedad que en mi gremio nadie hasta el momento se ha interesado, ni por curiosidad. Lo entiendo -dice Manuel-, en el sentido de que vienen épocas difíciles y es un trabajo muy esclavo, que te exige mucho”.
Desde su obrador, dice que por ahora “se queda todo igual”, no tiene un proyecto definido, solo sabe la dificultad de separarse de tanta historia. “Vendré muchas veces aquí porque ha sido mi rutina de muchos años y al principio me será difícil desvincularme totalmente”, afirma.
Enrique Paco Falceto ha sido su “compañero fiel” en esta trayectoria. “Empezó con 14 años en esta casa con mi padre. Yo me incorporé después y le estoy muy agradecido”, le dice, mientras él traslada lo a gusto que ha trabajado. “Pero son 50 años y ya toca jubilarse”, apunta. Se señalan el uno al otro cuando se les pregunta quién es más artista. “Tenemos repartidos los trabajos, Enrique el turrón y los mazapanes los borda, y yo hago otras cosas, estamos muy bien compenetrados”, explica Manuel.
Precisamente ambos estarían ahora inmersos en la época navideña, pero Manuel decidió que, ya que se jubilaba este año, hacerlo antes de la campaña del turrón por no dejarla a medias. “Es mejor no empezarla y acabar dignamente”, considera.
Solo asumieron un compromiso, y así, el último gran pedido que ha salido de la Pastelería Tricas han sido 500 barras de turrón que han viajado a Madrid. A partir de ahora, como dice Manuel, toca descansar y disfrutar de sus pequeñas aficiones y de todo lo que no ha podido hacer hasta ahora. Lo primero, de una Navidad sin llegar “reventado” junto a María Pilar y Ana.