El Vigilante de Fornillos ha sido, durante siglos, una expresión pétrea que saludaba silenciosamente a los caminantes del entorno de la localidad del municipio de Huesca. Ahí estaba, enhiesto, con esas oquedades a modo de ojos que daban la sensación de que todo lo observaba. Era lo más parecido, en medio de un entorno agreste, a un ser humano, con su cuello y su cabeza.
Una caminante nos envía la fotografía que reflejamos, al haberse visto sorprendida por la caída del vigilante, que se ha coinvertido en tres grandes pedruscos y otros más pequeños que han pasado a formar parte del paisaje de una manera anónima. La erosión no perdona.
Las tres moles se han convertido en cuerpos amorfos que en casi nada recuerdan el busto erguido, en complejo equilibrio, sobre la tierra, con el cuello que ejercía de soporte y un prominente cráneo que, en su parte delantera, mostraba unos huecos a modo de ojos.
Al pasar por delante, la imaginación de cada cual permitía establecer la sensación de que, detrás de esa configuración pétrea, alguien nos estaba observando, reconociendo una característica humanoide a la construcción natural. En una zona eminentemente rupestre, era un hito que todos saludaban. Ahora, ya en horizontal sus piedras, pierde un encanto difícilmente recuperable, salvo que alguien se empeñe en recuperarlo, que tendrá su dificultad pero ayudaría a suavizar la severidad del camino. Y, de paso, recuperaría atractivo turístico, el que tenía por su singularidad.