Agárrense, amigos lectores, porque gracias a mi contribución escrita de hoy, España va a acabar con su paro masivo (casi tres millones de desempleados a finales de 2022, 13% de la población activa). Y, sin embargo, la solución no es nada difícil de aplicar y los beneficios económicos serían superiores a las inversiones.
Están empezando ustedes a conocerme: tengo dos obsesiones, la seguridad vial y la conservación del patrimonio arquitectónico. Hace más de cincuenta años que fotografío España, desde el campo hasta las ciudades y los pueblos, y hay algo que me molesta especialmente en cuanto pego el ojo al visor de mi cámara. ¡Cuántas veces no habré dejado de captar sobre la película fotográfica una fachada, un callejón, una plaza o un precioso patio! ¿Y por qué? Pues porque un cable hacía un rayón en una pared como si fuera una cicatriz o porque una tela de araña telefónica destruía todo el encanto de un lugar.
Se estarán preguntando qué intenta decirles su gabacho preferido. ¡Normal! Los cables están de tal manera integrados en sus decorados, tan presentes como una nariz en mitad de una cara, que ya ni los ven. Y, sin embargo, borrar todos esos desgraciados hilos tendría numerosas ventajas, como dar trabajo a miles de personas durante varios años, aumentar el atractivo de las ciudades y los pueblos españoles y de paso también los beneficios de la economía turística. Y además, desde un punto de vista técnico, las redes eléctricas enterradas son más seguras que los cables aéreos que no es raro que acaben por los suelos tras una tormenta.
Durante una de mis anteriores vidas, participé en las obras de borrado de redes en los pueblos del Bearn y del País Vasco. No resultaba difícil reunir alrededor de una mesa a todas las empresas concernidas (teléfonos, electricidad, gas y agua), motivadas por la perspectiva de compartir el precio de la obra de ingeniería civil. Una decena de personas sentadas en círculo en el ayuntamiento para decidir el calendario de los trabajos y asunto arreglado. En Francia, estas operaciones se llevaron a cabo a principios de los 90, hace más de treinta años...
Dos años después de haberme instalado en Huesca, hacia 2005, quise encontrarme con el alcalde Elboj para hablarle de dos obras que hubieran podido embellecer la ciudad. Me extrañaba no ver zonas peatonales en el centro y pensaba que podía ofrecerle el beneficio de mi experiencia en la organización de los trabajos de enterramiento de cables. Envié tres peticiones de reunión, nunca recibí respuesta ni acuse de recibo de su secretaría. Lástima que mi buena voluntad no se tomara en consideración.
En la misma época, pude observar la principal calle peatonal de Véjer de la Frontera, recién pavimentada, vuelta a abrir para renovar una de las redes. Una reflexión que yo ya me había planteado, ¡vaya derroche de dinero público!
He podido constatar lo mismo en no pocas ocasiones en todos los rincones del país. Cuántas veces se destripan las calles para acciones puntuales, se abren y se cierran, y se reabren y se vuelven a cerrar, cuando una acción concertada podría ser más perdurable. Resultado: siguen siendo raros los centros históricos libres de todos sus hilos. Pamplona ha limpiado una buena parte de sus fachadas, igual que Pedraza y Santillana de Mar, pueblos notables de la asociación de los Pueblos más bonitos de España.
Así que, al ver cómo se metamorfoseaban pueblos que pasaban de un borroso “antes” a un nítido y luminoso “después”, igual que si los hubiera tocado una varita mágica, he podido apreciar el beneficio estético y las ganancias económicas de esos lugares acicalados. Y encima los residentes ya no tienen que sufrir cortes eléctricos o de teléfono en días de mucho viento, lo que no es poco. Sin hablar del renovado placer de los fotógrafos enamorados de la España histórica.
Pero si nos entretenemos en preguntar a los visitantes lo que hace que esos pueblos sean más auténticos, raros son los que detectan el extra que ha generado la desaparición de los cables. Aunque si solo el resultado cuenta... En Huesca, aunque finalmente se ha llevado a cabo la peatonalización de una parte del Coso, me da que, desgraciadamente, no veremos de aquí a poco borrarse los cables de las paredes del Casco.
No obstante, ya no es posible dejar esos tapices de hilos negros ensuciando las fachadas de los pueblos más bonitos ni de los barrios históricos de este país. No son más que un gadget para los alternapijos apasionados de la cultura y del patrimonio. Así que, señores políticos de todas las ciudades, por favor, hagan ustedes un esfuercito más, piensen en la herencia que dejarán a sus hijos y háganlo de la forma más duradera posible.
El gabacho oscense.