El café, conocido como petit noir (negrito) entre los parisinos, llegó a Europa alrededor del año 1600, de mano de aquellos grandes comerciantes que eran los venecianos. Poco después, en 1664, el negociante Pierre de La Roque llevaría algunos fardos de café a su querida ciudad de Marsella. Pero habría que esperar hasta 1669 para que el consumo del “oro negro” alcanzara París, concretamente la cafetería Procope, que aún existe en nuestros días.
Una pequeña anécdota histórica: la primera vez que se sirvió café diplomáticamente fue durante la firma del tratado de Freÿr, también conocido como “Tratado del café”, entre Francia y España, el 25 de octubre de 1675. Menos mal que aquel brebaje cargado de cafeína no alteró a los firmantes hasta el punto de relanzar el conflicto.
En España, el café fue introducido por la familia real y la aristocracia, pero se necesitó más tiempo que en el resto de Europa para que el pueblo llano lo aceptara como suyo. La primera cafetería madrileña, La fonda de San Sebastián, abrió sus puertas en 1764 en la calle de Atocha.
En Barcelona, los catalanes tuvieron que esperar hasta 1781 para poder reunirse en el café de F. Martinelli o en El café Francés. Poco tiempo después, la locura del café se apoderaría de España entera y de todos los españoles que a partir de entonces mostrarían, mucho más que en ningún otro sitio, una extraordinaria creatividad y diversidad al pedir sus cafecitos.
Yo creo que no existe ningún otro país en el mundo que consiga poner a prueba de tal manera la memoria y la paciencia de los camareros ante la complejidad de los pedidos de los consumidores de café. Si solo se tratara de distinguir entre el café solo, el cortado, el café con leche, el americano, el capuccino, el carajillo, el café con hielo, el trifásico, el manchado, el Barraquito o el café bombón, estaría chupado.
"No existe ningún otro país del mundo que consiga poner a prueba la memoria y paciencia de los camareros"
Pero la cosa no se queda ahí, porque a esto hay que añadirle todas las variantes que les apetecen las abuelitas cuando quedan por la mañana para echar la charradeta. Cada una tiene sus manías y pueden ser extremadamente exigentes. Por lo que a mí respecta, he oído ya de todo: café con leche corto de café descafeinado de máquina (variante, descafeinado de sobre), cortado corto de leche, cortado corto de café con leche de soja, cortado normal con leche del tiempo, café solo descafeinado de máquina con hielo, café americano con leche desnatada en taza grande, etc. Cuando las amigas son seis, imagínense ustedes las capacidades neuronales que tiene que tener el camarero para darles gusto y el dolor de cabeza que se llevará el pobre al final de la jornada...
Pero si los profesionales de los bares españoles están de acuerdo en hacer el pino para servir a sus clientes exactamente lo que han pedido, los franceses son mucho menos aplicados. Un verano que estábamos en Francia, mi pareja oscense tuvo la ocurrencia de pedir un café con hielo (café glacé). Sin mover ni una pestaña, el camarero le contestó que de eso, allí, no tenían. Entonces me acerqué al “amable” barman y le dije: “¿Puede usted hacerme un café?¿Y puede usted traerme un vaso con tres cubitos?”. Solemnemente, eché el café en el vaso con hielo y concluí: “Ya ve, ¡sí que tienen café con hielo!”... Mis compatriotas pueden ser penosos.
Mi hijo fue camarero unos meses en la plaza Luis XIV de San Juan de Luz y, cuando me habla sobre la relación con sus clientes, siempre me dice: “Los peores de todos son los españoles pidiendo café. Son tan complicados que les dejamos hablar y no nos quedamos más que con “café” o “café con leche”. Para no tener líos, los pedimos todos descafeinados. No se van nada contentos, pero da igual, total, ¡no les gusta ni ver el café francés porque es mucho más amargo!”.
Esto es un hecho, el café al sur de los Pirineos es mucho más suave que al norte. Los franceses tenemos algunos aperitivos amargos a base de genciana y nuestras cervezas también son mucho más amargas; por lo que se ve, el sabor amargo nos va más que a los españoles. Es una notable diferencia de gusto entre nuestros dos pueblos.
Una última observación antes de acabar, recuerdo la campaña de comunicación que se llevó a cabo en Francia contra el consumo de café con leche. Hace unos treinta años, los gastroenterólogos nos convencieron, a base de agresivos mensajes del ministerio de sanidad, de que la caseína de la leche mezclada con el café se engrosa, se queda más tiempo en el estómago, complica la digestión y genera gases. Por el momento, como era de esperar, ningún estudio ha probado que el café con leche sea nocivo. Se trataba simplemente de una recomendación que al final provocó un aumento del consumo de té por parte de aquellos franceses que necesitan un chute de cafeína antes de empezar la jornada.
El gabacho oscense