Ya he dicho antes aquí que la mejor manera de vivir cotidianamente la democracia es ser respetuoso de las primeras reglas que garantizan una buena manera de compartir la calle, es decir, el código de la circulación.
Pero hoy por hoy nos vemos sometidos a la nueva dictadura de la omnipresente bicicleta... Pasa lo mismo en Francia que en España. Nadie sabe cómo controlar a estos nuevos ecologistas en el alma pero anarquistas en la práctica. Y eso que, se lo recuerdo, el medio de desplazamiento más ecológico y más sano es andar.
Y no será porque no existan sanciones para presionar a los que no respetan el uso compartido de la calle:
- Circular por la acera: hasta 100€
- Cruzar un paso de peatones sin bajar de la bici: 200€.
- No respetar la prioridad de paso de los peatones: 200€.
- Saltarse un semáforo: 150-500€.
- Utilizar el teléfono móvil o auriculares: 200€.
- Alcoholemia positiva: 500–1.000€.
- Llevar incorrectamente a un niño de hasta 7 años de edad: 100€.
- No llevar luces: 200€.
Pero el caso es que estas infracciones no se sancionan ni al norte ni al sur de los Pirineos.
Por lo tanto, a mí se me plantea una pregunta evidente: ¿qué hace la policía? Además de controlar las entradas y salidas de los coles, ¿dónde está? Por mi parte, yo no me encuentro a los guardias locales si no es encerrados en sus coches de servicio, muy de vez en cuando a pie, muy poco accesibles para la población.
Y, mientras tanto, veo todos los días ciclistas que bajan Menéndez Pidal por la acera (100 €), cruzan Juan XXIII por el paso de cebra (200 €) y se vuelven a subir a la acera (100 €) antes de entrar en el parque Miguel Servet (donde están prohibidas las bicicletas, 100 €).
Benévolo de mí, no es que pida que les pongan una multa de 500 € a todos esos delincuentes de los pedales (aunque esos dineros le podrían servir al alcalde para financiar programas de educación vial para los más pequeños), pero entre ser quisquilloso y no hacer nada se extiende un mundo de posibilidades. Los franceses saben bien cuánto le debe el partido Rassemblement national a la dejadez de los políticos de ambos bandos. No hay mejor carburante para este tipo de movimiento que la falta de autoridad frente a los incívicos.
Espero que me hayan ustedes comprendido: siento la ausencia de rigor y de autoridad pública en la calle, pero tengo que confesar también mi decepción ante la falta de reacción de los oscenses, quienes muy pocas veces interpelan a los ciclistas o a los usuarios de patinetes que invaden las aceras para recordarles que su sitio está en la calzada. Frente a tales comportamientos incivilizados, la responsabilidad tiene que ser colectiva.
Y las consecuencias de esos comportamientos negativos pueden ser dramáticas para los más vulnerables, como niños y personas mayores.
Cuántas veces habré visto por los dos Cosos a ciclistas a toda pastilla que pasan rozando los escaparates en vez de circular por el centro de la calle peatonal. Si un niño en una tienda se escapa de la vigilancia de su madre, que está ocupada pagando, y sale corriendo justo cuando pasa un ciclista, el drama es inevitable. ¿Pero qué se puede hacer para alejar el peligro de las puertas de los comercios? ¿Instalar jardineras de un metro de ancho? Quedaría bastante estético, pero molestaría a los camiones de la limpieza. Nos queda la policía local, que, si estuviera todo el tiempo presente, podría ejercer una labor educativa hacia aquellos que circulan peligrosamente, antes de multar a los que no hagan caso.
Un ciclista adolescente que respeta las reglas en la calle comprenderá mejor el interés del código de la circulación cuando sea adulto. Al contrario, si lo que aprende es el espíritu de la transgresión, cuando sea mayor seguirá haciendo lo mismo y, entonces, ¡peligro!
No nos olvidemos tampoco de que una persona mayor atropellada por una bicicleta en la calle puede perder una parte de su autonomía durante varias semanas, necesitar rehabilitación que pagamos todos y, desgraciadamente, muchas veces sufrirá una disminución de su esperanza de vida. Me resulta insoportable pensar que el capricho de un ciclista que encuentra más divertido subirse a la acera puede tener consecuencias tan graves.
Y si esta mala costumbre de los que usan la bicicleta responde a una búsqueda de más seguridad, estaría bien que no fuera en detrimento de los peatones más vulnerables.
Si no se sabe montar en bici respetando el código de la circulación, hay una solución: ir andando.
El gabacho oscense