Orgullosos o cascarrabias

16 de Octubre de 2022
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Cartas gabachas: Un plato para compartir
Cartas gabachas: Un plato para compartir

Me resulta divertido pensar que solemos atribuir un rasgo de carácter a todo un pueblo, como si la población de un país no fuera diversa y variada. Me parece un poco simplista incluso si se da el caso de que yo también use tales clichés para alimentar una conversación, la mayoría de las veces con toda mi mala fe. Me gusta polemizar y puedo hacer de abogado del diablo y sostener sin un parpadeo ideas que están en las antípodas de mis propias convicciones con el solo interés de enriquecer mi argumentario.

Nosotros, los franceses, contrariamente a lo que muchos piensan y dicen, no somos arrogantes. No como pueden serlo los ingleses, perentorios y altaneros. Ellos, cuando creen que ostentan una verdad, te la espetan y se quedan tan anchos sin que nadie les contradiga. En lo que a nosotros concierne, solo somos suficientes (que tampoco está mal), pero es un matiz importante. También nosotros podemos fastidiar a los demás con nuestras declaraciones, pero siempre estamos dispuestos a explicarlas para convencer a la audiencia. Somos unos excelentes sabelotodo (es exactamente ese el papel que juego yo aquí), pero en la expresión nos mostramos buenos didactas. Seguramente porque somos ya demasiado mediterráneos, demasiado latinos, más extrovertidos y prontos a la conversación, menos insolentes que los sajones.

En cambio, el defecto que más a menudo y con toda la razón se nos achaca a los franceses es que somos protestones. Refunfuñamos por todo y todo el rato. Si se ponen tres vasos de agua tibia delante de tres franceses, el primero se quejará porque está demasiado caliente, el segundo porque está demasiado fría y el tercero porque está tibia. El mundo entero sueña con Francia (país de Jauja), con la dulzura de su vivir, con su clima atemperado, con sus variados paisajes, con su gastronomía y con su cultura. Todo el mundo menos los franceses, eternos insatisfechos. Como dice Sylvain Tesson (escritor viajero de éxito), “Francia es un paraíso poblado por gentes que creen vivir en el infierno”.

Este permanente descontento es el que, sin lugar a duda, nos ha convertido en contestatarios temidos por sus gobernantes. Desde 1789 a los chalecos amarillos pasando por mayo del 68, hemos demostrado nuestra capacidad para echarnos a la calle, pero también para cambiarnos de chaqueta con bastante oportunismo. A fuerza de cuestionar todos los poderes, como prueba el caso de los montañeses en 1794, Robespierre condenó a Danton, su compañero de lucha, antes de pasar él mismo por la piedra del molino.

Ahora bien, amigos españoles, ¿cómo los ven a ustedes mis compatriotas? Para empezar, a través de los famosos cuya reputación ha traspasado las fronteras. El primer ejemplo, Rafael Nadal, icono del tenis mundial y auténtico embajador de su país. Las cualidades que demuestra en la cancha, su pundonor y su orgullo en la lucha, su negativa a abdicar en la adversidad son rasgos de carácter que suelen atribuirse a los españoles.

Otra característica que se les reconoce a ustedes fácilmente es su gran creatividad para las artes plásticas. Goya y su gusto por las escenas populares, las luces de Sorolla, la potencia de Picasso, la originalidad de Miró, la locura de Dalí, el informalismo de Tàpies, el modernismo de Gargallo, la brutalidad de Chillida, el rigor de Oteiza y tantos otros ejemplos de su inventiva sin límites. Para terminar este párrafo, voy a añadir a Pedro Almodóvar, idolatrado por los -a menudo cinéfilos- franceses. Para nosotros, ustedes son seres sensibles, muchas veces algo zumbados, y eso nos gusta.

Así, en resumen, para nosotros, ustedes son creativos, orgullosos y un pelín soberbios (y por tanto pasablemente susceptibles), para ustedes, nosotros somos protestones (por lo que siempre hay huelgas en Francia) y mayormente suficientes.

Pero una cosa que me sigue sorprendiendo son las actitudes tan diferentes que franceses y españoles tomamos frente al imperialismo cultural americano. Hollywood nos impone a todos sus estándares y sus modas, pero, siendo Francia el primer mercado de MacDonald justo detrás de los Estados Unidos (vergüenza para nosotros que estamos tan orgullosos de nuestra gastronomía), siendo que nuestra lengua es extremadamente permeable a los anglicismos, sin embargo nosotros nos mantenemos desconfiados con respecto a sus ideas. Al contrario que ustedes, que aguantan fuertes frente a la colonización del idioma (me encantan los términos baloncesto, balompié, etc.), pero se dejan influir demasiado fácilmente por las ideologías made in USA. Me consta que el peso de las tradiciones en España es importante y comprendo que estén ávidos de modernidad, pero ser progresista no se puede resumir en un formateo de los espíritus, que no deja de ser uno de los caminos de la mundialización. Nosotros, cascarrabias impenitentes, soportamos fatal los valores americanos y su modo de vida, por mucho que les sigamos agradeciendo que vinieran a morir en nuestras playas normandas en 1944. De hecho, cualquier idea surgida de un cerebro yanqui nos parece, para empezar, sospechosa.

El gabacho oscense

 

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