Ahora que los británicos lloran a su tan respetada reina, se me presenta la ocasión de hacerles a ustedes partícipes de mis reflexiones extremadamente personales sobre los dos sistemas políticos que imperan en Francia y en España.
Lejos de todas esas ideologías que fuerzan a los cerebros escleróticos a resonar a través de clichés demasiado trillados, yo intento tomar distancia y contextualizar lo que representan hoy en día estos dos modelos institucionales.
Del lado francés, una república surgida de una revolución que tiró por tierra una monarquía absoluta de derecho divino para instalar a sus presidentes en los palacios del Antiguo Régimen (el palacio del Elíseo fue regalado por Luis XIV a su favorita la marquesa de Pompadour), dándoles poderes tan importantes que, al menor atisbo de crisis, pueden gobernar sin rendir cuentas al parlamento. Esta es la razón por la que muchos observadores de la política francesa hablan de república monárquica.
Del lado español, un reino dotado de una constitución democrática, dirigido por un jefe de gobierno elegido por el pueblo, y en el que el rey tiene sobre todo una función representativa y una autoridad moral.
Por muy republicano que sea, más de nacimiento que por consentimiento, y sobre todo por atavismo, les diré, queridos lectores, que vivo sin la menor ansiedad ni reivindicación en su bello reino.
A riesgo de sorprenderles, iré aún más lejos: encuentro su monarquía constitucional más moderna que nuestra república.
¿Y por qué ? Pues porque nuestro mundo ha evolucionado, la publicidad y la comunicación se han convertido en sólidos e ineludibles pilares de todas las actividades económicas y nuestra república, con sus mandatos de cinco años, arremolina a nuestros representantes supremos y los lanza rápidamente a la papelera de la Historia.
En España, ¿quién se acuerda de Pompidou (1969-1974) o incluso de Giscard d’Estaing? En cambio, no se nos olvidará fácilmente Isabel II de Inglaterra... Su interminable presencia a la cabeza de su reino ha hecho de ella un icono, una musa de la marca United Kingdom. Ningún presidente francés ha tenido nunca tal ambición. Casi todos han jugado el papel de representantes comerciales para apoyar a nuestras grandes empresas en firmas de contratos en China o en otros lugares.
Pero para viajar con algo más de credibilidad, siempre optaron por hacerse acompañar de las vedettes más prestigiosas del cine francés. De hecho, Xi Jinping, antes de recibir a François Hollande en Pequín, se inclinó discretamente haca uno de sus intérpretes y le preguntó: “¿Quién es el hombrecillo gordito con gafas que está al lado de Sophie Marceau?”.
Isabel II no necesitó nunca de semejantes artificios para ser reconocida, un vestido color pastel y un sombrerito cuyos secretos se guardaba y eso le bastaba de lejos para ser aclamada.
Para mí, esa es la principal ventaja de los monarcas, que, gracias a su larga presencia a través del tiempo, representan perfectamente a las marcas, a las empresas, al patrimonio y a las riquezas turísticas de sus respectivos reinos. Con Felipe VI y Letizia, ustedes españoles se benefician precisamente de eso que le falta a nuestra república, la perennidad de una imagen a un precio ridículamente bajo. Según El economista, el costo de la monarquía española es de 25 millones de euros al año, mientras que otra célebre musa de marca, la actriz sudafricana Charlize Théron, ha firmado un contrato de 11 años por 55 millones de dólares por promover un único perfume de Dior, J’adore. Por no mencionar los salarios de los futbolistas europeos que sonríen cuando se les habla de los emolumentos de los residentes de La Zarzuela.
Francamente, a menos que estén ideológicamente obsesionados por el concepto de república, pueden ustedes sentirse dichosos de los valores que transmite en el extranjero su joven familia real.
En Francia, la idea de un reino tiene muy pocos partidarios, sobre todo porque lo tendríamos muy crudo si nos viésemos en la tesitura de elegir un monarca. Sería un sinsentido buscar en el seno de las antiguas familias reinantes, definitivamente archivadas en los armarios de la Historia. Y si optáramos por una consulta directa al pueblo, puede ser que nos encontráramos con M’Bappé, Zidane o alguna influencer de las redes sociales como afortunado seleccionado. ¡La cara de idiotas que se nos iba a quedar!
Así que, amigos españoles, ¡reflexionen bien ustedes antes de tomar ninguna decisión de peso! Para mí, la única mejora que se le podría aportar a su monarquía constitucional sería la de aumentar su pompa haciéndola más visible en Madrid. En Londres, todos los turistas corren a asistir al relevo de las diferentes guardias, a pie o a caballo, es un plus turístico que falta en la capital de España. Será necesario que los gobernantes españoles asuman plenamente este régimen político perfectamente enmarcado por una constitución democrática moderna.
El gabacho oscense