Las virtudes del balón oval

14 de Noviembre de 2022
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Cartas gabachas: Un plato para compartir
Cartas gabachas: Un plato para compartir

Ahora que solo faltan unos días para el inicio del mundial de fútbol de Qatar, tengo que confesarles que yo no soy un gran fan de ese deporte. Cuando uno ha pasado su adolescencia en Tarbes y vivido las mejores horas de gloria del Stadoceste tarbais (el club de rugby local), elegir campo es definitivamente muy fácil. Aun así, trataré de explicarme, ¿por qué me emociono más con un ensayo desde cien metros que con un golpe franco que se cuela por la escuadra después de esquivar la barrera perfectamente colocada?

Pues en primer lugar porque el rugby es algo más que un deporte colectivo. Volvamos a la historia de su creación. Fue inventado en el año 1823 por William Webb Ellis, un estudiante oriundo de Rugby (Inglaterra) y un poco vacilón que un día agarró con la mano un balón de fútbol para plantarlo dentro de la portería.

El rugby llegó a Francia en 1872 a través de Le Havre, para arraigar muy pronto, especialmente en el Mediodía francés. Este deporte rudo, de enfrentamiento y de combate, sedujo a los meridionales, que encontraron en sus valores de solidaridad y de lucha la esencia de su personalidad histórica. Hay que recordar que, aunque Francia se constituyó muy pronto como nación única e indivisible, el sur del país ha dejado sentir en no pocas ocasiones su carácter rebelde.

Los cátaros se opusieron al poder del papado romano, desde Albi hasta el Mediterráneo. Más tarde, el protestantismo se implantó en estos mismos territorios, entre las Cevenas y el Bearne, de por sí muy protestones. Y después, cuando las religiones perdieron su influencia tras la separación entre la Iglesia y el Estado en 1905, el Mediodía se tiñó políticamente de un rojo intenso.

Durante décadas, las dos cámaras de la asamblea francesa se han nutrido de diputados y senadores comunistas, socialistas y radicales de izquierda venidos del sur. El rasgo de carácter que mejor ha definido desde siempre a los pueblos de Occitania es el espíritu de contradicción. Somos visceralmente refractarios a las decisiones tomadas en París, lo que nosotros llamamos “el norte”. El meridional francés primero se opone y luego, si eso, ya negocia...

Resulta interesante constatar que el territorio inicial del rugby en Francia se inscribe perfectamente dentro de las fronteras de Occitania. Yo diría incluso que necesitaba estos lugares ricos en gentes insumisas para poder establecerse y desarrollarse. Por otro lado, desde un punto de vista anatómico y sociológico, el rugby es mucho más abierto que el fútbol, reservado a una élite deportiva de atletas que parecen todos cortados con el mismo patrón. Me explico: un equipo de rugby está constituido por dos bloques, los delanteros (fuertes) y los defensores o zagueros (rápidos). Como dijo Pierre Danos, un ex internacional nacido en Béziers: “En el rugby, están los que transportan los pianos y los que saben tocarlos...”.

En el rugby, todo el mundo tiene su puesto, los gorditos inamovibles, los altos que pegan buenos brincos, los bajitos y ágiles y los que corren como gazapos. Un tipo gordo y fornido, que difícilmente encaja en un terreno de fútbol de cierto nivel, encontrará hueco en una melé y será recibido con entusiasmo por sus compañeros de equipo. Los estadios de rugby aplaudirán a rabiar un formato que sería considerado una tara en el mundillo del balompié. Y esta constatación es incluso más cierta en los equipos femeninos (cuya mediatización crece constantemente), en los que las chicas que se sienten incómodas con su cuerpo, porque no se adapta a los cánones de belleza de Instagram, se sienten realizadas en una actividad física que reconoce todo su potencial y le saca el máximo provecho en beneficio del grupo.

A pesar de la profesionalización del rugby de élite, todavía hoy en día sigue habiendo un equipo en cada pueblo. Allí los carniceros, los agricultores y los obreros, acostumbrados al trabajo fuerte, todos ellos altos y recios, juegan de delanteros; el maestro y los alumnos se encargan del ataque y el cura cuida de sus fieles en la zaga. Ese es el rugby de pueblo, todos los miembros de la comunidad se encuentran a las tres de la tarde del domingo para sufrir juntos, con el único fin de plantar un balón oval en la zona de anotación contraria. Al final, el leitmotiv de estas batallas viriles pero correctas no es otro que ser solidarios ante la adversidad y el sufrimiento.

Pero antes de acabar tengo que mencionar la diferencia más flagrante que existe entre el fútbol y el rugby. Cuando el árbitro pita una falta, el jugador de rugby sale del campo sin rechistar, mientras que los futbolistas acuden en número de dos, tres o cuatro vociferando y gesticulando para intentar intimidar al colegiado. Por no hablar de todos los candidatos al óscar que se retuercen por los suelos haciendo muecas después de una agresión imaginaria. Y la actitud de los protagonistas en el terreno de juego contagia a las tribunas.

Los aficionados al rugby están sentados en calma bebiendo cerveza (algo que las federaciones permiten en recompensa a la respetuosa actitud de un público que se está callado durante los tiros a puerta), pero el público de fútbol es capaz de todo para tratar de desestabilizar al adversario, incluyendo el lanzamiento de proyectiles, bengalas o insultos racistas. Por eso hay quien habla de los valores del balón oval. Lo más sorprendente es que muchos de estos deportistas de sofá son seguidores por igual del equipo de fútbol y del de rugby de su ciudad, pero cambian completamente de actitud cuando cambian de campo, como si se tratara de doctores Jekyll y de místeres Hyde de la afición.

Y entonces, ¿por qué no hay manera de disciplinar a esos futbolistas a los que los jugadores de rugby tratan de mancos o bailarinas? La sola explicación que se me ocurre es que los segundos ponen toda su energía en choques, a veces violentos, que los enfrentan de igual a igual a otros deportistas de su misma condición. Su reserva de testosterona se ve rápidamente mermada e ir a emprenderla con ese funcionario en pantalón corto que es el árbitro se les antojaría una soberana falta de estilo. Como dicen los británicos, el rugby es un deporte de bandidos practicado por caballeros.

El gabacho oscense

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