El entorno natural no es estático, sino un elemento en constante evolución, influido por procesos geológicos y el cambio climático, que afectan desde los glaciares hasta los ríos y la vegetación. Así lo refleja el geólogo Ánchel Belmonte (Huesca, 1973) en su libro El Pirineo sin Briet. 100 años de cambios en el paisaje, donde también plasma la necesidad de abordar estos cambios con perspectiva científica para fomentar una relación más consciente y sostenible con el territorio, evitando impactos negativos acelerados, como los asociados al turismo masivo o la urbanización.
La librería Santos Ochoa de la capital altoaragonesa acogió esta semana la presentación de esta obra, que al autor escribió con una doble intención: "Recordar la figura de Lucien Briet y valorar las aportaciones que hizo al conocimiento del Pirineo de Huesca y de la parte francesa". El autor señaló que el explorador y fotógrafo francés dejó un importante legado visual que permite comprender los cambios que han experimentado los paisajes del Pirineo en los últimos 100 años.
El explorador falleció en 1921 y su último viaje al Pirineo oscense fue en torno a 1910. Esto marca "una cifra redonda" para analizar un siglo de transformaciones. Entre los cambios más notables que menciona el autor está el aumento de vegetación en muchas áreas pirenaicas.
Según explica, este fenómeno se debe en gran medida a que "ya no hay que cortar madera ni para calentarse ni para cocinar, y la presión ganadera ha disminuido drásticamente". Sin embargo, también señala que en algunos enclaves donde no hay actividad humana significativa, las transformaciones deben explicarse desde otros factores.
Belmonte destaca la importancia de abordar estos cambios desde un punto de vista geológico, una perspectiva que se impulsa desde el Geoparque Mundial de la UNESCO Sobrarbe-Pirineos, institución en la que trabaja como coordinador científico. Subraya que aunque solemos pensar que el paisaje geológico permanece inalterable y que sus cambios necesitan millones de años, no siempre es así.
El libro examina estas transformaciones en tres ámbitos específicos del paisaje, "las laderas y las cumbres, los fondos de valle y los ríos, y los glaciares”. Según detalla el autor, estas tres áreas dentro de la cordillera pirenaica permiten observar variaciones en el paisaje que a veces son sutiles, pero otras veces resultan “verdaderamente llamativas”.
La imagen que tomó Lucien Briet a finales del siglo XIX o principios del XX es reproducida en la actualidad desde el mismo punto de vista, y a partir de esta comparación se analizan los cambios y las causas que los han provocado.
Belmonte reflexiona sobre los lugares del Pirineo donde no ha habido actividad humana ni ganadera para ejercer presión sobre la vegetación. Explica que en esos casos, el análisis se centra en el papel de la geología. “Tendemos a pensar que la geología es algo que ocurrió hace decenas o centenares de millones de años, pero la geología está ocurriendo ahora también”. Subraya que el paisaje no es una realidad estática, sino un elemento “en permanente transformación y evolución”.
El experto observa que “los ríos del Pirineo están erosionando toneladas de sedimentos, el agua gotea en el techo de las cuevas y hace crecer las estalactitas y estalagmitas”. Apunta que estos procesos, aunque discretos, influyen en el modelado del paisaje y tienden a pasar desapercibidos, ya que “la geología, que sustenta la fauna y la flora, resulta bastante desconocida para el común de los ciudadanos”.
Hoy nos encontramos con un Pirineo donde "la vegetación gana protagonismo a costa de la parte rocosa”. Explica que los grandes ríos trenzados, característicos de buena parte del siglo XIX y XX, están desapareciendo no solo por el aumento de vegetación, sino también por la intervención humana a través de la construcción de presas. Según el autor, estas infraestructuras “modifican la actividad fluvial y, por lo tanto, las formas de relieve”.
El geólogo oscense subraya que en su libro evita juzgar si los paisajes actuales son mejores o peores que los del pasado. Señala que su intención es proporcionar información científica rigurosa para que “cada uno se forme su propia opinión”. Añade que la cantidad de vegetación en un paisaje “no es intrínsecamente buena ni mala” y que su valoración depende del contexto y de los gustos personales.
En su opinión, "si Lucien Briet recorriera hoy el Pirineo, hay muchos sitios que le costaría reconocer”. De los 60 lugares que visitó para replicar las fotografías históricas de Briet, en muchos casos encontró que “densos muros de vegetación impedían ver lo que Briet veía entonces”. Esto refleja el impacto del cambio en la cobertura vegetal a lo largo del tiempo.
Aunque el libro no se centra en los cambios provocados por la actividad humana, reconoce que estos han sido “muy radicales”. Explica que el paisaje cultural que predominaba a finales del siglo XIX y principios del XX, en su máximo apogeo, “ha colapsado y ha sido sustituido por un paisaje urbano en muchos lugares”. Este cambio, asociado a la explosión turística de las últimas décadas, ha transformado especialmente los fondos de valle y los núcleos de población.
Asimismo, puntualiza que, aunque la esencia geológica del Pirineo sigue siendo la misma y los grandes relieves permanecen, “a escala de detalle, en determinadas panorámicas, es un Pirineo diferente”.
Ánchel Belmonte estima que la modificación de los paisajes es inevitable y, aunque el ritmo de los cambios puede variar, “ningún paisaje en la superficie de nuestro planeta ha llegado para quedarse”. Esto se debe a que la Tierra “es un planeta vivo, con procesos geológicos dinámicos” que generan transformaciones tanto de manera gradual como súbita.
Para Belmonte, entender e interpretar esos cambios es fundamental. Considera que esta comprensión es “una manera de mejorar nuestra relación con el planeta en el que vivimos y de disfrutar más de los paisajes que nos rodean”.
LA EVOLUCIÓN DEL PIRINEO Y LAS ESTACIONES DE ESQUÍ
Cuando se le pregunta sobre su opinión personal acerca de la evolución del Pirineo, el autor destaca que el Pirineo tiene “un valor estético e histórico enorme”, aunque reconoce que no siempre es fácil mantenerlo debido a los drásticos cambios en la forma de vida de la sociedad.
Apunta que "el valor cultural del Pirineo debería conservarse en la medida de lo posible y defiende la importancia de proteger los paisajes con menos modificaciones humanas, afirmando que “tendrían que estar blindados”. No obstante, aclara que “el paisaje no es intocable”, ya que es necesario habitar y utilizar el territorio.
Insiste, no obstante, en que "no se debe hacer un uso frívolo del paisaje”. Mientras sus ritmos de construcción son enormemente lentos, “la capacidad que tenemos de deteriorar, distorsionar o modificar las calidades del paisaje puede ser muy rápida”.
Belmonte advierte que "el paisaje no es un recurso renovable a escala humana" y, por ello, cualquier modificación que implique una pérdida de calidades naturales debería estar respaldada por “una justificación muy sólida”, que solo sería aceptable si se demuestra que la ganancia para la sociedad supera claramente la pérdida para todos.
"No es ninguna sorpresa cuál va a ser la evolución de la nieve en el Pirineo"
Al respecto, cuestiona proyectos como el de Canal Roya o la ampliación de la estación de esquí de Cerler por Castanesa. En su opinión, estas iniciativas “no tienen ningún sentido” en el contexto actual de cambio climático. Según explica, en el libro se analiza la evolución del clima desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, así como las proyecciones para el futuro. Destaca que “no es ninguna sorpresa cuál va a ser la evolución de la nieve en el Pirineo” y que los datos indican "un panorama desfavorable para las actividades invernales tal y como se han conocido hasta ahora".
Belmonte subraya que no está en contra de la existencia de las estaciones de esquí, pero considera que "sería prudente pensar en una reconversión del turismo invernal”. Argumenta que "las inversiones millonarias en este sector, con un futuro comprometido a medio plazo, carecen de lógica económica y generan impactos negativos" que pueden dificultar el desarrollo de otras actividades alternativas.
Reconoce que este cambio implicaría un profundo reajuste cultural y económico, pero insiste en que es necesario explorar alternativas para garantizar un futuro más sostenible.
CAMBIO CLIMÁTICO
El autor enfatiza el impacto del cambio climático en la geología del Pirineo en el último siglo. Explica que, a medida que aumentan las temperaturas, “procesos activos que tenían que ver con el frío se ralentizan o incluso se paralizan”. Este fenómeno, añade, permite que la vegetación colonice laderas que antes eran inestables, lo que a su vez afecta al régimen hídrico y modifica la morfología de los cauces.
Asimismo, detalla que el cambio climático influye en la frecuencia y magnitud de las avalanchas de nieve, lo que repercute en el modelado de las laderas, en el tamaño de los glaciares y en los procesos relacionados con el hielo, tanto en superficie como en suelos permanentemente helados. Subraya que, aunque un siglo no es significativo en términos geológicos, “los procesos que se aceleran o se detienen en este corto periodo pueden conllevar modificaciones importantes en el paisaje”.
"El calentamiento que se está produciendo no tiene pinta de que a corto plazo vayamos a poder frenarlo”, añade.
No aprecia “un compromiso nítido” de gobiernos, empresas ni de una parte significativa de la ciudadanía para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Este escenario apunta, según Belmonte, a un incremento aún mayor de la temperatura media global en los próximos años, con consecuencias claras para la región pirenaica.
Belmonte aboga por un enfoque dual: perseverar en políticas para mitigar el cambio climático y avanzar en estrategias de adaptación.
“La realidad climática y el futuro próximo están bastante claros”, afirma, citando el consenso científico sobre el impacto del cambio climático. Para él, es fundamental abordar esta situación “con madurez y serenidad”, adoptando decisiones responsables que permitan reaccionar de la mejor manera posible. Subraya que, aunque el paisaje no es inmutable, su transformación debe ser tratada con cautela, evitando “empeorar el problema” y buscando soluciones innovadoras que se alejen de las prácticas que han predominado hasta ahora.
Ánchel Belmonte explica que, aunque pueden apreciarse diferencias locales en la comarca de Sobrarbe, donde no hay estaciones de esquí, estas no son sustanciales. Señala que la ausencia de polos de atracción como las estaciones de esquí alpino ha evitado un desarrollo urbanístico desmesurado en la zona, pero aclara que, en cuanto a los procesos naturales y los cambios en el paisaje derivados de ellos, no existen grandes diferencias. Insiste en que el Pirineo es una unidad geológica y climática, y los cambios en el paisaje se producen a una escala regional, más allá de un valle concreto o de un pequeño conjunto de valles.
"La industria turística tiene la suerte de haber heredado un paisaje cuyo consumo, paradójicamente, está acelerando su final"
Belmonte comenta que la pérdida del paisaje cultural está principalmente vinculada al abandono de actividades tradicionales, como la ganadería y la agricultura, en favor del turismo. Considera que el turismo es una herramienta poderosa de modificación del paisaje y afirma que “la industria turística tiene la suerte de haber heredado un paisaje cuyo consumo, paradójicamente, está acelerando su final”. También establece una comparación con el litoral mediterráneo, donde el turismo ha transformado radicalmente los paisajes que originalmente atrajeron a los visitantes.
Admite que ha reflexionado sobre posibles alternativas y explica que, aunque no es su campo de actuación como geólogo, intuye que una diversificación económica sería beneficiosa. Opina que los sectores productivos deberían estar más equilibrados para no depender en exceso de una única actividad como el turismo. Añade que repartir las bases económicas contribuiría a una gestión más sostenible del territorio y de sus recursos.
En relación con la desaparición de los glaciares, rechaza términos como “agonía” o “tragedia” para describir este fenómeno, ya que le parecen inapropiados. Explica que, aunque le gustaría que los glaciares permanecieran en el Pirineo, la retirada del hielo da lugar a nuevos paisajes geológicos. Menciona la formación de ibones recientes, campos de lapiaz y canchales como ejemplos de estos cambios.
Afirma que, desde el Geoparque, trabaja en educar la sensibilidad ciudadana para que aprendan a valorar y disfrutar de estos nuevos paisajes en transformación. Insiste en que, aunque algunos paisajes icónicos del Pirineo están desapareciendo, otros están surgiendo, y destaca que este cambio puede ser una oportunidad para establecer una relación más consciente y respetuosa con la cordillera. Añade que “aprender a disfrutar de esos nuevos paisajes es una manera de relacionarnos de forma más consciente con el territorio” y concluye que "debemos adaptarnos y encontrar belleza en los cambios inevitables del paisaje".
SU PAISAJE PREFERIDO
Ánchel Belmonte comenta que no tiene un único lugar favorito porque paisajísticamente es muy promiscuo y aprecia muchos sitios distintos. Sin embargo, destaca especialmente la Foz de Jánovas como uno de los grandes lugares geológicos del Pirineo central y, por supuesto, del Geoparque. Señala que es un lugar totalmente accesible porque la carretera pasa por el medio, aunque añade que no se puede conducir rápido debido al mal estado de la vía.
Explica que, cada vez que pasa por allí, procura disfrutar del espectacular paisaje, eminentemente geológico, e indica que suele detenerse para contemplarlo sentado en algún peñasco o recorrer una de las georrutas del Geoparque que atraviesan la zona. Subraya que este lugar le parece verdaderamente fabuloso y destaca que está al alcance de todo el mundo.