Ascensión Hernández expone la procelosa y rica restauración de San Juan de la Peña

La doctora desglosa la larga trayectoria con la declaración de Monumento Nacional y los sucesivos proyectos hasta el final

Míchel Alcubierre
22 de Marzo de 2025
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1934 y 54:  Intervención de Iñiguez Almech en el claustro de San Juan de la Peña.
1934 y 54: Intervención de Iñiguez Almech en el claustro de San Juan de la Peña.

La doctora Ascensión Hernández Martínez, catedrática en Conservación y Restauración del Patrimonio Artístico, especialista en Arquitectura Contemporánea, Teoría e Historia de la Restauración Monumental y estudios sobre el patrimonio cultural, ha impartido esta semana la conferencia “La restauración de San Juan de la Peña” en el salón de la DPH con motivo del Ciclo “350 años de S. Juan de la Peña”.

La directora del área de Historia del Arte del IEA, Natalia Juan, destacaba la prolífica trayectoria de una conferenciante cuyas investigaciones siempre van por delante de sus tendencias e innova en las tecnologías, metodología y temática.

Bajo una foto del libro Viajeros y fotógrafos en San Juan de la Peña (1840-1980), la conferenciante ha significado que el conjunto monástico altomedieval facilitó las claves para recomponer la historia del Arte: siempre faltan elementos de un puzzle que deben complementarse con la información de archivos, catálogos, para su difusión. Las fotografías antiguas han sido una fuente fundamental para los investigadores y es un documento histórico testimoniando las sucesivas intervenciones y cambios del monumento a lo largo del tiempo.

Ha explicitado que las obras artísticas se restauran y así llegan a nosotros, pero ha añadido que hay que hacerse preguntas: ¿En qué estado se encuentra? ¿Cómo ha llegado hasta nosotros?

Con planos, dibujos (como los de Valentín Carderera), fotografías, informes, artículos de prensa anteriores, se encuentran con un corpus instrumental que comporta “la crítica de autenticidad del monumento”. ¿Qué partes son originales y cuáles ya han sido retocadas? Muchos han sido restaurados en los años 60-70…No son ya medievales. (por ejemplo la Catedral de Toledo).

Construir, ha significado, implica saber qué ha pasado a los edificios. Hay que matizar. Ha puesto el ejemplo de la catedral de Angulema, resultado de 4 seos sucesivas, cuya restauración en el siglo XIX por Paul Abadie es la que dio su aspecto monumental. Tampoco vemos los monumentos románicos como eran sino después de su restauración.

Es la historia del momento, de cada uno, sus funciones, todo lo que le ha sucedido hasta hoy. Si documentamos bien, los proyectos nos dicen qué materiales se han utilizado y así identificar su futuro.

Los documentos aportan información muy relevante, con factores que trascienden la técnica para explicar el fondo de cada paso a través del conocimiento de las instituciones que han propiciado los documentos y las personas que han intervendido. "De esta forma podemos saber disfrutar el patrimonio; reconstruir el tejido cultural, tener la memoria (Ricardo del Arco), rendirles homenaje si es preciso como a aquella Comisión Provincial de Monumentos, obispados (como el de Jaca), arquitectos aragoneses".

Así con todos ellos, con su esfuerzo colectivo, ha llegado hasta nosotros. Santiago Ramón y Cajal ya inmortalizó en 1878 San Juan de la Peña, como acredita la exposición actual de sus fotografías en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.

"DELITO DE LESO PATRIOTISMO"

San Juan de la Peña fue declarado Monumento Nacional en 1889 gracias a la Comisión Provincial de Monumentos y al Obispado de Jaca. Se toma esta denominación de Francia en el siglo XIX, cuyo modelo era Monument Historique.

Tras la declaración ya se puede poner en marcha su restauración cuyos promotores serán la Real Academia de San Fernando y la Academia de la Historia. Hoy, los proyectos de restauración se encargan a arquitectos municipales y provinciales por parte de Bellas Artes y del Ministerio de Fomento, financiadas y promovidas por el Estado, o sea, iniciativa pública.

Los arquitectos redactaban los proyectos y pasaban a la Junta de Construcciones Civiles que aprobaban o no, o se matizaban. Eran partidas de pequeñas cantidades (en algunos casos 100 mil pesetas), e intervenciones muy meditadas porque son irreversibles, con lo que debían ser prudentes.

El primer Monumento Nacional será la Catedral de León en 1844 y se realizarán en etapas las transformaciones en neogótico (siglo XIX) y las maravillosas vidrieras más tarde. También se restauran la Alhambra de Granada o la Aljafería en Zaragoza. Lo interesante es que en la periferia de nuestro país se aplicaban ya los criterios de los años 30 en Europa.

Uno de los monumentos más importantes será y es el Monasterio de San Juan de la Peña. En 1896 el director del Heraldo de Aragón Luis Montestruc, en carta dirigida al arquitecto Ricardo Magdalena con motivo de haberle sido encargada la restauración del conjunto monástico, manifestaba: “San Juan de la Peña es nuestro Covadonga… Pero los aragoneses no somos asturianos y San Juan de la Peña se halla abandonadísimo… Abandonar San Juan de la Peña es un delito de leso patriotismo”.

Las huellas del pasado son las huellas para construir una identidad y es un deber moral conservarlas, agregaba la catedrática,. Para los aragoneses del siglo XIX era primordial, un imperativo su restauración. La fotografía se va a convertir en el instrumento más preciso y las imágenes van a aparecer en “Aragón histórico, pintoresco y monumental” (foto de Heribert Mariezcurrena 1884. Vista exterior del monasterio); El Diario de Huesca va a publicar “Las bellezas de S. J. de la Peña” el 16-IX-1920.

Una vez declarado el Monasterio Viejo de San Juan de la Peña Monumento Nacional, en 1897 el Ministerio de Fomento e Instrucción Pública encargó su restauración a Ricardo Magdalena (1840-1910) que ya operaba en la restauración del claustro de San Pedro el Viejo de Huesca.

Las imágenes de los años 20, como la foto de “capiteles del claustro del monasterio viejo” de Ricardo Compairé son muy útiles para documentar el estado de deterioro de los fustes o la posición original de algunos capiteles que fueron desplazados en otras restauraciones. No tenemos los proyectos de restauración, pero sí los informes de la Junta de Construcciones Civiles. Necesitaba reparar, restaurar, consolidar, conservar, o intervenir para mejorar el aspecto del monumento “joya del románico” que había sido.

Ricardo Magdalena seguirá los criterios del maestro arquitecto Viollet–le-Duc, que declara: “Restaurar un edificio no es mantenerlo, repararlo o rehacerlo, es devolverlo a un estado completo que quizá nunca existió en una época determinada". 

Pero no contaba con la oposición de la Junta de Construcciones Civiles, que frenó el proyecto considerando que no estaba justificada la reconstrucción. Y aporta una idea: las ruinas debían ser conservadas como lo percibía, “un monumento muerto”, no que hubiera que restaurar. Al final debió limitarse a obras de conservación que consistían en enlosado, desagüe, saneamiento, reconstrucción del muro que cerraba el claustro. Dicho muro fue criticado por la Comisión de Monumentos de Huesca; y su empeño por recuperar el más importante monumento de los aragoneses puso en marcha una campaña para su conservación, en la que participaron todas las autoridades aragonesas, solicitando a diputados y senadores provinciales que hiciesen gestiones ante Instrucción Pública, que junto a la Dirección de Bellas Artes, contrataron la intervención del arquitecto Francisco Lamolla en 1920 y hasta 1925.

Pimero intervenía en la fachada principal del templo, restauraba el claustro románico y reparaba la senda de acceso. En segundo lugar, reparaba los muros laterales del templo y su cubierta, las humedades de la sala de Concilio, desmontaron las arquerías y sustituyeron fustes y columnas. De esta segunda fase se encargaría otro arquitecto municipal, Bruno Farina, en 1928 actuando en la planta del conjunto monástico, en la iglesia alta, en el Panteón Real, con la eliminación del encalado en el Panteón de Nobles por una cuestión de concepto estético, “de decoro”, que continuaría con el resto de la iglesia y la cripta.

El resultado es interpretado de forma dispar. En la revista Arquitectura un artículo de Leopoldo Torres Baltás critica: “El claustro ha sufrido una radical renovación” … “Su aspecto es hoy frío y poco artístico”. En El Noticiero de 4 septiembre de 1925 se dice: “El desaguisado cometido en San Juan de la Peña”. Y el 16 septiembre de 1925 sobre las obras de San Juan de la Peña surgen opiniones justificadas y encontradas sobre la sustitución.

CRITERIOS MÁS MODERNOS

Y faltaba la última intervención por el arquitecto Francisco Iñiguez Almech en 1934-35 que tenía ya una gran trayectoria como arquitecto conservador del Estado.

Puso en práctica los criterios de restauración más modernos: obras de exploración, planos, catas arqueológicas, derriba el muro que había levantado Ricardo Magdalena, elimina encalados en la cripta descubriendo lo mozárabe con pinturas románicas, consolida las bóvedas; derriba la arquería de ladrillo; de la construcción original sólo quedan las arquerías Norte y Oeste; desnuda la iglesia; utiliza materiales como el ladrillo; abre los vanos de medio punto y las puertas de conexión del templo, método que se seguía entonces como notoriedad visual de la restauración.

En los años 30 el Racionalismo estaba consolidado. Los arquitectos modernos hablan de la sinceridad de la obra, por eso quitan los encalados. Se habían perdido las pintiuras originales, etcétera. Por eso nos encontramos la iglesia restaurada, ventanas abiertas... fieles al criterio de entonces.

La última fase, la actuación en el claustro: la eliminación del muro contribuyó a iluminar y sacar a la luz el claustro y comunicarlo con la naturaleza creando unión entre roca, vegetación y restos de lo medieval devolviéndolo a “ruina milenaria”. Las plantas tenían que cubrir la mala restauración.

El historiador y arquitecto Fernando Chueca Goitia describió el monasterio un conjunto “venerable como una canción de gesta, cuna y embrión de un pueblo” que pervive en el corazón de los aragoneses desde que surgió nuestra conciencia como comunidad histórica en el S. XIX.

El empeño de la sociedad aragonesa junto a los colectivos como la Comisión de Monumentos de Huesca (con Ricardo del Arco), artistas, intelectuales, religiosos (obispo de Jaca), amantes del arte y sobre todo a los arquitectos citados que han ido interviniendo en la tarea de recuperación y conservación de este monumento para traerlo de la mejor manera posible a la actualidad y para las futuras generaciones, hemos heredado este legado y por eso tenemos la obligación de protegerlo y fomentar la estima hacia este antiquísimo cenobio de San Juan de la Peña, ha concluido la profesora Ascensión Hernández.

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