¿Dónde estoy? Esta sería la primera pregunta que cualquier visitante del lugar no informado podría formularse al acceder el pasado sábado a las calles de Flix, que acogieron una exitosa recreación del final de la batalla del Ebro, en la que colaboró la asociación oscense Primera Línea.
Una plaza de notable pendiente convertida en una sucesión de parapetos conformados por sacos terreros, un blindado al fondo de aspecto amenazante y, sobre todo, mucho paisanaje de aspecto no habitual. Soldados con uniformes de larga historia guerrera, paisanos de, a juzgar por su indumentaria, diferente procedencia social, mozos de escuadra (mossos d´esquadra) ocupando posiciones, personal docente, guías turísticos al modo de 1938, si en este tiempo los hubiere habido… Y, destacando entre todos estos extras de recreación, la figura de un sacerdote, sotana de múltiples botones, alzacuellos inmaculado y sombrero de picos que deambula, entra y sale, de la Iglesia del pueblo.
A escasos metros, la organización del evento funciona: atención a los medios de comunicación, reparto de tickets de comida, acreditaciones... Y mucho público ya en este primer pase de las diferentes escenas dramatizadas.
Es largo el listado de las asociaciones que apura los últimos ensayos, templa el nerviosismo inherente al primer pase, recompone peinados y uniformes. Junto a la XV B.M., organizadora del evento, se preparan miembros de organizaciones de Zaragoza, asturianas, vascas, la oscense ya citada y, por supuesto, catalanas.
Junto a todas ellas, una organización no organizada, una heterogénea muestra de recreadores que no recrean con uniformes, armas o capacidades teatrales, sino que lo hacen a golpe de disparo fotográfico, alargando en el tiempo el recuerdo de este día y cooperando con su trabajo en la difusión y mantenimiento de esfuerzos como el de este día. Algo más de una treintena de ellos (se les aprecia enseguida tan sólo con ver los aparatos que llevan) que son complementados por un sinnúmero de asistentes que, vía móvil, hacen lo propio.
COMIENZA EL RELATO
La primera escena sucede en la puerta de la Iglesia y narra un hecho puntual de la historia local. Un grupo de anarcosindicalistas saca del recinto diferentes enseres y los acumula al objeto de darles fuego. Un grupo de paisanos se opone, alegando que esos objetos son del pueblo, no del clero e, incluso, el cura trata de impedirlo hasta que es detenido y alejado del lugar. Alguien, en un descuido, sustrae de la vista de los anarquistas una talla de la vírgen y la oculta. Es Mare de Dèu del Remei, del siglo XIX, que puede verse en la parroquia del lugar, con una inscripción que recuerda a la familia que la ocultó hasta 2016 y la cedió.
De ahí, se accede al lugar habilitado como escuela. Una escuela racionalista que aplica, según relatan los docentes allí representados, el sistema Freinet. Se hace una pormenorizada, aunque breve, síntesis del método y, junto a los grandes pedagogos de la Escuela Moderna, se citan los nombres de otros que ejercieron su magisterio en Flix.
El tercer escenario es bastante más duro. Un habitáculo con papeles desorganizados alfombrando el suelo, restos de muebles semicarbonizados y escombros. Es el caos tras el bombardeo de una empresa local, donde una voz en off, entre lamentos de los actores, da los datos exactos del lugar, los nombres, edades y circunstancias familiares de los asesinados por la siempre bárbara acción. Un grupo de jóvenes músicos ponen el contrapunto sensible y añaden emotividad a la triste escena.
Se suceden los puntos de interés con intensidad y tiempos medidos. Cuando aún no ha terminado un pase, otro está ya iniciándose. El trabajo de guías y actores y actrices es incesante. También es de señalar la disciplina con la que los asistentes se dejan conducir, siendo en buena parte su colaboración factor esencial del correcto desarrollo de la actividad.
Pasa el público por el refugio antiaéreo (increíble la recreación de una vagoneta minera), asistirá a la entrada de un contingente sublevado y a la detención del combatientes republicanos rezagados en la retirada. Como parte final del recorrido por las calles del pueblo, puede cantar un himno religioso en una recreada escuela franquista, ornada con los elementos simbólicos de rigor: retratos de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera, además del crucifijo.
En este escenario, el público es dividido en niños y niñas, sentado en los bancos dispuestos a tal fin y obligado a entonar un himno religioso con resultado más que cuestionable. La visita del director de la escuela, acompañado del clérigo del lugar, no hacen sino mostrar el disgusto de éstos por las escasas dotes melódicas del alumnado, apremiar al profesorado en su menester y, quizás, avisarles futuras amonestaciones.
La parte final de las actividades discurre en el paseo junto al río. Dos escenarios dramáticos enlazados por la presencia del elemento civil, que confieren el punto más dramático y emotivo. En un primer momento, un hombre lisiado corre torpemente ayudado por dos muletas, acompañado de una mujer. Gritan la inminente llegada de las tropas sublevadas e instan a la urgente evacuación. El hombre cae al suelo, las mujeres le ayudan, la joven madre se inquieta. Hay que correr, coger lo que buenamente se pueda cargar y cruzar el puente donde los zapadores republicanos están preparando las cargas para volarlo. Un anciano, desde la ventana, se niega a irse; su mujer le acompaña en la decisión y tan sólo el sentido común de los vecinos y el abrazo que comparte en dolor los harán cambiar de opinión.
Estas gentes no son profesionales del teatro, pero el mensaje y la emoción se transmiten al público que los observa en un impresionante silencio tan sólo roto por los sollozos de las personas evacuadas que se dirigen al puente. En el trayecto se asiste a la detención, con consecuencias fácilmente deducibles, de un soldado republicano sorprendido escondiendo una caja con granadas de mano. Tan sólo la intervención de una teniente podrá parar el linchamiento.
Finalmente, la acción acaba en el puente, a punto de ser demolido, en una trifulca entre soldados y mossos disputando si dejar pasar a la población civil o, priorizando el cumplimiento de las órdenes, volarlo. Nuevamente, el silencio de los espectadores contrasta con los gritos, juramentos y amenazas de los actuantes. Todo termina con el aviso del guía, dando por finalizada la dramatización, y el aplauso de los asistentes. que se acercan al estand donde recoger los formularios de encuesta de satisfacción y sugerencia de mejoras.
ACTO FINAL
El ritmo es trepidante y la sucesión de actividad, incesante. El escaso tiempo de reposo consiste en disfrutar de un plato caliente de escudella con un vaso de vino y hacer tertulia, breve, con compañeros de mesa. En ese espacio de tiempo se dispone de un momento para recordar a un compañero recientemente fallecido combatiendo una cruel enfermedad.
Y llegan los preparativos del momento más espectacular del día. Soldados preparando armas, reparto de municiones, granadas de mano y mecheros listos... y una larga hilera de fotógrafos al costado del escenario, dando los últimos repasos a las configuraciones de sus cámaras.
La población civil carga con sus enseres y evacúa el lugar del combate. A partir de ese instante, llegan los momentos de ira y fuego. Carreras, heridos, estampidos, evacuación de heridos, cargas de infantería que se estrellan contra un muro de ametralladoras dejando una alfombra de muertos y heridos...
Cesa el fuego y llega el momento del silencio. Un minuto de silencio por todas aquellas personas que fueron afectadas por los hechos, como un silencioso juramento de no repetición.