El bandido Cucaracha, 150 años después de muerto, seduce en Robres a un público entregado a su leyenda

Magnífica adaptación y puesta en escena de "Cucaracha. Sangre, amor y muerte en Los Monegros"

01 de Marzo de 2025
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Representación de El bandido Cucaracha en Robres. Foto Carlos Neofato
Representación de El bandido Cucaracha en Robres. Foto Carlos Neofato

A las 17 horas, el Corral de Comedias de Robres se ha convertido en una paridera, una casucha desvencijada propicia para el ocultamiento, o una cueva. El escenario ideal para disfrutar el espectáculo teatral de este evento, escrito y dirigido por Luis M. Casaus y basado en la novela "Cucaracha, el bandolero" de José Antonio Adell y Celedonio García.

Un patio de butacas con un aforo casi completo, una amenaza de lluvia que, afortunadamente, no llega a ejecutarse y unas más que evidentes ganas de ver el montaje dramático. Nos esperan las palabras de bienvenida e introducción de Luis Casaus, el artífice de esta jornada vespertina, que viene de repetir éxito la víspera ante un público escolar (mérito evidente: no tienen filtros los menores) y de participar en una mesa debate en Lanaja sobre la figura del bandolero.

En escena, tres personas: José Bellosta a la guitarra e interpretando a Juan Ruata, el molinero de Belver; Antolín Santolaria en el papel de "El Cerrudo de Lalueza", acompañando musicalmente con violín, flauta y percusión; y, finalmente, Roberto Nistal en el papel de Mariano Gavín, Cucaracha.

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La cuarta pared cae fulminada desde el minuto cero. Roberto Nistal habla directamente al público como si fuéramos miembros jóvenes de la banda, y con complicidad evidente, nos relata sus peripecias vitales, sus insatisfacciones, su mal destino y sus carencias desde el momento mismo de su nacimiento. Interactúa constantemente con sus compañeros de escenario (dirección de actores magistral: ninguno está fuera de escena en ningún momento), baila, canturrea, bebe de su bota y ríe... Sobre todo, ríe, con un humor contagioso en más de una ocasión. Humor cruel, humor ingenuo, pero también un humor necesario para sobrevivir. Y, a veces, con un puntito de osadía, de ser un "echau p'alante" en asaltos, tretas y picardías.

Tras más de una hora de incesante monólogo, interrumpido tan sólo por breves interludios musicales, asistimos al relato de los últimos instantes de vida del bandolero, en una paridera, acribillado, con el sabor del narcótico del vino en la garganta y una última palabra en los labios, exhalada como un suspiro: Jobita.

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