Carmelo Romero: "El fin de un mundo intenta reflejar esa deuda con la generosidad de nuestros padres y nuestros abuelos"

El historiador y escritor aborda del desvanecimiento de la civilización campesina del arado y el trillo

25 de Septiembre de 2024
Carmen Frías, Carmelo Romero y Alberto Sabio. Foto Quino Escartín

El fin de un mundo (Pepitas de calabaza & Los aciertos) de Carmelo Romero (Pozalmuro, provincia de Soria, 1950) aborda el desvanecimiento de una civilización campesina antigua, cuyo ciclo se ha prolongado por siglos, la etapa del arado, del trillo, y de los animales de carga, "una realidad que guarda más similitudes con los tiempos de Julio César que con el de mis propios nietos", señala.

El libro, que navega entre tres aguas -novela, crónica  e historia-, fue presentado recientemente en el Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA), donde Romero estuvo arropado por los profesores de la Universidad de Zaragoza Carmen Frías y Alberto Sabio. Por su parte, Miguel Escartín, presidente de la Universidad Ciudadana, fue el encargado de introducir el acto.

Para Carmelo Romero, escribir esta publicación era como saldar una deuda con las generaciones anteriores, en especial con aquellos que vivieron en la época de la Primera Guerra Mundial y en los años 20. "Y aunque nunca se pueda hacer completamente, sí se puede paliar -precisa-. “Son generaciones muy sufridas, pero también muy creadoras y generosas”, señala.

Buscaban que sus descendientes encontraran oportunidades distintas a las que ellos habían tenido. “No solo soy hijo de labradores, sino también nieto, bisnieto y tataranieto de gente del campo”, afirma.

"A través de su generosidad, esta generación rompió con el ciclo familiar, anhelando un futuro mejor para sus descendientes. El fin de un mundo  intenta reflejar esa deuda con la generosidad de nuestros padres y nuestros abuelos”, por ello, El fin de un mundo "está muy lleno de sentimientos, incluso aunque no se hubiera escrito”.

Romero destaca la desconexión entre generaciones al plantear una situación hipotética. Según él, “alguien que muere en la España interior de los años 40 o 50, si una máquina del tiempo lo lleva a la época de Julio César, probablemente en unos pocos días se adapta a ese mundo”. Sin embargo, hace una clara distinción sobre el futuro: “Si esa misma máquina del tiempo, en lugar de llevarlo dos mil años atrás, lo traslada solo 60 o 70 años hacia adelante, es decir, a la época de sus nietos, lo más probable es que desee que lo regresen a la tumba, porque ese ya no sería su mundo”.

REENCUENTRO CON LAS RAÍCES

La narrativa sigue a un urbanita de alrededor de 50 años, un escritor e historiador que ha recorrido diversas geografías y también escribe para revistas de viajes. Regresa al pueblo para asistir al entierro de su abuela paterna y se reencuentra con su abuelo, quien padece alzhéimer y es cuidado por una inmigrante ecuatoriana, "un fenómeno habitual en muchos pueblos de España", observa.

Esta vuelta a las raíces no es solo geográfica, sobre todo es "un viaje emocional", que representa "una conexión con la memoria de su infancia y el legado de una forma de vida que está en proceso de extinción".

El protagonista se encuentra escribiendo sobre el final del siglo XVIII, un periodo de grandes transformaciones, como la Revolución Industrial y la Gran Revolución Francesa de 1789, y se percata de que no necesita remontarse tanto en el tiempo para observar un mundo en transformación.

La generación de Manuela y Antonio, un matrimonio mayor que vive en el pueblo con el que entabla relación, ha experimentado esa transición del mundo agrario tradicional, sus formas de trabajo, producción y relaciones, hacia una realidad completamente diferente.  Decide, entonces, tomar como base el trabajo que estaba realizando y comienza a anotar las conversaciones que mantiene y las complementa con sus reflexiones.

El fin de ese mundo ocurre en un contexto concreto, durante la dictadura franquista, y también le permite incluir referencias a eventos históricos, como la llegada de Eva Perón a España y su impacto, así como la influencia de los estadounidenses y sus bases militares.

Carmelo Romero se inspira en un lugar específico para crear Valdelpozal, un pueblo que podría pertenecer a la provincia de Soria, pero que se construye también sobre elementos ficticios. Aparece también en otra de sus novelas, Callada rebeldía: efemérides del tío Cigüeño, un libro editado por Prames que va ya por la séptima edición.

"Muchos lectores de Zaragoza, Huesca, Teruel e, incluso, La Mancha, me han dicho que se ven reflejados en ese pueblo y eso me resulta gratificante -añade-, pero no quise que fuera un pueblo concreto, ni siquiera el mío, que soy de Pozalmuro, porque la gente empezaría a buscar conexiones personales”.

HISTORIADOR Y ESCRITOR

En la contraportada han escrito Irene Vallejo, Julio Llamazares y Mercedes Álvarez, además de Julián Casanova, del que destaca especialmente su aportación: “Un penetrante retrato del fin de un mundo milenario en el que Carmelo Romero combina el saber del historiador, el arte del narrador y la experiencia del testigo",  a lo que añade que la obra es "una pequeña joya'”, lee Carmelo Romero conmovido.

Aunque se considera “esencialmente historiador”, siempre le ha gustado narrar. “Es una forma de llegar a más personas”, aclara. Sin embargo, señala que no calificaría su obra como novela histórica, ya que eso implicaría entenderla bajo parámetros diferentes. “Hay mucha historia incorporada y también la experiencia del testigo”, afirma.

De toda su producción literaria, El fin de un mundo es el título que más satisfacciones le está dando. “Recibo muchos mensajes y comentarios, a veces de gente que no me conoce”, añade con sinceridad y recuerda uno que le emocionó especialmente. “Era como un detective, narrando cómo había hecho para localizar mi correo electrónico, porque necesitaba contarme lo que el libro le había hecho sentir”, relata.

Son muchos los mayores que le han escrito. “El otro día firmé un ejemplar para una persona de 100 años que lo había pedido”, comenta. Estos gestos le tocan profundamente. También algunos jóvenes le han contado que han oído a sus abuelos historias que les han llevado a identificarse con el libro. “Eso lo hace intrafamiliar, y siempre es agradable”.

El fin de un mundo se convierte en un homenaje a esas generaciones que, a pesar de las dificultades, trabajaron con esmero para ofrecer a sus hijos un futuro diferente. Carmelo Romero entrelaza en su narrativa la historia personal y colectiva, creando un puente entre el pasado y el presente que invita a la reflexión sobre las raíces, un tiempo que se ha ido y el legado que se transmite de padres a hijos.

 

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