Cien años de ajetreo

Crítico de libros
20 de Febrero de 2025
Susana Merchán, autora de El vaivén.

Susana Merchán

El vaivén

Logroño, Pepitas de Calabaza, 2024

94 páginas. 15,50 euros.

La matemática y novelista Susana Merchán (Madrid, 1985) publicó hace ya casi un año El vaivén, libro con el que ha conseguido la pequeña pero sorprendente hazaña literaria de demostrar que los términos “saga” y “nouvelle” no son incompatibles.

Si yo impartiese talleres literarios, creo que propondría a mis incautos alumnos y alumnas que ordenasen cronológicamente todos los acontecimientos que se narran en esta novelita, y que aquí figuran como su autora ha creído más oportuno, lo cual no ha pasado precisamente por respetar los calendarios habituales. Porque si Merchán ha logrado dar cuenta de varias generaciones de la familia Quiñones en apenas ochenta páginas es, claro, a través de dinamitar la línea del tiempo, como un saboteador que, enemigo de los caminos fáciles, tirara abajo un puente para obligar a la gente a dar rodeos divertidos y contemplar panorámicamente el paisaje, unas veces por allí, unas vacas por allá.

Aquí, a pesar de las poquísimas páginas, la autora se permite incluso ciertas repeticiones o, mejor dicho, recordatorios. Sería fácil ir anotando en el árbol genealógico que figura al frente del libro algunos datos junto a cada nombre: “éste es el que se quedó ciego”, “ésta es la que maltrataba de niña a su hermana”… Y así comprobaríamos también que casi todo se dice pronto, y que luego, si acaso, se desarrolla, se amplía o incluso se matiza y se discute sin contradecirse, completando el mapa de Huaiquín, que es el pueblo perdido e incluso un poco maldito donde sucede todo.

(Un poco maldito, acabo de decir, pero siempre que se entienda que estamos hablando en todo caso de una maldición amable, de un terror gozoso. Lo que encontramos en Huaiquín sería algo así como un Twin Peaks contado por Álvaro Cunqueiro).

A través de constantes saltos adelante y atrás, de prolepsis y de insistencias (amplios movimientos temporales que, supongo, explican el título), el retrato-robot del lugar y de todos los miembros de esa familia (que, debido a un caso de bestialismo, adquiere a partir de cierta generación un gen de conejo…) va quedando nítidamente hecho. Pero, como explica Julia Viejo en la solapa, a esa habilidad en la arquitectura del relato hay que sumarle la verdadera magia de este cuento, que es la gracia con la que está contado, la multitud de detalles menudos y rápidos que (acaso por aquello de los conejos) saltan por todos lados, los aciertos léxicos bastante insólitos (como cuando Dios “agenda” una tormenta) y los hallazgos en la concepción del mundo, una mirada que se basa, para entendernos, en el realismo mágico, en la pequeña deformación de las leyes físicas del mundo para poder acceder a leyes no menos firmes pero mucho más misteriosas y mucho menos obvias.

Así, por ejemplo, sucede que la familia Quiñones (una de las más poderosas de Huaiquín, por haber, digamos, “secuestrado” el único tramo de río que sobrevivió a una sequía, una mínima veta de agua que, sin embargo, se convierte en necesaria y, por tanto, adquiere fama de milagrosa o por lo menos medicinal…) vive en un edificio bamboleante, blando como los relojes de Dalí, que se mueve o tambalea levemente como si fuese un pequeño terremoto en sí mismo, o, mejor, como si hubiese por la zona un seísmo que sólo afectase, de manera casi permanente, a una sola construcción del pueblo.

Hay personajes que, como casi siempre en este tipo de historia, conversan directamente con Dios (quien, sin embargo, tiene un carácter bastante distinto a lo que teníamos entendido, o unos recursos inesperados); hay suegras y nueras que no sólo no se odian, sino que se besan y manosean con deseo, incurriendo a la vez en el lesbianismo y en el incesto: un premio doble; hay gallos estupendos que se despiertan tarde, o hay un desdichado muchacho que, “aprovechando la intimidad que da lo abisal” (inciso sabio donde los haya, aparte de literalmente profundo), da un beso en el fondo de una piscina a una chica, pero no a la que él pretendía, sino a su hermana, aunque ésta lo recibe con tanta aparente alegría que ya se casan y pasan juntos toda la vida

Todo es así en El vaivén, y todo es, sobre todo, ágil como una ardilla, breve, tragicómico, ligero (que no leve), fugaz. Toneladas de tiempo se concentran en dos líneas; historias muy complejas se resuelven con pocas palabras (pero de modo en absoluto superficial); a los personajes bondadosos o trabajadores, especialmente a los femeninos, se les rinde un homenaje frágil pero sincero (que, me parece, salta de un modo más firme a la dedicatoria del libro), y a los malvados se les despacha sin apenas hacerles caso, sin concederles la recompensa de la atención: básicamente se pasa de ellos lo más velozmente posible. Si un joven, por ejemplo, viola a su prima, merece más silencio y laconismo que adjetivos o explicaciones.

En relación a esto último, tampoco hay por qué ocultar (ya que lo desvela el texto de la contracubierta) que lo que se cuenta en El vaivén es también la historia de una gran conspiración de ellas contra ellos (y muy en concreto contra un “él” que, como una enfermedad hereditaria, va contaminando a buena parte de los hombres de la familia), una conjura femenina que es tan prolongada como, al parecer, improvisada, no declarada, tácita, natural.

Y eso hace, entre otras cosas, que, como si estuviéramos en la última novela de Irene Solà, todas las muertas de la familia sigan a su modo muy presentes, fantasmas a la espera de que se termine ya no sólo el famoso patriarcado, sino directamente cualquier vestigio de masculinidad.

Susana Merchán se convierte así en la archivera de un pueblo que jamás existió, y en la cronista oficial y rigurosísima de hechos no sólo imaginarios sino bastante disparatados. Pero eso no es un modo de escapar de la realidad o de huir de la Historia, sino (unas vacas por allí, unas voces por allá…) una forma de abordarlas o comentarlas de un modo especialmente indirecto, digresivo y elegante, elusivo pero atento, y sobre todo imaginativo, afectuoso y afilado.