A Consuelo Argüelles la memoria le fluye extraordinariamente. Con 96 años, ha escrito un libro, que mantiene celosamente a buen recaudo porque no quiere publicarlo. Partió en 1937 como uno de los "niños de la URSS" en plena Guerra Civil española. Recuerda gratamente el recibimiento y, sobre todo, la oportunidad que recibió una familia humilde para volver a España con una buena formación. "Nunca imaginaba que vivía en una dictadura". "Los pobres niños no ven lo sanguinario que es, y yo a Stalin lo veía como el padre de toda la población rusa". La asturiana, que ha heredado en acento de Palamós donde los avatares laborales la radicaron en 1960, relatará su fascinante vida en el II Foro Democracia y Totalitarismos este lunes en la Diputación Provincial.
Consuelo vio la luz en Gijón en el seno de una familia que sería de cinco miembros, su padre carpintero y su madre una buena modista. Se adentró el progenitor, Horacio Argüelles, en los sindicatos muy joven y participó en la Revolución de Octubre de 1934, dentro de las Alianzas Obreras (UGT, CNT y el PSOE). Huyó a Francia, donde convivió con otros políticos y fueron a la URSS hasta la victoria del Frente Popular, dos años.
En la Guerra Civil, formó con otros dos compañeros el Regimiento Máximo Gorki y el 25 de febrero de 1937 cayó en el frente. La familia fue incluida en el listado para salir a Rusia, y partieron el 23 de septiembre después de una odisea en el barco por la persecución, entre otros, del almirante Cervera. Recalaron en el Hotel Octubre de Leningrado. Allí, fueron recibidos "con muchísimo entusiasmo, muchísima gente, bajamos como 'paletillos' con bultos de ropa..." Habían zarpado de Gijón mil personas aunque algunos se apearon en Francia.
Su madre había quedado en tierra y fue a Valencia. "Estaba relacionada con el partido y, cuando tomaron Gijón, trabajaba como enlace con otros grupos". En la capital levantina estuvo relacionada con el Partido Comunista. "Ella se había quedado sin marido y sin hijos, sabía lo que iba a pasar por ser la mujer de mi padre". Los nacionales "la devolvieron a Gijón", donde su casa ya estaba ocupada con todas nuestras pertenencias. Se trasladó a una pequeña vivienda con su suegra.
"ATENDIDOS COMO PRÍNCIPES"
Una casa de niños cerca de Moscú les acogió en su primer invierno, donde les arroparon y escolarizaron. En el barco, habían encontrado a una tía suya, hermana de su padre y soltera, pero se tuvieron que despedir porque ella había de residir en Leningrado. Al terminar el año escolar, arregló todo y fue con un responsable soviético para llevarlos a Leningrado, aunque el pequeño tuvo que ir a Pushkin, a media hora. "Muy bien, estábamos atendidos como príncipes".
Allí disfrutaron los tres primeros años antes de empezar a la Guerra Mundial. En 1941, en vacaciones, estaban en la misma frontera con Finlandia y ya escucharon los aviones alemanes. Tras diversas vicisitudes, ya entre koljós diversos y pequeñas trincheras, en septiembre tomaron el tren para llegar a la parte siberiana en la vertiente de los Urales.
"Todos pudimos ser algo por estar allí. Aquí hubiéramos sido probablemente niños de poco oficio como nuestros padres". Su hermano mediano fue Ingeniero de Minas (así le reconocieron el título a la vuelta), Consuelo estudió Humanidades y el pequeño Arquitectura. Sus dos hermanos se casaron en Rusia con españolas, el mediano con una ingeniera de telecomunicaciones (Margarita) y el tercero con una ginecóloga.
Sus buenas calificaciones le permitieron elegir y ella fue a Ucrania, donde trabajó los años que restaron hasta llegar a España, en concreto en la región de Lugansk, hoy prorrusa. Sus hermanos fueron a Tula, donde su tía Fina les ayudó a cuidar a sendos hijos que concibieron sus mujeres.
REENCUENTRO CON SU MADRE
Desde Argentina y Francia, recibieron cartas de su madre en las que contaba sus penalidades. La encarcelaron en Gijón y en Madrid, donde padecía interrogatorios sobre su marido y su propia actividad como enlace entre organizaciones de la resistencia. En la capital, conoció a una "familia muy humanitaria" que llevaba comida y ropa a los presos. "Ayudaron a mi madre y se hicieron muy amigos".
Tiempo de retorno. En noviembre de 1956, en la tercera expedición, los hermanos zarparon desde Odessa y en Estambul unos funcionarios les tomaron datos. El destino era Valencia, pero, coincidiendo con la sublevación de Hungría contra la invasión soviética, se habían preparado manifestaciones y desembarcaron en Castellón, donde fueron alojados en el Hotel Cofrentes. En el puerto, reconocieron con alborozo a su madre, "con una chaqueta roja y dando saltitos". "Se arreglaba cosiendo como una loca para poder vivir".
De Cofrentes a Gijón, pero el hermano mediano, ingeniero de minas, fue a Bilbao porque su mujer era de la ciudad vasca. El arquitecto se empleó en un estudio en Oviedo y Consuelo en Almacenes Simeón, "a empaquetar y otros trabajos nada importantes".
Fue convocada una convalidación de títulos que defendió exitosamente. Consuelo no quería dar clase de historia, "porque hay que interpretarla y estos programas no me iban mucho".
Nunca ha contado ni escrito hasta esta entrevista con EL DIARIO DE HUESCA, y de hecho sus hermanos se enteraron muy tarde, que recibió una propuesta para ir a la cuenca minera de Asturias y dejar en buzones sobres que le daban. "Solamente hice eso dos o tres veces, porque cuando fui a lo de la convalidación, mis hermanos me dijeron que me quedaba con ellos en Madrid. Tenian un buen piso y un buen trabajo. Empezamos a poner anuncios y encontramos uno que querían intérpretes de ruso y español, en la Costa Brava".
RADIO LIBERTY
Era Radio Liberty. "Si es antisoviética, no quiero", fue su primera reacción. "Pero eran como 5.000 pesetas anuales, que no eran nada de otro mundo pero comparado con el trabajo de empaquetadora en Gijón, sí". Le aseguraron que la cadena "no hace propaganda, es para informar de las cosas que en la URSS no se reciben. Cómo se vive en Occidente. Claro que era de propaganda. Pero yo no lo noté trabajando. Escribían programas en Munich porque la redacción central estaba en Munich y nos mandaban los textos para traducirlos del ruso al español, y lo mandaban al Ministerio de Información y Turismo".
Hicieron pruebas a diez candidatos y cogieron a cuatro de los repatriados. En un paréntesis, tras unas revueltas estudiantiles, un chico le pidió que testificara contra la acusación de que era artífice de los tumultos. "Yo tenía que decir que no, que él estudiaba en la universidad, pero en cursos de mayores". Con otro compañero de universidad, fue a dar testimonio. No les llamaron porque en juicios sumarísimos no aceptaban testigos. "No tuvimos que declarar, pero estábamos súper fichados".
El salto a Radio Liberty, animada por su cuñada, fue el inicio de una nueva vida en Palamós. Se casó con el que fue su marido hasta el fallecimiento, que trabajaba en los transmisores. "Nos quedamos hasta que me jubilé", desde 1960 hasta 1992. "Estaba muy bien en la radio. Sólo tenía que traducir. A veces sustituíamos a alguien para locutar alguna cinta, pero todos los textos venían de Munich. Al principio venían en aviones, y luego hicieron una línea especial" hasta Pals, donde estaba la emisora.
En Palamós sigue residiendo, "estoy muy a gusto". Su hija mayor, que fue a Alemania, también murió aunque dejó un nieto que va a verla cada año. Tuvo tres retoños, una tiene una floristería y el otro trabaja en Siemens, aunque el teletrabajo le permite pasar temporadas largas con su madre.
Retornó dos veces ya no a la URSS, sino a Rusia, la primera nada más jubilarse en 1992. Le regalaron un álbum lleno de fotos, "siempre lo miro, me acuerdo de ellos y me escribía con varios, pero al entrar en Radio Liberty dejé toda la comunicación por no comprometerlos. Luego me enteré de que Gorbachov, estando en Crimea, se enteró del golpe de estado contra él a través de Radio Liberty. Es una emisora de propaganda, pero tenían prohibido los redactores hacer propaganda abierta. Decían que los oyentes sacaran las conclusiones. No se traslucía ninguna propaganda, pero subyacía cuando decían que tan bien vive un granjero de California, que le va mejor que decir que el régimen soviético es un desastre, porque los soviéticos son muy patriotas y quieren mucho a su país y a todo lo que representa".
VEINTE AÑOS QUE DEJARON HUELLA
Recuerda Consuelo Argüelles la casa de niños número 8 de Leningrado en que empezó su peripecia en la URSS. Hubo de todo en su desplazamiento hacia las regiones siberianas. "En los trenes lo pasábamos fatal, porque íbamos apretados. Se dedicaban a sacar heridos y llevar gente al frente. Y nosotros en retaguardia estábamos obligados a sufrir esta incomodidad, quizás un mes entre una ciudad y otra".
En el balance de su estancia en la URSS, "yo diría que los que fuimos éramos todos hijos de gente humilde, trabajadores y aquí nunca hubiéramos podido tener todas las atenciones que tuvimos. Prepararse para la vida. Todos pudimos estudiar y el que no quería iba a trabajar, pero si querías estudiar acababas la carrera. Llegábamos formados, éramos tres hijos de un carpintero y una modista, dos llegaron a ingenieros, un arquitecto, una ginecóloga y yo, todos enseñanzas superiores. Las atenciones, incluso durante la guerra que lo pasamos mal, siempre eran incluso mejor que a los rusos. Los niños rusos estaban con su familia. Aunque al principio lo pasamos mal porque habíamos salido con ropa de verano, pasamos el primer invierno sin ropa de invierno. Poníamos mantas, nos tapábamos como podíamos. Pero estaba todo el país igual o peor".
Una directora procuró al final vestimenta, leche, cereales, calzados y libros para los españoles. Tras el primer año, "íbamos igualitos que todos los rusos, nosotros con todo nuevo".
Cambia el tono alegre cuando remiembra las ausencias. Su hija mayor, su marido (Arturo Díaz, sevillano), su hermano el mediano (Horacio) y su cuñada. "Tengo a mi hermano pequeño el arquitecto, la ginecóloga y yo (José Manuel aunque le llamamos Pepe y su mujer Elena Martínez) de los que fueron". Cada hermano tuvo una hija nacida en la URSS, Chelo (arquitecta) y Lola (trabajó en la banca).
La memoria de Consuelo es prodigiosa, tanto como la fortaleza de sus principios. "¿Que hubo de todo? Pues claro, sobre todo en la guerra, los que no tenían posibles pues procuraban como fuera alimentarse. Yo estoy muy contenta. Como mi padre pasó allí dos años, cuando volvió nos cantaba canciones, nos contaba cosas y nos decía que Rusia es el país del proletariado (que no entendíamos nada), todos tienen los mismos derechos, todos son iguales... Yo creo que quería decir que todos eran iguales físicamente. Sólo puedo dar gracias por esto que nos pasó. ¿Que lo pasamos muy mal cuando quedamos separados de mi madre? Claro que sí, muy mal. Al principio, yo me tapaba cada noche, pero veo que otras también se tapaban y también llorarían".
Con los años, "todo queda más lejano. Después he estudiado bien, he trabajado bien". En el baúl de sus recuerdos, incluso uno singular: "Ya me iba a casar con uno del pueblo donde yo trabajaba, vino incluso a Moscú para conocer a mis hermanos. Yo tenía dudas, porque teníamos para dentro de tres o cuatro meses que casarnos. Él no quería que yo me marchara. Se llamaba Andrei. Le decíamos que tenía que comprender que nuestra madre nos llevó a todos. Y mi tía decía que, si Chelo no va, yo no voy, pero lo decía para convencerme, claro. Dije: sí, yo voy y veremos cuando pase un tiempo. El amor es muy fuerte, pero se puede vivir, encuentras a otro, pero la madre estuvo 19 años esperándanos y tenía no sólo el deseo sino el deber, que fue lo que venció. Y, aunque le prometí que si podía o veía bien volvería, no. Estando en España y con mi gente, meterme en un pueblo pequeño y estar sola... Dije: vamos a romper un poco el corazón y ya veremos".
LA FALTA DE LIBERTADES
Una pregunta nuclear y una respuesta sincera: "Claro que había falta de libertades, pero es que eso lo vas impregnando desde niño y ves que todo eran buenos recibimientos. Te vas metiendo en esa vida. En la prensa, no te ponían que en Estados Unidos la gente vive bien. Sólo ponían que los capitalistas explotaban a los obreros. Ya sabemos cómo es la propaganda".
Continúa su razonamiento: "Nunca imaginaba que vivía en una dictadura. Luego, cuando empiezas a conocer las realidades, lo ves, pero, de todas formas, siendo una dictadura, tengo que diferenciar por ejemplo una de Hitler con una en Rusia de Stalin. Me enteré luego y fue para mí como un descubrimiento que no pude entender nunca cuando salió el culto a la personalidad, los crímenes, los gulags... No teníamos ni idea, estaban ensalzando allí a los pequeños héroes, todo eran manifestaciones, banderas, desfiles, fiestas nacionales...". Eran conscientes de que sólo salían al extranjero los recomendados.
"Es como si no lo echáramos de menos, estábamos tan acostumbrados... Eso me lleva a pensar cómo fue con lo de Hitler, porque si también los niños que crecieron en ese régimen que cuando empezó Alemania, no había trabajo y Hitler les dio trabajo, les engañó a todos. Todos vieron que era un benefactor para la población. Los pobres niños no ven lo sanguinario que es, y yo a Stalin lo veía como el padre de toda la población rusa hasta que salió todo a relucir". Cuando ella estaba, "ni la palabra disidente existía. Veíamos todo lo bueno. En aquel pueblo daba clases de constitución, como si fuese de marxismo a una escuela de chóferes. Te daban trabajo para aleccionar a los colectivos".
Sus años en la URSS, expone, se sustanciaba siempre en colectivos. Primero en casas de niños, luego la residencia universitaria, "incluso cuando trabajaba no tenía mi casa particular. Cuatro habitaciones en un lado, tres en otro, y en cada habitación vivíamos dos o tres maestras de la misma escuela. En otras habitaciones ya vivían maestras pero con su familia o hijos. Siempre nos ayudábamos unos a otros. Si uno tenía algo, lo compartía con los demás. No éramos egoístas. Grosso modo, éramos altruistas, marxistas, leninistas..." Ríe para acabar. Casi 97 años de una lucidez que se va a poder disfrutar este lunes en Huesca.