La llegada del mes de febrero hace cien años (1924) traía la noticia de la preparación y la adopción de un nuevo calendario, que sería mundial y perpetuo, de 12 meses y de trimestres uniformes; se informaba dentro de la noticia que se debía este cambio a un plan que había sido acogido en la mayoría de los países, y, en especial, en el viejo continente, donde desde hacía tiempo existía un comité que trabajaba activamente para que los gobiernos y estados lo apoyaran.
Ciertamente, desde 1900, diversas asociaciones comerciales, eclesiásticas, industriales y científicas venían discutiendo sobre el asunto de la “reforma del calendario” y recomendando que se celebrara un Convenio Internacional. La idea fue presentada a la Liga de Naciones, en 1922, que la sometió al estudio de su Organización en el VIII encuentro de Comunicaciones y Tránsito. Esta a su vez la entregó para su estudio e informe, a su Comisión Consultiva Técnica, que la examinó con interés, celebrando diversas reuniones y la entregó a un Comité de Investigación compuesto por tres eminentes personalidades eclesiásticas, el presidente de la Academia Dei Nuovi Lincci, el Director del Observatorio de Atenas, el Secretario de la Real Sociedad Astronómica de Londres, más tres ilustres hombres de ciencia, designados por la Comisión Consultiva Técnica. Por su parte, el Secretario General de la Liga de Naciones, pedía informes y opiniones sobre la materia en debate, a varios gobiernos y corporaciones religiosas. También se mandó un interrogatorio, sobre el mismo tema, a un gran número de asociaciones internacionales.
El tema venía de antiguo con el extraordinario trabajo de Marc Mastrofini, quien en 1834 daba los primeros pasos hacia la reforma en la admirable exposición hecha en su libro “Amplissimi frutti da raccogliersi sul calendario gregoriano perpetuo”, hasta el purpurado de la Iglesia Católica, cardenal Mercier que llegó a presidir en París las sesiones de la Comisión 32 de la Unión Astronómica Internacional, y solo abandonó tan elevado cargo por estimar que no tenía la suficiente preparación astronómica para poder ser útil a los astrónomos que asistieron a dicha asamblea.
Se consideraron y examinaron 151 proyectos de reforma, que fueron enviados desde 54 países, y en su informe la Liga de Naciones después de eliminar un gran número de proyectos que se consideraron impracticables recomendaba su examen a los diversos países, después del Congreso celebrado en Roma, cuyas conclusiones fueron adoptadas en la reunión de Ginebra: Primero.- Adopción de un calendario perpetuo, dividido en 52 semanas, mas uno o dos días suplementarios. Segundo.- El 1º de Enero pasaría a ocupar el lugar que ahora tiene el 22 de Diciembre. Tercero.- Los 364 días estarían divididos en cuatro periodos de 91 días, sin excluir una división auxiliar en periodos de 14 días y de 28 días. Con ello, la Liga de las Naciones tomaba la iniciativa de ofrecer un hermoso obsequio a la humanidad, siempre, y desde luego, si las autoridades de la Iglesia Católica consideraban seriamente el asunto de abandonar la parte lunar del Calendario Eclesiástico, dejándolo así reducido a un calendario puramente solar, pues se consideraba que la influencia perturbadora de la luna errante había sido siempre una carga pesada para la Cristiandad durante más de dieciséis siglos.
La prensa española matizaba la noticia diciendo que la transformación quedaba así, dentro de la esfera de acción y se podía llevar perfectamente a la práctica, sin producir alteración alguna en el Calendario Civil. La prensa altoaragonesa opinaba sobre el contenido de la noticia diciendo que; si la cuestión de la distribución metódica del tiempo, que tanto interés y transcendencia tendría en una nueva fase de mayor perfección y uniformidad, se esperaba que con ello, la Humanidad obtuviera grandes beneficios y ventajas.