Que uno es de donde hace el bachillerato se lo oí comentar más de una vez a una de las personas que me han impresionado de verdad en estos ya muchos años que me ha tocado vivir: Alberto Gil Novales. Quien citaba a algún nombre más sonoro que he olvidado como autor de la frase. A mí me toco el bachillerato en el seminario salesiano de Gerona y en esos años se forjaron algunas de mis más sólidas amistades que siguen hoy tan vivas como en aquellos lejanos años cincuenta y sesenta del pasado siglo.
Graus fue, después del bachillerato, el espacio en el que encontré otros de mis mejores amigos. Corrían ya los setenta y había comenzado una andadura expositiva que tampoco me iba a conducir a ningún final previsible, como reza una de las primeras piezas artísticas –la de Jorge Barbi en Roda–, con las que la Diputación de Huesca sembró de modernidad distintos puntos de la provincia como anticipo de lo que sería finalmente Arte y Naturaleza.
Varios veranos expuse dibujos y pinturas en Graus, en el grupo escolar o en el Ayuntamiento; incluso hubo una de las fiestas de septiembre en la que el Llibré se ilustró con algunas de mis plumillas de La Peña, el Barrichós, la Plaza Mayor, el puente antiguo al que se acude a recibir a los gaiteros de Treserras en las primeras horas del jolgorio festivo…
No hace mucho leí un frase lapidaria que entendí afirmaba que las verdaderas amistades no necesitan permanecer en el espacio ni el tiempo que vivimos. Que esa proximidad temporal y espacial puede desaparecer sin que la distancia o el paso de los años consiga erradicar la verdadera amistad. Supongo que la infancia y la juventud son caldos de cultivo adecuados a la conservación de la amistad.
Los años de Graus son los años de mi juventud (esos que ahora parece que siguen siendo parte de la infancia…) y allí nacieron algunas de mis más enraizadas amistades con las que, en algún caso, no he necesitado volver a tener casi ningún contacto sin que hayan dejado de ser por ello algunos de mis mejores amigos y amigas. De las amenas tertulias del López con los mayores a las no demasiado sensatas salidas nocturnas con los más jóvenes…
No fue el caso de Antonio Angulo a quien conocí por entonces pero con el que mantuve un espacio y un tiempo común a partir de los años ochenta. Colaboré con su periódico siempre que me lo pidió y en otras publicaciones como Huesca de la A a la Z, para la que colocó una plumilla de mi mano en cada fascículo. En la contraportada de la edición uno de mis rincones preferidos de Graus: el arco de la calle del Prior que da acceso al camino de la Peña desde la parte alta de la calle Barranco.
Hubo un incremento notable en nuestra relación cuando la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza decidió nombrarlo en 2012 Académico de número delegado en la ciudad de Huesca, medalla que había tenido el privilegio de portar los veinte años anteriores, desde 1992. Nunca condujo y solíamos acudir en mi coche a las reuniones en Zaragoza repasando asuntos ciudadanos o universales tras recogerlo en la esquina de la que sería luego su calle.
Sus opiniones siguieron siendo una parte importante de mi manera de entender las cosas antes de sufrir el ataque de absurdo en el que me muevo los últimos tiempos. Cada invierno se convertía en mi proveedor de trufa de la de toda la vida, esa que ha constituido de antiguo una historia de misterio a la que en ocasiones asistimos accidentalmente con mi hermano Julio en algún almuerzo de fin de semana en el Lleida, cuando nos dedicábamos a recorrer la provincia para elaborar con líneas en mi caso y palabras en el suyo los Rincones del Alto Aragón; con ella he preparado los últimos años la pócima que da un toque diferente a los no demasiados guisos que me atrevo a cocinar.
Los últimos meses nos veíamos menos, pero sí coincidimos más de una vez en la terraza de la plaza de San Antonio, rodeado de su grupo de íntimos. El pasado otoño a falta de la trufa –que sabía no me iba a poder proporcionar– me regaló un cordoner del santo Cristo. Siempre me he negado a llevar cadenas, cordones, pulseras, collares o anillos… pero el cordoner del Santo Cristo de Graus y de Antonio sigue en mi muñeca para poder recordarlo cada día, como hoy que hubiera cumplido años.