Era denominado “penitente”, Poenitens, el que estaba arrepentido o arrepintiéndose de algo moralmente indiferente, así como la Poenitentia era el arrepentimiento de haber hecho algo que no había sido bueno.
La clave histórica de este término de “Penitente” deberemos de buscarla entre esos momentos en que Constantino el Grande proclama el cristianismo religión oficial del imperio romano, hasta muy adelantada la Edad Media. Salvo algunas intermitencias en espacio y tiempo, la jerarquía eclesiástica colabora de forma importante en la gestión del estado, siendo además una parte de ésta la administración de justicia. Así es como, en esta formulación, la justicia encomendada a la iglesia devino “Penitencia”: la prueba más apodíctica de que el objetivo último de la justicia administrada por la iglesia nunca fue el castigo por el castigo, ni mucho menos la venganza, antes bien, el arrepentimiento y la reinserción del reo: la metánoia , el cambio de actitud que llamaban los griegos y que los latinos tradujeron como poenitentia, ya que en ella iba implícita la expiación del pecado.
Es esencial destacar el carácter paralitúrgico de estas manifestaciones de pública penitencia, cuya principal connotación es el hecho de que no se desarrollen en la iglesia, sino en la calle, que en estas manifestaciones públicas no haya en ellas ni sombra de la iglesia oficial y litúrgica; que no tengan lugar en ellas ni las oraciones de la iglesia, ni sus cantos, ni siquiera sus bendiciones, pues esto fue porque los penitentes eran proscritos: Así es como tenemos en el siglo IV a Fabiola, luego santa por la vida edificante que llevo y que moría hacia el año 400, ella es el primer prototipo de la penitente:
“Vestía de saco para dar público testimonio de su error, el día de antes de Pascua, en la basílica de Letrán, estaba en el lugar de los penitentes con el vestido andrajoso, la cabeza desnuda, la boca cerrada. No entró en la iglesia del Señor, sino que ahí estaba separada, para que aquella a la que el sacerdote había expulsado, ese mismo la llamara de nuevo.....
No estaba en el siglo IV instituida la Semana Santa, pero ahí estaban ya los penitentes, fuera del templo, se multiplicaban las penitencias públicas y estas darían lugar a singulares procesiones penitenciales. En ellas, el oprobio de la exhibición pública de la condición de pecador. Con esta premisa, el penitente debía de recorrer cuatro estaciones o estados de penitencia que le llevarían posteriormente al perdón. La duración de cada una de ellas venía determinada en la misma penitencia. La primera estación era el “Llanto”: el penitente debía de estar en pie a la puerta de la iglesia, a imagen y semejanza de los mendigos, suplicando a los fieles que entraban en el templo a Misa para que rogasen por el perdón de sus culpas o pecado, ya que a él como pecador le estaba prohibida la oración. Es por esto que, cuando luego hacen procesiones, no habrá en ellas oración. La siguiente estación es la “Audición de la Palabra” desde el pórtico, pues no pueden entrar. La siguiente, es “La entrada” en la iglesia desde el nivel más bajo o sumisión, pues antes de empezar el Canon de la Misa, tenían que volver a salir con los catecúmenos. La cuarta estación es “La Congregación”, es decir, la admisión ya con el resto de los fieles. Y como la culminación de todo el proceso, el ser admitido el penitente a la comunión, pues sólo así quedaba definitivamente libre de su culpa y de la pena. La Semana Santa era el momento culminante y solemne de la penitencia, de su exhibición pública, pero sobre todo de lograr el perdón y dar los pasos desde una estación de oprobio, al estado de gracia.
La clave de los “Penitentes” que vemos durante la Semana Santa, no está ni en la voluntad, ni en el capricho, pero menos todavía en un efecto escenográfico, sí que está en la historia de una institución tan importante en la iglesia como el rito y el sacramento de la “Penitencia”. Pero sobre todo, en esos “Penitentes” que salen en procesión con hábitos de distintos colores porque, las congregaciones o hermandades de penitentes, anteriores al siglo XII, se distinguían así unas de otras en el color de sus hábitos y tenían su sede en distintas iglesias, de las cuales incluso tomaban el nombre. Y salían precisamente en Semana Santa, porque eran los días marcados de la “penitencia” en toda la cristiandad, porque era además la “Semana de los Penitentes”, así llamada en algunos lugares en los que unas congregaciones salían el Jueves Santo, otras el Viernes Santo y otras el Sábado Santo. Habían sido expulsados de las iglesias por sus pecados, y si hablamos con rigor técnico, diremos que en realidad habían sido excomulgados, y por ello, su lugar era la calle, en donde mostraban y arrastraban su dolor asociándolo al dolor de Jesús crucificado. Eran los días del dolor y del perdón.