Nacido en la Villa de Hecho, estudió D. Raimundo Sanz en la Universidad de Huesca Humanidades y Filosofía, aunque con mejor disposición para otras Ciencias, adquiriendo notables conocimientos matemáticos, lo cual, unido a su genio e inclinación, le hicieron ingresar a este cheso en el Regimiento Real de Artillería, donde con su dominio de idiomas (Latin, Francés e Italiano) le permitieron adentrarse en otros campos, tales como la pirotecnia, minas, fortificaciones, arquitectura militar, táctica y estrategia y otras materias, que unido a su recia disciplina y espíritu de trabajo, lograron que su formación como oficial de artillería fuera muy sólida, así, durante 16 años ejerció de minador, actuando en la conquista de las dos Sicilias en 1734, la toma del Castillo de Bayas, la construcción de minas en Castelnovo y en el sitio del Cartel del Ovo. Más tarde, estuvo en la expedición a Reggio di Calabria y en el choque entre las fuerzas españolas y alemanas. Participó activamente en la toma del castillo de Schillo en Calabria y en el sitio de Gaeta en la región de Lazio. Desde Italia pasó a la isla de Sicilia a mediados de agosto de 1734, participando en la demolición de Buxop y en el sitio de Cartel-a-Mar en Palermo, construyó las minas del baluarte y del estrecho de Blasco de Terranoba en Mesina, como igualmente hizo en el sitio de la plaza de Siracusa. Ascendido a teniente de Minadores el 29 de noviembre de 1739, demostró su valor, manejo y efecto de sus Obras de Minas, al igual que en otras maniobras de Artillería y precauciones respecto a las bombas y otros fuegos de artificio, llegando en 1748 al grado de capitán del cuerpo de minadores del primer batallón de Artillería.
Siendo comisario provincial de Artillería en Cádiz, y debido a su constante preocupación por la enseñanza militar, que en aquellas fechas carecía totalmente de tratados españoles, recibió permiso y autorización del rey para escribir y publicar su “Tratado de Minas teórico práctico” que incluyó en los cursos de artillería de las Academias Militares de Cádiz y Barcelona. Fue ascendiendo por todos los Grados Militares hasta llegar a Mariscal de Campo de los Ejércitos de S. M. Por su acreditada inteligencia en las disposiciones que se tomaron para la fundición de Artillería, fue nombrado director de la Real Fábrica de Artillería de Sevilla, siendo el primero de los directores con verdadera preparación técnica procedente y demostrada en los Colegios de Matemáticas, lo cual le situaba en conocimientos a la altura de sus colegas extranjeros, dirigiendo esta Fundición hasta el 14 de junio de 1775, establecimiento militar que honró su memoria, construyendo un modelo de cañón en 1812 que recibió el nombre de “Sanz” en memoria de este altoaragonés.
Caballero del Hábito de Santiago, dio en 1776 a la imprenta de Eulalia Ferrer de Barcelona una obra en 4º de 286 páginas, ilustrada con 24 láminas explicativas, que en su afán divulgador y de magisterio llevaba por título “Principios Militares” en que se explican las operaciones de la guerra subterránea, o el modo de dirigir, fabricar, y usar las Minas y Contra-minas en el ataque y defensa de las Plazas. Trabajo dirigido y dispuesto para la instrucción de la juventud del Real cuerpo de Artillería.
Su obra principal es “Diccionario Militar”, recolección alfabética de todos los términos propios al arte de la Guerra. Explicación y práctica de los trabajos que sirven al ataque y defensa de las plazas, sus ventajas y defectos, según sus diferentes situaciones, con detalle histórico del origen y naturaleza de diferentes especies, tanto de empleos antiguos y modernos, como de las armas que se han usado en diferentes tiempos, que vio la luz en la Oficina de Gerónimo Ortega y Herederos de Ibarra de Madrid en el año 1744. Constituyó el primer trabajo lexicográfico en lengua española sobre el vocabulario militar, editado con licencia y privilegio regio para la impresión por diez años. En esta publicación, la obra que traduce Sanz es la de Aubert de la Chesnaye-Desbois, que había sido publicada en París el año 1742, pero en la que no se ciñe a ser una mera traducción como la mayor parte de los trabajos de este siglo XVIII, porque no se limita a traducir literalmente del original francés, antes bien, hace una adaptación a la lengua y especialmente a la cultura militar española de esta obra francesa. Trata de intervenir en su trabajo de una forma directa, adoptando claro está, una serie de decisiones, que dan posibilidad al surgimiento de un repertorio lexicográfico en lengua castellana muy alejado del idioma francés que lo motiva. Elimina toda referencia a la historia o instituciones francesas, para concretar un uso o función militar con una definición netamente española, ampliando más si es posible la realidad militar.
Ciertamente, nada más acceder al trono de España, Don Felipe V, que fue el primero de los Borbones, tomó la decisión de emprender una profunda reforma en las distintas instituciones militares españolas, introduciendo cambios importantes, siendo quizá la más novedosa la remodelación del sistema de formación, estableciendo unas escuelas en las que se impartirían enseñanzas a los oficiales del ejército: Artillería en Segovia, Ingenieros en Barcelona y Alcalá, Caballería en Ocaña e Infantería en Puerto de Santa María, dando a la enseñanza impartida en estas escuelas o academias un carácter eminentemente técnico, porque los oficiales deberían dominar tras su paso por estos centros, ciencias como las matemáticas. geometría, física, astronomía y química. Ahora bien, el mayor problema con el que se enfrentaba el profesorado para la enseñanza de estas materias científicas y técnicas era la escasez de manuales y obras de referencia en castellano, teniendo que recurrir en numerosos casos a la traducción o adaptación de obras extranjeras.
En esta situación, el “Diccionario Militar” de Raimundo Sanz, al que algunos han visto como una de las muchas manifestaciones del proceso de intenso afrancesamiento al que tanto España como el resto de Europa, se vieron sometidas en el siglo XVIII, esta opinión quedaría descartada con la manifestación de alejamiento del autor de esta corriente traductora, máxime, cuando asegura en la declaración de intereses que forma parte del prólogo de su obra, que su “deseo es dar gusto a los que ya saben y que sirva de enseñanza a los que empiezan a servir”. Este proyecto de Raimundo Sanz, así como el texto que le sirvió de fuente, colmaba ese gusto intelectual y didáctico de la ilustración.
La obra tuvo una nueva edición en 1794 en Barcelona en la Imprenta de Juan Piferrer Aunque el texto del diccionario es idéntico en las dos ediciones, la primera de ellas añade las siguientes secciones: «Dedicatoria a D. Nicolás de Carvajal»; «Aprobación del M.R.P. Fr. Francisco Galindo»; «Aprobación de D. Pedro Locuze»; «Aprobación de D. Bernardo de Berart»; «Cédula Real»; «Fee de erratas»; «Suma de la tasa» y un «Prólogo» del autor. El carácter didáctico del diccionario es confirmado en las aprobaciones de Pedro Locuze y Bernardo de Berart, quienes también nos ofrecen una valoración inicial de la obra cuando aseguran: “Todo está escrito con magisterio, claridad y acierto; el estilo es natural y suave, proporcionado para instruir, sin el fastidio de llano ni obscuridad de profundo. La brevedad es otro primor que se conforma al espíritu de la juventud militar, a quien principalmente se dirige esta obra. Obra que no ceñida a los límites del título, es más instructiva que lo que este ofrece. Utilísima a los de la profesión militar”.
Contando esta publicación con numerosas reediciones, cabe destacar en el contexto de la lexicografía los trabajos efectuados por Gago Jover, J.I.Pérez Pascual, M. Sanchez Orense, y Tejero Herrero, quienes con sus estudios pormenorizados mantienen hasta la más reciente actualidad, vivo e interesante el trabajo de este Cheso que recibió su formación en la Universidad Sertoriana de Huesca.