Perteneciente a un linaje que se documenta en Huesca desde el siglo XIII, micer Pedro Tarazona nació en esta ciudad y entró de colegial en el Imperial de Santiago, centro adscrito a la Universidad de Huesca o Sertoriana en 1601. En ella se doctoró en Cánones y Leyes, alcanzando posteriormente por oposición la Cátedra de Digesto Viejo, y de Instituta de esta Universidad, pasando cinco años más tarde a la ciudad de Valencia en 1606 para ocupar la cátedra de Digesto, asegura Ainsa, que allí contrajo matrimonio con doña Ángela Vallés, también de origen altoaragonés, desplazándose a Valladolid en cuya Universidad ocupó igualmente la cátedra de Digesto. De aquí partirá al ser nombrado por el rey Carlos III Oidor y Visitador de los ciudadanos de la Isla de Cerdeña en 1613.
De su estancia y relaciones con los habitantes de esa isla nos quedan referencias del bien saber hacer en la obra de su coetáneo y pariente Francisco Diego de Ainsa, quien hace referencia a que fue precisamente durante la estancia y misión que lleva a cabo este Sertoriano en Cerdeña cuando se descubrieron numerosos cuerpos de mártires de la persecución de Roma en el año 58 en esa isla, entre ellos el cuerpo de Santa María que había padecido martirio y fue hallado en una de las antiguas iglesias de Sácer en el término de la ciudad de Cáller.
En esa época de la Contrarreforma en la que se produjo una potenciación general del culto a las reliquias, la Iglesia católica defendía la veneración a los santos frente a las doctrinas protestantes, las cuales negaban el poder taumatúrgico y el papel intercesor de los mismos. El descubrimiento de las catacumbas de la ”Vía Salaria” en Roma, ocurrido en 1578, marcó el inicio de las exploraciones de la arqueología cristiana, encontrándose poco a poco los sepulcros de los primeros mártires cristianos, sucediéndose las noticias de los hallazgos en los siglos XVI y XVII.. Además de la intensa actividad literaria de Cesare Baronio, cronista oficial de la Iglesia, que en su “Martirologio Romanus” y en sus “Annales Ecclesiastici” da cuenta de inscripciones e imágenes del subsuelo romano, no es de extrañar, pues, que las jerarquías eclesiásticas sardas que conocían bien estos descubrimientos realizaran las campañas de excavaciones en la isla.
Queda constancia de que tanto el arzobispo de Sassari como su homólogo de Cáller hicieron una relación describiendo los descubrimientos llevados a cabo en sus respectivas archidiócesis, en un intento de proyectar el hallazgo de los santos mártires de Cerdeña a todo el mundo católico, unos textos que cumplieron el objetivo deseado, conservándose en las bibliotecas de Roma, Madrid y Barcelona, siendo la primera relación publicada por don Francisco de Esquivel, arzobispo de Cáller y Primado de los reinos de Cerdeña y Córcega en 1615 que está dedicada a Paulo V y dos años después salía a la luz la titulada “Relación de la Invención de los cuerpos santos , que en 1614,1615 y 1616 fueron hallados en la ciudad de Cáller y su arzobispado”. Después seguiría la obra del capuchino y teólogo Serafin Esquiro “Santuario de Caller, y verdadera historia de la invención de los cuerpos santos”. De la obra de Esquivel diremos que se corresponde a la tipología que los críticos literarios denominan de “relación extensa”, pues describe con profusión de detalles el hallazgo de los principales santos mártires calaritanos (naturales de Cáller), incluyendo pequeños grabados y letreros de lápidas de algunas de las sepulturas, además de las que denomina insignias y divisas de mártires.
El culto a las reliquias de los mártires de las persecuciones a los cristianos estaba totalmente arraigado, máxime cuando el cuerpo de un santo como reliquia llegó a ser indispensable para presidir el sacrificio eucarístico, celebrándose los misterios sobre su tumba. Puede decirse que no se concebía un altar si no era enterramiento de un santo, así fue que se hacía lo imposible por conseguir una reliquia, llegándose incluso a pagar por el cuerpo de un mártir sumas considerables, siendo su adquisición en numerosos momentos motivos de altercados incluso de combates entre distintas poblaciones que se los disputaban.
A comienzos del siglo XIII, en el IV Concilio de Letrán, se prohibía la veneración de reliquias sin “certificado de autenticidad”, prohibiendo que se expongan a la venta y las nuevamente encontradas, nadie osara venderlas, siendo necesaria para su conservación, traslado, exhibición y culto su inclusión en un relicario: urnas relicario, bustos relicario del renacimiento y otras variantes como los ostensorios, lipsanotecas, altares-relicario, cajas, etcétera. Cabe destacar el cuerpo-relicario, un objeto escultórico que fue creado para resguardar las osamentas consideradas que pertenecían a un santo mártir y que eran necesarias preservarlas dentro de una caja o urna acristalada para que pudieran además ser veneradas, conservando de esta forma con ellas la devoción. Para ello, utilizando recursos que incluían la manera de representar el cuerpo y la integración de las reliquias en él, hicieron uso de la cera, el principal material usado en esos cuerpos relicario, ya que era un material con virtudes figurativas que daban un aspecto casi mágico, por no decir casi vivo e inquietante. Además, la cera fue utilizada por sus características análogas a la carne humana, porque al representar con ella al mártir se resguardaban mejor sus huesos o reliquias. El cuerpo-relicario como objeto escultórico destaca por representar el cuerpo de un mártir anónimo, higienizado y glorificado después de sus padecimientos, mostrando una imagen que parece viva, con un gesto ambiguo entre muerte y somnolencia que algunos autores identifican como el “somno pacis”.
Siendo nombrado micer Pedro Tarazona para el Consejo de Aragón y teniendo que regresar a él, nos dice Sanz de Larrea en sus Memorias y Del Arco en Estudios, solicitó y obtuvo que se le hiciera la concesión de algunas de las reliquias que habían sido halladas, con objeto de traerlas a estos reinos de España, entre ellas el cuerpo de Santa María de Cáller, obteniendo la gracia y licencia de Cosme Scarxoni, Vicario del Arzobispado, sede vacante, de Cáller, adjuntando para su traslado cartas firmadas, selladas y refrendadas, con testimonial auténtico del virrey y capitán general, don Jerónimo Pimentel, marqués de Bayona de la Orden de Calatrava, manifestando que las citadas reliquias se habían encontrado intactas en las antiguas iglesias de San Lucífero, confesor, arzobispo de Cáller.
Los documentos de entrega a Pedro Tarazona; tanto los de autenticidad, como de autorización para su traslado, con los correspondientes avisos de veneración y respeto a las mismas, junto con la entrega del cuerpo de Santa María, fueron firmados además del Virrey don Jerónimo Pimentel con el sello real, por don Cosme Scarxoni, vicario del Arzobispo Sede Vacante, quien aclaraba que el documento era expedido por Gaspar Sirigu, notario y secretario de la Curia Archiepiscopal de Cáller y el notario Fernando Sabater, en el castillo de Cáller.
Durante el viaje de este cuerpo relicario a Huesca, cuenta el padre Morón (Agustino) que durante la navegación estalló una gran tormenta que casi hacía naufragar la embarcación. Con el fin de apaciguar la tempestad, los marineros, dentro de la superstición más profunda, y creyendo era debida por la carga (sagrada) que llevaban, buscaron las reliquias para echarlas al mar, pero no pudieron dar con ellas. Y así se salvaron. Cuando desembarcaron la caja con el cuerpo de Santa María de Cáller, estaba casi consumida por la humedad del mar y, en parte, desmembrado por los vaivenes del barco y del carro que lo transportó por tierra.
En diciembre de 1626 el notario Pedro de Santapau, de Huesca, certificaba que Pedro Tarazona y su esposa, Angela Vallés, muy afectos ambos a la Compañía de Jesús, donaron este cuerpo santo al Colegio de Huesca, para que recibiera culto en la iglesia de San Vicente, el 20 de diciembre de 1923 ante la presencia del Padre Jacobo Alberto, rector del Colegio de la Compañía de Jesús, Pedro Remón, Marco Antonio Almenara y del hermano Miguel García, y estando presente Pedro de Santapau, notario, se recibía personalmente de manos de Francisco Diego de Aynsa, ciudadano en la ciudad y en nombre de Pedro Tarazona del Consejo de Aragón, y del Consejo de su Majestad en el Reyno de Cerdeña, el cuerpo de la mártir Santa María, con fragmentos de otro mártires naturales de Cáller.
Volviendo nuevamente al agustino Padre Morón, nos refiere que estuvieron las reliquias a la llegada a Huesca, expuestas al público en una rica arqueta prestada por el Conde de Atarés, don Juan de Latrás, celebrándose oficios religiosos por el señor Obispo don Juan Moriz de Salazar y su Vicario, concurriendo numerosos fieles oscenses para ganar el jubileo y venerar las reliquias.
Durante la invasión francesa y al objeto de preservar estas reliquias se sacó la de Santa María y las de San Hororato de los óvalos en que estaban, en el altar de San José, San Honorato, al lado del Evangelio, y Santa Maria en el de la Epístola. Ambas con su “auténtica” siendo entregadas a un comerciante oscense, don Dionisio Laborda, para la custodia en su domicilio. En el año 1816, retornada a la iglesia, fue colocada la de Santa María en el altar de San Francisco Javier, pero expulsados los padres jesuitas en 1826 el obispo don Eduardo María Sanz de Laguardia sacó las reliquias y las trasladó a su oratorio, donde permanecerían hasta el día 25 de diciembre de 1826, en que fueron repuestas en el altar de San Francisco Javier.
En 1897 seguían las reliquias en San Vicente el Real de Huesca, y se expusieron en el altar del Sagrado Corazón a la veneración del público con solemnes cultos, siendo el 20 de febrero de ese año cuando el obispo don Mariano Supervía concedía a los diocesanos 40 dias de indulgencia si rezaban ante las reliquias de San Honorato y Santa María de Cáller .
Asi fue la llegada a Huesca de esta santa mártir gracias al profesor de la Universidad Sertoriana Pedro Tarazona que se sitúa el 20 de diciembre de 1623, cumpliéndose 400 años de la veneración por los oscenses.