En 1845 la Universidad de Huesca fue suprimida y media docena de sus catedráticos pasaron al Claustro de la zaragozana. En la lección inaugural de la Universidad de Zaragoza del curso 1848-1849, Javier Claver, hasta 1845 catedrático sertoriano y ahora zaragozano, apuntaba la vergüenza personal suya y del resto de catedráticos oscenses trasladados, por haber fracasado en la defensa de los derechos de Huesca. A él, hasta entonces acostumbrado a protagonizar el inicio de curso en el paraninfo altoaragonés, se le distinguía ahora con el dudoso honor de presentarse solemnemente en la capital de Aragón. Según expresa Claver, se había tratado de una guerra entre Huesca y Zaragoza y ahora los catedráticos altoaragoneses, el ejército vencido, pedían clemencia a los vencedores de las orillas del Ebro. Refleja así mismo el dolor que sintió el pueblo de Huesca y cómo se resquebrajó su esencia:
Y cuando estas verdes y deliciosas riberas del caudaloso Ebro, resonando con dulces y alegres cantos, repetían el eco de su victoria académica, la antigua corte del invencible Alonso [el Batallador], vestida de luto, hecha pedazos la joya más preciosa de su adorno, con profundos sollozos y alaridos, decía el postrer adiós a sus mentores venerandos, que, alejándose de su patria, dejaban en pos de si las más sinceras y copiosas lágrimas de sus conciudadanos. La mayor parte de la triste cohorte oscense, acompañada de escogidos alumnos, vino a Zaragoza sin otra rivalidad que la emulación, etc.
150 años después no solo se había perdido la memoria de la importancia de la también llamada Universidad Sertoriana, sino que incluso el recuerdo de su existencia había sido arrasado. Por entonces intentaban evitar el olvido laborando concienzudamente algunos investigadores (Menéndez de la Puente, Arlegui, Gracia, Lahoz y Alins).
150 años después de Javier Claver, otro profesor altoaragonés, Macario Olivera, se levantó de nuevo en el paraninfo zaragozano para pronunciar la lección inaugural del curso 1997-1998. El título de su discurso, "Humanidades en la Universidad Sertoriana", causó perplejidad entre sus profesores asistentes: ¿Universidad Sertoriana?, ¿a qué se refería este sacerdote profesor del Colegio Universitario de Huesca?, recordaba Macario. Pudo comprobar que la inmensa mayoría de sus colegas aragoneses no sabía que en Aragón había habido una universidad tan prestigiosa como la de Zaragoza –por lo menos- y más longeva en sus años de existencia.
Macario, como Claver antes, reivindicaba el valor de la Universidad de Huesca. No obstante el paralelismo entre uno y otro profesor no va más allá de las circunstancias externas. El catedrático de derecho de mediados del siglo XIX pertenecía a una clase social culta y privilegiada, mientras que el sacerdote y profesor de Filología Inglesa de finales del siglo XX procedía de una familia humilde del pueblo de Lecina. Otra línea divergente: Claver y el resto de titulares no habían hecho gran cosa por defender su universidad en 1845 y pedía clemencia en 1848, mientras que Macario defendía la Sertoriana en 1997 gallardamente en el claustro de los vencedores.
Al niño Macario (bendecido, afortunado) lo enviaron sus padres a estudiar al Seminario de Huesca, Colegio Conciliar de la Santa Cruz. En su casa no había criados ni familiares que le pudieran acompañar en el desplazamiento desde Lecina hasta Huesca. Para llegar al autobús de Colungo que le transportaba al Seminario, sus padres lo enfilaban por una senda, en plena noche, agarrado a la cola de un burro que guiaba sus tientos infantiles en la oscuridad. Como en el Seminario pasaban hambre, iba a completar su mantenimiento a casa de una tía suya en la cercana calle Pedro IV.
El Seminario de Huesca, fundado por el obispo Pedro del Frago en 1580, se convirtió en un feraz semillero de cultura y espiritualidad en la diócesis de Huesca, durante siglos. La preparación teológica venía acompañada de una formación humanístico-científica sólida. No en vano se hallaba integrado en la Universidad de Huesca. El rigor pedagógico de la Sertoriana pervivió después de su supresión en el Seminario, quedó viva de alguna manera la universidad oscense en la metodología didáctica del Seminario. Por eso podría afirmarse que Macario fue un hijo tardío del famoso Estudio General altoaragonés.
El estupor que le causó comprobar –con motivo de la citada lección inaugural- que en Aragón se desconocía la existencia de la Sertoriana le empujó a intentar remediarlo. A él que era profesor de Filología Inglesa no le arredró la tarea de escribir una historia y defensa de los derechos universitarios de Huesca. Le empujaba un amor profundo y su capacidad intelectual. El resultado fue una visión de conjunto excepcional, cuyo punto fuerte estriba –a mi juicio- en la visión de un humanista y de un intelectual comprometido. No se sustrae de manifestar sus convicciones y proyectar sus juicios.
Sus lecturas, pesquisas y reflexiones entre 1997 y 2000 dieron lugar al libro La Universidad de Huesca. Entre la memoria y el futuro, que publicó él mismo en la Huesca de 2000. Macario se sentía orgulloso del éxito de sus esfuerzos: su amplia preparación (Teología, Filología inglesa, pericia latina y dialéctica, talento docente), la titularidad universitaria y la defensa de la Universidad altoaragonesa. Seguramente tenía razón cuando se quejaba de que no llegó a catedrático por no tener padrinos, añadido al prejuicio que levantaba su condición sacerdotal.
Para Macario hay dos opciones justas en Aragón, o bien se crea una Universidad de Huesca independiente de Zaragoza o bien se unen ambas bajo la denominación de Universidad de Aragón (p. 207). Si no es así el Colegio universitario (o Campus actual) no puede llevar el nombre de "sertoriano". Se trataría de una mixtificación y un atentado contra la verdad histórica. Cuando la Universidad de Zaragoza creó el Colegio universitario de Huesca, sus profesores pidieron al Instituto Ramón y Cajal que les traspasara la herencia de la Sertoriana, a lo que el director del centro de secundaria les respondió (7/12/1974) que "La sustitución solo sería aceptable cuando se restaurara la Universidad Sertoriana en lo que había sido, o sea, Universidad propia, independiente de Zaragoza". (p. 205).
La Universidad de Alcalá de Henares fue trasladada a Madrid en 1836, y la Sertoriana, suprimida en 1845. Ambas universidades antiguas y prestigiosas fueron sacrificadas por el centralismo imperante. Pero tras el semejante atropello, Macario descubre una reacción radicalmente distinta entre una y otra ciudad. Los comerciantes de la ciudad complutense formaron la sociedad de Condueños, con la finalidad de comprar los edificios universitarios y conservarlos para que en ellos pudiera alojarse de nuevo una universidad cuando fuera posible: "Los ciudadanos de Alcalá siguieron amando siempre a su Universidad, que nunca desapareció de su memoria" (p. 209).
En cambio en Huesca, tras la supresión, predominó la rapiña sobre el cuerpo muerto de su Universidad. El desguace material e intelectual de la Sertoriana ocasionó que se perdiera la secular simbiosis Ciudad-Universidad: "Los edificios fueron demolidos o transformados. La huella universitaria ha desaparecido de la memoria del pueblo como vivencia permanente" (p. 210). De paso se degradó la índole de los oscenses (ha escrito Durán Gudiol).
Macario, por medio del trabajo invertido, gracias a su sabiduría y a partir de la identificación íntima con el asunto, desentraña rasgos importantes de la academia oscense. Alaba con razón la exigencia de las autoridades a los catedráticos. Los exámenes –dice- eran muy rigurosos, las plazas se conseguían por periodos de no más de tres años y acto seguido los catedráticos tenían que volver a opositar (p. 74). El profesorado constituía “un cuerpo abierto, con permanentes posibilidades de acceso para los mejores” (p. 213).
Creo que Macario tiene bastante razón y da con una clave fundamental de la Sertoriana, el alto nivel pedagógico. La supervisión de las autoridades buscaba el aprovechamiento de los alumnos y la implicación de los profesores: "La relación entre profesores y estudiantes era tan estrecha que hoy resultaría llamativa o exagerada" (p. 213). Era sin duda uno de los atractivos para las familias: enviaban a sus hijos desde lugares remotos porque tenían garantías de un control eficaz.
Por otra parte Macario alaba la existencia de plazas por voto de estudiantes. Lejos de adherirse a las críticas que se vierten sobre esta práctica de la universidad antigua, lo considera un acierto. Los docentes –dice- deben saber dar las clases para hacer atractiva la materia a sus alumnos, y qué mejor medio de conseguirlo que sean los mismos alumnos los que decidan qué profesor les gusta, en determinadas plazas (p. 77). Lo proyectaba al presente: con ese sistema se evitaría a profesores sin atractivo que aburren a sus alumnos. Hay que decir que Macario estaba dotado de cualidades oratorias, sabía comunicar e interesar.
Fue bastante criticado porque insistía en relacionar la Universidad de Huesca con los estudios que fundara Quinto Sertorio en Osca allá por el 77 antes de Cristo, cuando no hay ninguna prueba de que hubiera continuidad desde el 77 a. de Xto. hasta la fundación de la universidad en 1354. Pero en realidad el de Lecina en lo que hacía hincapié es en el apego que Huesca profesaba a la idea de las antiguas escuelas de Sertorio. Macario que había hablado latín en el Seminario de Huesca, sabía de la importancia de unos buenos fundamentos culturales para incentivar el ingenio, y nada más estimulante al respecto que apelar a los fundamentos latinos (sertorianos). Macario se defendía en La Universidad de Huesca. Entre la memoria y el futuro: “nunca hemos creído –concluía- que dicha Universidad sea la misma que fundó Quinto Sertorio” (p. 213).
La idea de Sertorio estuvo profundamente inserta en los oscenses durante siglos. El gran historiador alemán Adolf Schulten sabía perfectamente –igual que Macario- que los estudios romanos de la antigua Osca y la Universidad de Huesca eran entidades distintas, pero admiraba la fidelidad sertoriana de los oscenses 2000 años después (Sertorius, Dieterich’sche Verlagsbuchhandlung, 1926). La admiración de Schulten por Sertorio creo que explica la visión de Macario:
Mientras que, hasta entonces, solo había habido en España, como máximo, escuelas elementales, y éstas solo para romanos, instruíanse en Osca los jóvenes íberos en la cultura greco-romana y no solo en lo elemental, sí, sino que también en la gramática y la retórica. Quien quiera puede decir de Osca que es la Universidad más antigua de España, relacionándola con la de Sertorio.