La Universidad Sertoriana y el patriotismo de Santiago Ramón y Cajal

Los muros del ejemplar octógono oscense le habían alentado sin duda a regenerar su deprimido país

Pablo Cuevas
Studiosi Pro Universitate Sertoriana
28 de Enero de 2024
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El hijo adolescente de Cajal
El hijo adolescente de Cajal

La Sertoriana fue una Universidad favorecida con persistencia por los reyes. Porque Huesca, orgullosa de su privilegio universitario, cumplía educando con rigor a sus estudiantes, los cuales serían en no pocos casos altos funcionarios de la patria. En el siglo XVIII llegó a su cénit en sus facultades y por ser abanderada de las ideas ilustradas en España. Dio lugar no solo a juristas eminentes sino a hombres de ciencia y políticos tan ilustres como los Azara, además de médicos y teólogos destacados.

A partir de esas raíces ilustradas, se extendería el liberalismo en el Pirineo central, pues era la zona de influencia preferente de la Sertoriana. De hecho el Alto Aragón se convirtió en un bastión del liberalismo. En la I Guerra Carlista (1833-1839) resultó fundamental que este territorio no fuera conquistado por los partidarios de Carlos María de Isidro. Dominar Huesca para los rebeldes hubiera supuesto la unión en uno solo de los tres focos carlistas pricipales, Navarra, Cataluña y el Bajo Aragón. La fortaleza del liberalismo oscense tiene que ver con la Sertoriana, tanto por su tradición ilustrada como por la fidelidad a la monarquía. No en vano la provincia de Huesca fue apodada por su manifiesto liberalismo "El vedado de la Reina", la madre regente María Cristina.

Pero una vez vencidos los carlistas (1839), el liberalismo oscense pasó a ser un problema. De entrada el régimen autoritario del General Narváez suprimió la Universidad de Huesca (1845). En los años siguientes "El Espadón de Loja" persiguió todo signo de liberalismo progresista en Huesca y provincia. Hubo fusilamientos indiscriminados de civiles en Santa Cilia de Jaca en 1846, hostigamiento constante a la población de Huesca, por considerarla extremadamente liberal, entre otras muchas medidas, sin olvidar el cruel fusilamiento de Manolín Abad y de sus lugartenientes junto a las tapias de la Universidad en 1848.

La mayoría de los jóvenes profesores del nuevo instituto se habían educado en la Sertoriana. El que dirigió el instituto de forma más continuada en los veinte primeros años fue Vicente Ventura. Fue vigilado por liberal y destituido en varias ocasiones. Los profesores del Instituto Provincial (Heredero de la Universidad de Huesca) procuraron durante tres decenios reinstaurar la Sertoriana, con intentonas especialmente sonadas en 1854 y 1869. De hecho les gustaba llamar a su centro Instituto Sertoriano.

Estos profesores quisieron mantener el rigor y la exactitud de la Sertoriana, virtudes didácticas que habían sido la seña de identidad de las aulas de esta Academia. Aplicar lo aprendido entre las paredes del edificio octogonal, el Claustro del Instituto lo tuvo claro desde el principio, según explicó Pascual Madoz -antiguo alumno de la Sertoriana-:

"Hoy el instituto de segunda enseñanza ha sustituido a la universidad, y los jóvenes profesores que regentan las escuelas se hallan encargados de mantener el lustre y la reputación tan justamente adquirida por la Sertoriana. (Diccionario geográfico-histórico de España, 1846)"

Algunos de estos profesores, de no haber desaparecido el Estudio General, hubieran proseguido la carrera docente en sus aulas universitarias. La amargura por el golpe que habían tenido que asumir -con la degradación de universidad a instituto- queda reflejada en la Lección inaugural del nuevo centro de secundaria en el otrora paraninfo. Corrió a cargo de Vicente Ventura, quien había sido joven profesor auxiliar en el Estudio:

"Señores: […] tenemos que lamentarnos por el doloroso pesar que profundamente afecta nuestra alma, al traer a la memoria esa sensible pérdida de nuestra antigua maestra […], podía considerarse como el perenne y fecundo manantial que por todas partes derrama el copioso raudal de la sabiduría; si bien debemos llorar con ternura la supresión de aquella nuestra Academia, […] hemos visto con ánimo triste y abatido desaparecer de este sagrado recinto aquellos eminentísimos doctores nuestros respetables maestros y compañeros, que esparcidos por las universidades del reino son objeto de admiración y aprecio por sus virtudes y sabiduría. [1/10/1846]"

Esta frustración y sentimiento de agravio no hicieron desaparecer empero la inercia patriótica de la Sertoriana, aclimatada ahora en su heredero, el Instituto Provincial. Como se ve en el discurso de Ventura, los jóvenes profesores iban a intentar –a pesar de todo- ser útiles a España y sin duda lo fueron. Por entonces con el carlismo recién vencido y el liberalismo imponiéndose, había una esperanza de resurgimiento en la piel de toro. Estas expectativas de hacer progresar la nación fueron un motor en Huesca y seguramente en otros lugares. Los profesores del nuevo Instituto Provincial, conformados en el sentido del deber de la Sertoriana, se pusieron manos a la obra a partir de los sólidos recursos didácticos de la herencia oscense.

El fundamento patriótico de la Universidad de Huesca, conservado en el instituto de segunda enseñanza inaugurado en 1845, rindió un último servicio al país que la había inmolado. Produjo a una generación de bachilleres sobresalientes, origen en buena parte del Regeneracionismo español, sobre todo Joaquín Costa y Ramón y Cajal pero también Rafael Salillas y Basilio Paraíso, sin olvidar a Lucas Mallada, cuya familia tuvo una educación sertoriana. Sus profesores les trasmitieron las virtudes a la manera que ellos habían mamado en su universidad oscense, así como el ideal de servicio a la patria.

Muestra ejemplar de este buen hacer pedagógico es el impacto del Instituto oscense en el bachiller Santiago Ramón Cajal. En concreto este quedaba fascinado por las enseñanzas prácticas de la asignatura de Física y Química de la mano de Serafín Casas y Abad, profesor de saber universal, compañero de estudios de su padre. Por su lado el profesor León Abadías le inculcó la técnica y el entusiasmo por el dibujo y la pintura, conocimientos que a la postre le resultarían determinantes para diseñar sus todavía admirados dibujos de las neuronas. A su vez de la mano de Cosme Blasco, catedrático de origen zaragozano investigador de la Sertoriana, creció su admiración por la oratoria, la poesía y la historia.

En otro sentido la ayuda que le prestó Vicente Ventura, amigo del padre de Cajal, fue clave. De entrada hizo la vista gorda al expediente académico insuficiente de Santiago en los Escolapios de Jaca, para que pudiera ingresar en el instituto. Algo tendría que ver también en que se le perdonaran sus calaveradas de bachiller más pendenciero que aplicado, o incluso tal vez en que le indultaran algún suspenso de septiembre que hubiera resultado definitivo.

Siguiendo con Ventura, si mostraba en la Lección inaugural de 1846 un responsable patriotismo, cabe suponer que este se le iría ennegreciendo una vez que pasaron los años y España se retrasaba más cada día respecto a las principales naciones. Más aún al comprobar que el sacrificio de la Sertoriana y el suyo propio habían resultado baldíos. Tal vez la tozuda responsabilidad de sus profesores oscenses tuvo influencia en la del adolescente Cajal. El caso es que el sentido de la responsabilidad de Cajal le llevaría a intentar dignificar el prestigio de su patria, por medio de la investigación científica.

Llegado al éxito, Cajal se enorgullecerá de que se diga de él que había sido un escolar de la Sertoriana, y de que se le asocie a Huarte de San Juan, un profesor de medicina de Huesca en el Renacimiento de reputación universal. Rafael Salillas, compañero de Cajal en el Instituto de Huesca y creador de la criminología española, describía el carácter de Cajal inspirándose en Huarte de San Juan:

"Era clasificable entre los caracteres que, según Juan Huarte –otro escolar de la Universidad de Huesca- llaman los toscanos caprichosos por su semejanza con las cabras, que viven aisladas en los cerros. [1901]"

Y es que la historia, las raíces, no habían quedado borradas de un plumazo tras la supresión de 1845 entre los muros parlantes del insigne octógono pedagógico. Cajal asistió a las ceremonias escolares en el antiguo paraninfo, el cual, ornado con los grandes retratos de las celebridades de la Sertoriana, invitaba a la reflexión histórica y a la meditación sobre los grandes hombres. Por aquellas fechas un periodista describía la sensación que se respiraba entre las paredes del paraninfo ante las elocuentes imágenes de los héroes sertorianos (cito a partir de María Paz Cantero, 2013):

Uno se encuentra bien en el paraninfo del Instituto de segunda enseñanza de Huesca. […]

Terminada la solemnidad académica, giran sobre sus mohosos goznes las recias puertas del espacioso salón, y vuelven a quedar en el aislamiento y en el olvido, las sombras coloradas que yacen pendientes de los muros de aquel templo del saber y de la Historia.

El virrey de Castilla, [Conde] Aranda, se nos presentará el año que viene, ‘Deo volente’, sin envejecer; el canónigo Martín Funes conservará la misma reserva en los secretos de Felipe IV; Bartolomé Leonardo de Argensola seguirá ostentando los mismos pliegues en sus hábitos corales, etcétera.

Sin duda este estado de cosas caló en el adolescente melancólico y caviloso, futuro Premio Nobel. El que transitaba por el instituto como un bachiller mediocre, que incluso había de ser tildado en el claustro oscense de “deplorable”, sensible, soñador y asilvestrado mancebo, alimentaba en sí un fuego de amor a la patria. Por eso la razón de su triunfo posterior, por delante de otros compañeros de estudios mucho más brillantes en los años de bachiller y universidad, la aclararía después el mismo Cajal así:

"Si yo, careciendo de talento de vocación por la ciencia, al solo impulso del patriotismo y de la fuerza de la voluntad, he conseguido algo en el terreno de la investigación, ¡qué no lograrían esos primeros de mis clases y esos muchísimos de primeros de otras muchas clases si, pensando un poco más en la patria y algo menos en la familia y en las comodidades de la vida, se propusieran aplicar seriamente sus grandes facultades a la creación de ciencia original y castizamente española! [1898]"

Cajal se reconocía parte del proyecto intemporal de una España intrahistórica:

"…porque la patria no es solamente el hogar y el terruño, es también el pasado y el porvenir, es decir, nuestros antepasados remotos y nuestros descendientes lejanos. [1897-1898]"

Los muros del ejemplar octógono oscense, modelo todavía de perfección pedagógica, rezumaban una cultura densa y triste. Aquellas ocho paredes así como los sugerentes por humildes y bellos sotos del Isuela, unas y otros frecuentados por él tantas veces, le habían alentado sin duda a regenerar su deprimido país:

"¡Oh, si yo pudiera transmitir a nuestros políticos, a nuestros capitalistas, a nuestros sabios e ingenieros, a nuestros obreros y estudiantes, una parte del entusiasmo que me anima! Si yo tuviera la seguridad de ser oído, con qué gusto les diría: Políticos que nos habéis traído a esta triste desventura, dad treguas, por Dios, ante las angustias de la patria, a vuestro egoísmo estrecho de partido o de pandilla; preocupaos seriamente de la pureza y de la moralidad de la administración pública, del culto al honor y al heroísmo en el ejército, de la protección seria y eficaz a la instrucción popular y universitaria, de mantener, en fin, en todos los organismo del Estado el sentimiento del deber y la más estrecha responsabilidad. [1898]"

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