Descubriendo a Cajal, el sabio que describió "las mariposas del alma por España" y por la humanidad

Belén Yuste y Sonia L. Rivas-Caballero pronuncian una magnífica conferencia en la DPH sobre las aristas de la biografía del científico

21 de Febrero de 2025
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Descubriendo a Cajal, una personalidad histórica incomparable

Santiago Ramón y Cajal, el científico, el médico, el pintor, el fotógrafo, el antropólogo, el senador, el culturista y, sobre todo, el patriota. La personalidad compleja de una evolución de niño travieso a Nobel por el gran hallazgo y descripción de la morfología neuronal han sido relatada en una fascinante conferencia por sus biógrafas Belén Yuste y Sonia L. Rivas-Caballero en la Diputación de Huesca, autoras de Descubriendo a Cajal.

El presidente de la Diputación de Huesca, Isaac Claver, ha expresado el orgullo por el hecho de que uno de los siete Nobel españoles "pasara gran parte de su infancia y su juventud en su provincia", en concreto en Larrés, en Ayerbe, en Jaca y Huesca, e incluso con una breve presencia en Gurrea de Gállego. De padres, Justo y Antonia, de Larrés, su esposa Silveria Fañanás de Huesca, "y fue aquí donde Santiago hizo realidad su sueño de asistir a clases de dibujo con el pintor oscense León Abadías".

De Ramón y Cajal ha destacado Claver sus "habilidades médicas y científicas, por su genialidad. Su nombre es historia y será siempre recordado por ser el descubridor de las neuronas", pero esto es "solo la punta del iceberg de un gran personaje" que fue pintor, un gran maestro y una persona "muy comprometida socialmente, un escritor y dejó varias novelas de intriga y de terror. Fue uno de los pioneros del culturismo, y además un gran fotógrafo". En resumen, fue un niño inquieto y travieso, un adolescente que no quería ser médico sino artista.

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Belén Yuste y Sonia L. Rivas Caballero han sido las biógrafas que han desarrollado la conferencia sobre su libro "Descubriendo a Cajal". Rivas Caballero ha contextualizado cada una de las épocas y Yuste ha leído textos autobiográficos de Ramón y Cajal, comenzando por sus habilidades entre los "zagalones de Ayerbe". "Brincaba como un saltamontes, trincaba como un mono, corría como un gamo, escalaba la tapia con la viveza de una lagartija... Manejaba el palo, y la flecha y sobre todo la honda con singular maestría". Manchar papeles, trazar zarambainas y embadurnar paredes, puertas y tapias eran algunos de sus entretenimiento

Revolucionó Ayerbe y buscó la disciplina en los padres escolapios de Jaca para que ahormaran su carácter rebelde, pero nada más lejos de la realidad. Tras un año de castigo tras castigo por su mal comportamiento, llegó a Huesca donde encontró otro mundo. "Todo es diferente cualitativa y cuantitativamente", las calles se alargan, "las casas se elevan y adornan, el comercio se especializa. Por primera vez, las librerías aparecen y, con ellas, se abre una amplia ventana hacia el universo". "La robustez de una planta depende de la amplitud de la maceta", sentenciaba metafóricamente.

"Huesca le influirá muchísimo", ha sentenciado Sonia Rivas al especificar que su llegada al instituto fue hostil e hizo de la necesidad virtud fortaleciendo su cuerpo y desarrollando su sensibilidad cromática. Pasaba horas y horas ejercitándose en las orillas del Isuela. "Mi entrenamiento fue magnífico. Mis puños infundieron respeto a los matones de los últimos años". Pero en sus ratos de descanso se ensimismaba escuchando los rumores del agua, y las páginas de su álbum cromático se llenaron de su observación de la naturaleza.

Ya dejado atrás el oficio de ayudante de barbero que le procuró su padre para que enderezara hacia su curiosidad estudiantil, tuvo episodios como su encuentro con la que finalmente sería su esposa, Silveria, a la que define "rubita, grácil y con largas trenzas". El padre de la joven echaba pestes de "Santiagué" por sus travesuras.

Don Justo y Santiago llegaron a un pacto para que aprobara las asignaturas y, a cambio, le dejaría emprender las clases de pintura con León Abadías. Acabó Medicina con 21 años, pero no tenía vocación médica, prefería la docencia. En otro escorzo a sus vivencias, Cajal entra en el Ejército como médico militar. Tras un breve destino en Cataluña, se apuntó al sorteo para ir a Cuba, animado por su espíritu aventurero y para pintar sus parajes. "Pero la realidad que se encontró en La Habana no tenía nada que ver con la que imaginaba, entró en una de las peores enfermerías, donde no mataban las balas, sino las infecciones". Sin embargo, el peor mal era la corrupción de la administración española, "desoladora para un patriota en un tiempo en que estafar al Estado es como si no se robara a nadie". Lo peor estaba por llegar. Contrajo el paludismo y hubo de solicitar la baja del Ejército.

Retornó, vía Santander, hasta el Balneario de Panticosa al que llegó con su hermana Paula. Encontró en la fotografía su mejor medicina. "La fotografía constituye ejercicio científico y artístico de primer orden. Por ella vivimos más porque miramos más y mejor" y deja un copioso álbum de imágenes donde "cada hoja representa una página de nuestra existencia íntima y un placer estético".

LA VIDA CON SILVERIA Y EL NOBEL

En Zaragoza, el reencuentro con Silveria le dejó tanta huella que acabó en enlace. Con gran sutileza describía "la dulzura de sus facciones, su esbeltez, su verde mirada, su infantil inocencia..." Se casaron y fue un gran puntal para Ramón y Cajal hasta el punto de que se acuñó la expresión de que "la mitad de Cajal es su mujer".

Santiago y Silveria, que tuvieron siete hijos, se trasladaron a Valencia después de obtener plaza en una oposición. Consiguió acelerar la célula nerviosa con la teoría reticular o neuronal y en Barcelona ya aprecia en el microscopio la morfología de la neurona. Fue invitado a un gran Congreso en Berlín, donde nadie le hacía caso, pero acabó arrastrando a un gran científico que le dijo que haría que le conozca el mundo.

Al final, consiguió adentrarse en el "jardín de la neurología, en el vergel de la materia gris, en las mariposas del alma" como él mismo describió con su facilidad lírica. En 1902, ganó el Premio Moscú y comenzó su reconocimiento en España. Tal era su conciencia que le asignaron un sueldo de 10.000 euros y él pidió que lo rebajaran a 6.000, "porque el país lo necesitaba" y él se definía más como un obrero infatigable que como un arquitecto del sistema neuronal.

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Antonio Biescas, Lorena Orduna, las autoras, Isaac Claver y Berta Fernández

En 1906 recogió con Golgi el Premio Nobel al que en un principio pensó en renunciar. El 10 de diciembre compartió la máxima distinción con el científico italiano. Reclamó que se diera la oportunidad a los españoles para acceder a todos los centros para cimentar "una mejor industria y ciencia y para dejar trabajar a los expertos".

En 1922, con 70 años, se jubilaba y su discurso fue celebrado por el país. "Urge, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia".

Falleció en 1930 Silveria y fue un mazazo en su vida, en la que Santiago Ramón y Cajal afirmaba que toda su actividad era "por el bien de España". Su salud se deterioraba y encontró su "botica espiritual en la biblioteca de sus 10.000 libros, un antídoto contra la desesperación" en el que, con ironía, desvelaba su visión de los libros fúnebres, los que hacían reír, los analgésicos y los tonificantes. Dedicó cuatro años a investigar y escribir, a defender su teoría neuronal que era válida e incuestionable.

El 17 de octubre de 1934 falleció Santiago Ramón y Cajal. Pese a estar inmersa España en el sobresalto por la Revolución de Octubre, "las calles se llenaron para despedirle". La Real Academia de Medicina expresaba la fortuna de haber conocido a Cajal. Fue el primero de muchos homenajes, incluido uno que hubiera encantado al científico, el de la NASA que, gracias a siete astronautas, exponía las preparaciones histológicas y los dibujos desde el espacio a colegios de la Tierra.

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