En marcha el proyecto para restaurar el Monumento de Semana Santa de la antigua colegiata de Bolea

Mercedes del Pino se encarga de esta actuación sobre la obra finalizada en 1763 por el pintor José Stern, que se conserva al completo y tiene gran interés histórico

DH
07 de Octubre de 2024
La restauradora Mercedes del Pino documentando fragmentos del Monumento de Semana Santa de la antigua colegiata de Santa María la Mayor en Bolea.

El 21 de septiembre de 1763 el pintor José Stern, nacido en Roma y vecino de Huesca, culminó el Monumento de Semana Santa de la antigua colegiata de Santa María la Mayor en Bolea, una pieza que se conserva al completo y para la que el Gobierno de Aragón ha encargado el proyecto de restauración, debido a su calidad técnica e interés histórico.

La Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Aragón ha encargado los trabajos de redacción del proyecto con una inversión de 12.100 euros y un plazo de ejecución de cuatro meses, que va a llevar a cabo la conservadora-restauradora de bienes culturales Mercedes del Pino Peño, quien ya ha estado realizando la documentación digital de todo el conjunto, así como la necesaria toma de datos del estado de conservación actual de los diferentes elementos que lo componen.

Durante este primer mes de trabajo, en septiembre, también se ha procedido a la extracción de varias muestras del tejido y los pigmentos para su análisis en un laboratorio especializado y a la realización de diversas pruebas de limpieza y de consolidación tanto del soporte como de las policromías.

Este monumento pascual procede de la iglesia parroquial de Santa María la Mayor (antigua colegiata) de Bolea, un templo renacentista de planta de salón que fue declarado Bien de Interés Cultural en 1983.

Debido a la falta de espacio en la antigua colegiata, actualmente el monumento se conserva desmontado y enrollado por fragmentos en tubos en el coro alto de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Soledad, situada en las cercanías de la plaza Mayor, a excepción de dos fragmentos que, tras una estancia en el Museo Diocesano de Huesca, se encuentran expuestos en la capilla de San Sebastián de la propia colegiata.

Detalle del Monumento de Semana Santa de la antigua colegiata de Bolea.

 

Su estado de conservación es bastante precario, debido tanto a la fragilidad de los materiales utilizados en su ejecución, como a su no siempre correcta manipulación, ya que periódicamente sufrió las consecuencias de su montaje, desmontaje y almacenamiento al finalizar cada Semana Santa, hasta que en los años 70 un cambio de costumbres llevó a abandonar su uso litúrgico.

MONUMENTO DE SEMANA SANTA

“Monumento de Semana Santa” es la denominación que se ha venido utilizando habitualmente para designar a las estructuras decorativas que conformaban el lugar destinado para la reserva del santísimo sacramento desde la finalización de la misa del Jueves Santo hasta la celebración del oficio de Viernes Santo. Es decir, desde la conmemoración de la última cena hasta la celebración de la muerte de Jesucristo, evocando durante este lapso el tiempo en que el cuerpo de Cristo muerto permaneció en el Santo Sepulcro antes de su resurrección.

Este tipo de elementos decorativos, ligados al culto a la eucaristía, debieron surgir en la Edad Media, pero no fue hasta finales del siglo XV cuando se convirtieron en estructuras independientes, cuyo uso se generalizó en muchas iglesias hispánicas a lo largo del siglo XVI, especialmente a partir del Concilio de Trento (1545-1563).

Después de Semana Santa, este tipo de monumentos, que en época barroca solían alcanzar grandes dimensiones, se ocultaban con puertas o cortinas que cerraban las capillas en las que estaban instalados o, más frecuentemente, se desmontaban y almacenaban hasta el año siguiente. También era frecuente que fueran reformados o ampliados con el paso de los años debido a los cambios de gustos estéticos.

Imagen del Monumento de Semana Santa de Bolea.

Además, estos artificios frecuentemente se completaban con otros elementos decorativos como esculturas, jarrones, cortinas, tapices, alfombras y, sobre todo, luminarias de cera o aceite, que ayudaban a crear un ambiente de recogimiento y misterio en torno a la sagrada forma consagrada, reservada y custodiada hasta su traslado de vuelta al altar mayor al día siguiente para la comunión del sacerdote.

DOS MODELOS

Tipológicamente predominaron dos modelos, el turriforme y el de “nave profunda”, al que correspondía el monumento pascual de Bolea. Este segundo y más difundido modelo constaba de una sucesión de telones pintados, abiertos todos ellos en su parte central y que, a través de la disminución de su tamaño, iban creando un efecto de perspectiva acelerada que conducía al arca donde se guardaba el cáliz con la sagrada forma, situada al fondo sobre un altar o unas gradas.

Ese efecto de perspectiva, junto a la presencia de arquitecturas fingidas y otros recursos escenográficos, formaban parte del efecto ilusionista general que imbuía estas construcciones, no siempre efímeras, pero relacionadas con la arquitectura teatral, triunfal y funeraria de la época, de ahí que también se les denominase “tramoyas”.

En cuanto a su iconografía, predominaban los motivos relacionados con las pasión de Cristo y la exaltación de la eucaristía.

TERMINADO EN 1763

En el caso de Bolea, existe constancia documental de que el 21 de septiembre de 1763 el monumento estaría prácticamente terminado, siendo su autor el pintor José Stern, nacido en Roma y vecino de Huesca.

En concreto, el conjunto estaba constituido por seis telones instalados en cuatro planos diferentes y sus dimensiones máximas eran de unos 8 por 6,5 metros, que corresponderían al primer telón, que cerraba la embocadura de la capilla de San Vicente en la que se instalaba el monumento.

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En cuanto a su técnica, esta obra estaba formada por diferentes piezas de tela con ligamento de tafetán, pintadas probablemente al temple de cola o de huevo sobre lienzo (técnica denominada habitualmente “sarga”). Estas policromías fueron aplicadas directamente sobre las telas generalmente de lino o cáñamo, sin preparación, y posteriormente se adhirieron o clavaron a bastidores o tableros de madera, configurando los distintos espacios reales o ilusorios.

En cuanto a las policromías utilizadas, aunque en un primer momento predominaron las grisallas, en época barroca los tonos grises se restringieron a las arquitecturas, prefiriéndose los colores vivos para las figuras y escenas, tal y como se aprecia en el monumento de Bolea.

La gran calidad técnica de este monumento, que se conserva completo, y su interés histórico hacen imprescindible la redacción de este proyecto, que permitirá su restauración en un futuro próximo y que contribuirá a un mayor conocimiento de esta singular tipología artística en Aragón.