El libro encantado de Estela Puyuelo, Soledad no tiene gato (Los libros del gato negro), se adueñó este viernes del Centro Cultural Manuel Benito Moliner, donde el escenario de la vida se fusionó con la tarima para montar “un gran lío feminista” a partir del talento de veinte artistas e intelectuales, que abogan por la promoción de la cultura y de la igualdad.
El espectáculo homónimo, creado y dirigido por la propia escritora oscense, con la inestimable colaboración de Olga Casasín, desencadenó un torbellino de emociones, por el camino de la música, la pintura, la danza y la palabra. De los versos y las complicidades. De sombreros diversos, pero todos hermosos. Por el camino de la poesía vivida y sentida.
La única pena, que el salón de actos se quedó pequeño para acoger a las decenas y decenas de oscenses, que no pudieron acceder al espacio, al completarse el aforo.
La primera en salir a escena fue la propia Estela Puyuelo, que ha puesto su corazón en cada detalle de este sueño compartido. Sobre el escenario, dos mesas de café, con sillas a su alrededor, y ella, sola, ocupando una.
Después, se dirigió al centro del escenario para recitar Soledad y dar rienda suelta a una cascada de interpretaciones, a través de las cuales se rindió testimonio de la rica complejidad de la identidad femenina.
Edith Artal, compañera generosa, se apoderó después del piano, para hacer con sus notas que el viaje fuera todavía más fascinante. Y unas delicadas flores germinaron en un lienzo en blanco cuando Marian Ruiz tomó los pinceles para pintar con maestría una acuarela mientras se sucedía la función.
En ese ambiente perfecto, y con el apoyo técnico de José Ángel Claver y Jaqueline Bastarós, fueron saliendo las demás, para recitar poemas de Soledad no tiene gato y acompañarlos por otras lecturas y distintas expresiones artísticas. A nadie le pasó desapercibido que todas ellas se cubrían la cabeza con algún tipo de gorro, en un claro homenaje a las Sinsombrero.
La filóloga María Eíto, un soplo de aire fresco, recitó Ciclo de limpieza, y la escritora Luz Rodríguez, con aplomo y elegancia, Sabe las golondrinas su destino y un texto propio, Partir.
Les siguió la filósofa Charo Ochoa con Las otras, el hermoso texto que ilumina la contraportada, y una disertación sobre tres mujeres que durante un tiempo quedaron en la penumbra de la historia oficial: Hannah Arendt, Simone Weil y María Zambrano.
Cantando con su espectacular voz Es verdad (música: Carmen Santiago de Merás, letra: Federico García Lorca), entró en escena la soprano Patricia Seral, que recitó el poema Eva e interpretó después un fragmento de Casta Diva (aria de la ópera Norma, de Vincenzo Bellini).
Les tocó el turno a la historiadora Irene Abad y su hija, Irene Miranda. La primera disertó sobre los roles que históricamente se le han asignado a la mujer y que la han dejado en un segundo plano, y destacó que es la solidaridad el valor que está ayudando a superar esta situación.
Alternando con estas palabras, en un momento cómplice muy tierno, Irene Miranda declamaba el poema No te esfuerces más, mujer.
La periodista Myriam Martínez, acompañada de una máquina de escribir, recitó “El miedo, agua del mundo”, un poema que desnuda los sentimientos de la mujer como cuidadora, y las bailarinas Laura Asso y Cristina Rodríguez interpretaron con expresivos movimientos la canción Sin miedo, de Vivir Quintana. Después, Laura prestó su voz a los poemas Las dos caras de una misma moneda y Solidificación.
La cuentista Sandra Araguás leyó el poema La rebelión de las flores y puso la voz a la tradición oral con el cuento Las plumas, que arrancó risas y mantuvo muy atento al público; y la escritora en aragonés Ana Giménez puso el corazón en el poema Construir el nido y realizó la performance Mai, mira-me as mans, en homenaje también al recordado Ánchel Conte.
Avanzó el espectáculo con las violistas Ana Royo y Noa Ballesteros y la violinista Raquel Sobrino, quien recitó el poema No existen los besos antes de que las tres interpretaran una emocionante pieza musical.
La escritora y actriz Ángélica Morales llenó todo el escenario con Matronas y un texto propio, #MedeaHaVuelto, y la entógrafa Nereida Torrijos accedió al escenario con su hijo, Rolán Hernández. El niño, que conquistó al público como ya hizo antes con todas las intérpretes, fue sacando imágenes de una maleta para acompañar el poema que leyó su amorosa madre, En una sonrisa y el homenaje a las abuelas, Su sonrisa vive en ti.
La pintora Teresa Ramón reforzó con su personalidad el poema Visibilidad, que acompañó con otro de autoría propia, A la dama de Elche, y casi con su acuarela finalizada, Marian Ruiz abandonó por unos segundos su caballete para leer el poema Forma de flor.
En los últimos compases de la función, se subió a las tablas la editora de Soledad no tiene gato, Marina Heredia, quien recitó Un desierto a medida y aportó algunos datos estadísticos que reflejan la situación de desigualdad que aun hoy persiste en la sociedad. “Está en nuestras manos que las futuras mujeres sean más libres, más suyas y lleven menos piedras en sus zapatos”, concluyó.
El broche de oro lo puso la cantante Ery Praderas, que interpretó un tema propio, Flores pintadas, acompañada por el guitarrista Jesús López, el percusionista Carlos Mored y las palmas acompasadas del auditorio. Antes, la artista recitó el poema No me quieras siempre así.
Saludando con los corazones llenos y la sensación de haber vivido una experiencia muy especial, finalizó el espectáculo. El espíritu de las Sinsombrero sigue vivo.