Si defendemos la teoría de que Cristóbal Colom era hijo de Don Carlos, príncipe de Viana, y que nació en Felanitx (Mallorca), nos vemos en la obligación de explicar el porqué de la estancia del heredero de la corona de Navarra en la isla de Mallorca. Su estancia en dicha isla apenas duró unos siete meses, entre finales de agosto de 1459 hasta finales de marzo de 1460. En ese tiempo conoció a Margalida Colom, a la que dejó preñada, pero no llegó a conocer el fruto de esos amoríos porque marchó de la isla antes de que naciera. Ese detalle de no llegar a conocerlo, su insegura estancia en Cataluña y su prematura muerte en circunstancias no muy claras, hicieron que no tuviera presente a este otro hijo bastardo en su testamento. Proveniente de Sicilia había llegado a Mallorca por mandato de su padre, el rey Juan II, y permaneció en la isla a la espera de su autorización para poder entrar en tierras catalanas. El objetivo de este artículo es realizar un estudio de los días que el príncipe de Viana estuvo en la isla de Mallorca. Una de las cosas más importantes que realizó fue establecer una concordia con su padre, Juan II, rey de la Corona de Aragón, la llamada Concordia de Barcelona.
Llegada del príncipe de Viana a Mallorca
Como se sabe, las relaciones entre el príncipe y su padre nunca habían sido buenas, de modo que habían desencadenado una guerra civil en el reino de Navarra a partir de 1450. Don Carlos había marchado a Nápoles para que su tío el rey de la Corona de Aragón Alfonso V el Magnánimo intercediera para hacer las paces con su padre. Estando en Nápoles se produce un cambio de acontecimientos: Alfonso el Magnánimo muere (el 27 de junio de 1458) y su hermano Juan de Navarra se convierte en Juan II, así que su hijo Carlos pasa a ser el heredero de todos los reinos de la Corona de Aragón, igual que de Navarra. El Magnánimo había dejado rey de Nápoles a su hijo bastardo Ferrando, aunque el príncipe Don Carlos estaba más legitimado y tenía partidarios que le apoyaban. Pero para no crear problemas el príncipe Carlos marcha a Sicilia donde es bien acogido por los muchos partidarios que también tenía allí. El rey Juan II necesitaba, ante todo, detener el apoyo hacia el príncipe manifestado por los sicilianos e intentar disminuir los afectos de sus partidarios en Navarra. Quería mermar la fuerza o la posible influencia que pudiese ejercer el príncipe en las tierras en las que por derecho debía ser nombrado heredero. El rey temía el carisma de su hijo Carlos.
Es por ello que el gobernador de la isla, Juan de Moncayo, en nombre del rey le instó a que se fuese de Sicilia. Don Carlos se dirigió a la isla de Mallorca por mandato de su padre, pues éste no quería que entrase en Cataluña antes de haber concluido un tratado con él. El príncipe hizo caso a su padre, ya que lo que más ansiaba en esos momentos era terminar con las diferencias que había entre los dos.
La mayor parte de la documentación que trata sobre la vida mallorquina del príncipe, se encuentra en el Archivo de la Corona de Aragón (ACA) y en los registros de Varia de Cancillería (Los volúmenes se encuentran en bastante mal estado, la tinta desvaída a causa del estado de conservación y pequeñas pérdidas del soporte que dificultan la lectura completa del texto). A partir de estos registros hemos centrado la investigación, una documentación que, sin ser la única referida a este periodo, permite un análisis bastante completo. La decisión de ir a Mallorca, por ejemplo, ya aparece documentada el 20 de febrero de 1459, mientras el príncipe se encontraba en Mesina.
Dispuesto a esperar lo que su padre le mandase llegó a Mallorca con buena salud y allí fue recibido “con mucha honra, gloria e expectación”. Aunque el rey Juan II había dado órdenes restrictivas, las autoridades mallorquinas le ofrecieron una buena recepción y obsequios; para ello hicieron un palio adamascado carmesí, además de un puente de madera enramado de murta en la orilla del mar en honor a su llegada. Esto demuestra que el príncipe obtuvo un buen recibimiento de las autoridades y ciudadanos de Mallorca.
El primer problema del príncipe fue, sin embargo, con su alojamiento en la isla. El rey Juan II, en una carta del 29 de agosto, escribe al lugarteniente de Mallorca diciéndole que está muy contento por el recibimiento hecho al príncipe y que “li sia liurat lo palau e castell nostre de aqueixa ciutat per a la habitació sua”, refiriéndose al palacio real de la Almudaina y al castillo de Bellver. Pero el 3 de septiembre el príncipe escribía muy enojado a Lluís Despuig, maestre de Montesa, y a Ferrer de Lanuza, justicia de Aragón, diciéndoles que el gobernador “nos offerí en virtut de sa creència lo castell de Bellver, pero el alcaide de Mallorca se había negado a entregarle la plaza, lo que nos ha dat causa de admiració e nos ha fet cogitar alteració en lo negoci, de què, si no fos per no enviar la majestat del senyor rey e per no fer hun deservey, nos ne fórem tornats o haguérem pres altre partit contra nostre propòsit”.
A pesar de estos inconvenientes iniciales, una de las primeras cosas que realizó el príncipe al llegar a la isla fue enviar una embajada a su padre, Juan II, puesto que aún no se habían acabado de concretar las negociaciones entre ellos, sobre todo en lo referente al reino de Navarra que se encontraba sumido en la guerra civil desde hacía casi una década. Al príncipe le correspondía el trono del reino de Navarra, era el heredero universal tras la muerte de su madre la reina doña Blanca en 1441. Confiaba en obtener respuestas razonables para poder firmar la concordia enseguida. En una carta dirigida a su tío don Juan de Beaumont, gobernador en el reino de Navarra y prior de San Juan de Jerusalén, expresa que “speramos en la clemencia divina, esta nuestra venida dará fin a todos males”. Don Carlos creía que su padre también debería de estar cansado de tantas diferencias entre los dos y que el final de las desavenencias estaba cerca.
La Concordia de Barcelona
Aunque la concordia y pacificación fue firmada oficialmente el 26 de enero, ya el 15 de enero el Príncipe de Viana se lo había comunicado a Juan de Moncayo, virrey en el reino de Sicilia y gobernador del reino de Aragón. Ha sido denominada Concordia de Barcelona. En ella el rey daba su perdón al príncipe, aunque éste ante todo debía entregar la parte del reino de Navarra que le apoyaba, de forma que los castillos pasaban a manos de aragoneses o castellanos y no de navarros. Carlos recuperaba el principado de Viana y el ducado de Gandía, y obtenía la libertad para los rehenes y prisioneros, y también para sus servidores, a quienes se restablecía en los oficios que tenían antes de la guerra. El 30 de enero Juan II otorgó un perdón general de todo lo pasado al príncipe y a la infanta doña Blanca, demostrando así que cesaban las discordias entre ellos.
La obtención de la concordia fue un motivo de satisfacción para el príncipe; creía que a partir de ese momento las relaciones entre ellos cambiarían, aunque no había conseguido su principal deseo: ser nombrado heredero del reino de Navarra. El indulto general suponía comenzar de nuevo, olvidar todos los problemas del pasado, o al menos esa era la esperanza que depositaba en estos acuerdos. Aunque se sintiese satisfecho, la Concordia no le beneficiaba en nada, perdía más de lo que ganaba. En esta concordia no era reconocido como heredero de la Corona de Aragón, el punto más importante de las negociaciones. De momento, no le quedaba más remedio que aceptar lo que su padre le concediese.
Aunque concretamente no reza en el documento de la Concordia de Barcelona, al viudo don Carlos se le veta expresamente que se case con la infanta Isabel de Castilla, pues Juan II no olvida que Castilla ayudó al príncipe de Viana en la guerra civil de Navarra. El matrimonio con la infanta de Castilla hubiese reforzado mucho más esta alianza, lo que Juan II considera que sería peligroso para él y la nueva familia que había formado con Juana Enríquez y su otro hijo el infante Fernando.
El príncipe de Viana vive lujosamente en Mallorca
A pesar de estar endeudado el príncipe de Viana vivió lujosamente en Mallorca. Para conseguir dinero tenía que empeñar sus joyas y bienes, y pedir préstamos. Así lo demuestra durante su estancia en la isla de Mallorca, donde no cambió de costumbres; estaba habituado a vivir lujosamente, con un gran número de servidores y de comodidades, como en los años en que vivió en el palacio de Olite, una de las cortes más elegantes de Europa. A pesar de su destierro la mala situación económica no le debía preocupar, puesto que seguía manteniendo un elevado nivel de vida, nombrando servidores, desempeñando joyas, etc. A pesar de las malas relaciones existentes con su padre ya, desde Sicilia, le solicitaba ayuda económica para poder llevar su vida de lujo. No pareció tener ninguna intención en cambiar sus hábitos de vida. La documentación manifiesta que las deudas y empeños no ocurren únicamente durante su estancia en Mallorca, sino que era algo muy habitual en la vida del príncipe, pues algunos datan de cuando su lugartenencia en el reino de Navarra.
Pocos días después de llegar a la isla de Mallorca, el rey mandó a Francesc Burgués, procurador real en el reino de Mallorca, que le pagase cada mes 200 florines para su sustentación. Pero esta cantidad era insuficiente para sus gastos y el endeudamiento era cada vez mayor. Don Carlos escribió un memorial dirigido al gobernador de Cerdeña, a quien pedía dinero para poder pagar las naves que le habían llevado a Mallorca. También el día 10 de septiembre escribió a don Lope Ximénez de Urrea, virrey de Sicilia, y a fray Bernat de Rocabertí, consejero del rey Juan II, explicándoles que el gobernador de Sicilia, Juan de Moncayo, había prometido que pagaría a la tripulación de las galeras que lo acompañaron en el viaje, al menos hasta la llegada a Mallorca, un sueldo razonable (200 ducados) además de pan y otras cosas de primera necesidad.
A pesar de estos problemas seguía comprando y encargando objetos a los mercaderes. A mediados del mes de octubre respondió a una carta de Lluis de Santángel, mercader, sobre unos cubre acémilas que le había pedido; le especificaba que algunas habían de tener sólo las armas de Aragón, otras las de Navarra, otras las de Sicilia y otras las de Navarra y Francia; escribiendo seguidamente al rey para que diese la oportuna licencia al citado mercader, para que le fuese a ver.
A partir de los meses de febrero y marzo del año 1460 hay constancia de que el príncipe reconocía deber determinadas cantidades de dinero a ciudadanos mallorquines a quienes prometía pagar sus deudas en los próximos meses de junio, julio y agosto. Sus gastos eran muy superiores a sus ingresos. Las deudas se iban acumulando. En estos reconocimientos de deuda, aparte de gastos de alimentación como pueden ser carne, vino y pan, que son alimentos de primera necesidad, y de cera, también indispensable para vivir, aparecen varias partidas de paños de seda de diversos colores, cuyo precio es de unas 820 libras mallorquinas. Lo que nos vuelve a poner de manifiesto que vivía por encima de sus posibilidades económicas.
Una de las grandes aficiones del príncipe eran los halcones. A principios del mes de octubre, pidió a su halconero mayor, Juan de Mallorca, quien se encontraba en Sicilia, que le trajese sus halcones lo más rápido posible, puesto que se aproximaba la temporada de caza. Escribió así al abad Troyano para que pagase a Juan lo que fuese necesario para traerlos. El día 20 de enero recibió 20 halcones malteses de Sicilia, por los que pagó 176 sueldos y 10 dineros barceloneses, quizá ante el retraso de los halcones pedidos a Juan de Mallorca, había realizado otra compra, determinada por la urgencia para cazar.
Carlos se encargó sobre todo de asuntos de carácter más personal, como los relacionados con doña María de Armendáriz, madre de su hija Ana, quien había sido dama de la reina doña Blanca y más tarde lo fue de la infanta doña Leonor. El príncipe siempre la tuvo en especial consideración dándole numerosas rentas y derechos, entre ellas la donación del palacio de Berbinzana por el préstamo que ella le había hecho de 5.000 florines para casar dignamente a Ana, la hija de ambos. El 23 de octubre ordenó abonar a Beltrán de Arbizu, padre de Luis de Arbizu, cierta asignación sobre los molinos de Echarri Aranaz, más el peaje de Lesaca y Vera correspondiente a los años 1455 y 1456, en paga de los 500 florines que se ofrecía pagar a María como dote en su casamiento con Luis de Arbizu, escudero del príncipe. Este mismo tipo de atenciones también fueron recibidas por Brianda de Vega, madre de su segundo hijo, Felipe de Aragón y Navarra, conde de Beaufort. Ella tenía su residencia en Navarra, en casa del clérigo de Larraga, junto con su hijo. El príncipe se preocupaba de que su estancia fuese lo mejor. Durante su estancia en Mallorca envió una carta a Juan García de Lizasoáin, alcalde de Cort, para que custodiase junto con su mujer en su casa a Brianda, de manera que la recibiese y tratase según al beneficio de su fama cumple. Estos dos ejemplos muestran que el príncipe colmaba de atenciones a sus amantes, madres de sus hijos naturales, a las que nunca faltó de nada. Por el contrario, se encuentran pocos ejemplos de participación en los asuntos de carácter más local durante su estancia en la isla.
Durante su breve estancia en la isla el príncipe realizó muchos nombramientos de oficiales, el primero documentado corresponde al 1 de septiembre de 1459 y continúan hasta sus últimos días en la isla, por lo que seguía aumentando su plantilla de servidores personales. Uno de los nombramientos más curiosos es el de Guiomar de Sayas, “persona de linatge e entendida, como cobijera (alcahueta) mayor del príncipe” El cargo, según Las siete Partidas de Alfonso X el Sabio, corresponde a una mujer que sirve a un gran señor o dama guardándole sus paños o sus arcas, es la que está más cerca de ellos, conociendo más de sus hechos y secretos que las otras servidoras.
La afición del príncipe por las mujeres es harto conocida. En la documentación aparece documentada una mujer llamada Margalida, que esperaba un hijo, y que según G. Desdevises fue la amante del príncipe durante su estancia en Mallorca. Cabe confirmar con seguridad que una Margarita aparece documentada “agradecémosvos muy mucho lo que fecho haveys en recomendación de Margarita, la verdad de la cosa mostrará lo que haver sentido de ella ser prenyada”.
La residencia del príncipe en Mallorca duró hasta finales del mes de marzo de 1460. El propósito de esta estancia había sido esperar a que su padre lo autorizase a entrar en la ciudad de Barcelona. Alcanzada la concordia, lo que representaba que ya no había problemas entre ellos, el rey aún tardó en la orden. Así las cosas hacia finales de marzo Carlos decidió partir sin el consentimiento de su padre, alegando que los aires de la isla no sentaban bien a su salud. Llegó a Barcelona el 28 de marzo de 1460 con la nave de Brandà Amat y con la galera de Joan de Cardona; le esperaban el gobernador y unos pocos ciudadanos y se fue a alojar al monasterio de Valldonzella. A partir de este momento su vida cambió, pues la ciudad de Barcelona y el pueblo catalán lo acogieron con gran alegría aún siendo un príncipe extranjero.