Fascinante visita nocturna al Monasterio de Casbas, luz en medio de la oscuridad

La historiadora Carmen y el cuidador del complejo, Roberto, revelaron la historia y las leyendas ante decenas de curiosos la noche previa a Todos los Santos

DH
03 de Noviembre de 2024
Visita nocturna al Monasterio de Casbas. Foto Fernando Paúles

La historiadora Carmen y el cuidador, Roberto, protagonizaron la noche del 31 de octubre una enigmática y fascinante visita al Monasterio de Nuestra Señora de la Gloria de Casbas, entre la oscuridad y la penumbra para añadir misterio y autenticidad a la velada.

Un buen número de curiosos conoció todos los rincones de este monasterio cisterciense con más de 850 años de antigüedad (fue fundado el 15 de marzo de 1173) gracias al impulso entonces de la condesa Oria de Pallars, esposa de Arnal Mir, con el respaldo del obispo Esteban de Huesca.

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El relato de Carmen y Roberto trufaba el rigor histórico (las donaciones de las iglesias de Casbas, Labata y Torres Alcanadre entre otras) con leyendas y ritos que deslumbraban en medio de la oscuridad. La iglesia fue consagrada en 1208 después de desgajarla legalmente de Huesca para pasar a la abadía de Morimond de la orden cisterciense.

Por las piedras del Monasterio, se deslizaron revelaciones como la grandeza imprimida por la abadesa Luisa de Laporta y los desastres de la desamortización de Mendizábal y la Guerra Civil. Ahora, 45 años después de ser declarado Monumento Nacional y veinte Bien de Interés Cultural, se echa de menos la presencia de una comunidad religiosa como la que dejó su presencia en 2004 y de más a algunos personajes nefastos de la modernidad que, sin embargo, no han podido con su grandeza. Con su luz que desprende, incluso, en la noche previa a Todos los Santos.

Recorrieron el templo románico en la integridad que hoy se puede disfrutar, el crucero, los claustros, la sala capitular, el refectorio y las estancias que lo convierten en un ejemplar único.

Los presentes gozaron del relato de Carmen y Roberto, impregnado de anécdotas y lo que se llama la intrahistoria con sus pequeñas veleidades, y concluyeron con un poquito de gula que queda perdonada por la bula de la curiosidad: un quemadillo y la tarta de queso de Villa Villera de Sieso dejaron un sabor maravilloso a una cita memorable.

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