Feliciano Llanas y los oscenses de la Generación del 27: "A Pepín se le reconocía como el verdadero jefe del surrealismo"

El divulgador explica en el Rotary Club las diferencias con los "mezquinos" del 98 y el papel de Llanas Aguilaniedo, los Bello, Julio Alejandro, Rodríguez Rapún y Agustín Viñuales

05 de Noviembre de 2024
Feliciano Llanas y los oscenses en la Generación del 27

Feliciano Llanas Vázquez es un divulgador peculiar, pues distribuye sus conocimientos generosamente y con ese sarcasmo tan característico en Radio María, Onda Cero y Cadena Ser. ¡Alabado sea el Señor y el santísimo Sacramento del Altar! En todos los casos, aduce, "siempre al límite". Hace falta mucha erudición para impregnar el costumbrismo en la interpretación de los movimientos literarios de la "Edad de Plata" de principios de siglo pasado, tan internacionales, con el somardismo que llena de calidez los relatos.

Es lo que consiguió Llanas Vázquez, profesional bancario que fue -nadie lo diría a través de su expresión-, fotógrafo, dibujante, articulista y presidente de la Asociación Cultural Conde de Aranda, en la conferencia organizada por el Rotary Club de Huesca en el Hotel Pedro I donde se congregaron miembros de esta organización, familiares y allegados del orador que desgranó las peripecias de personajes oscenses en torno a la Generación del 27

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El presidente de la asociación madrileña de raíz aragonesa, que celebra en este 2024 sus bodas de plata, aseveró que en los albores de la centuria y hasta 1936 convivieron tres generaciones de intelectuales, "y además de una categoría impresionante". Tiró de jerga futbolística: en la del 98, la delantera sería Baroja, Unamuno y Valle-Inclán; en la del 14, Ortega, Juan Ramón Jiménez, Marañón y Gómez de la Serna, cuatro arietes; y la del 27, con Dalí, Lorca, Buñuel y Alberti. "La del 98 era la de los mayores, la del 27 la de los chicos jóvenes y la del 14 el puente".

La gran diferencia entre las generaciones era "la amistad. Los del 98, no convivían. No tenían sentimiento de pertenencia a un grupo, y tampoco los del 14. Iban a su bola". De la primera, aseguraba que sus personajes eran "insoportables, presumidos, egocéntricos, no había quien les aguantara. Ortega y Gasset llegó a decir que el comportamiento de esta gente es de niños, es que son tontos perdidos, lo llegó a afirmar con todo el respeto intelectual, por su comportamiento humano. Unamuno era el tío más plasta que os podéis imaginar". Interrumpía las tertulias en Salamanca y monopolizaba la conversación... "Es verdad que era una maravilla escuchar a Unamuno".

De Valle-Inclán, recalcó las baladronadas, sus faroles e historias. "Eran unos personajes muy mezquinos y muy poco generosos". Recordaba una tertulia reciente con Félix de Azúa, "barojiano pero barojiano, se ha leído todo lo de Baroja" y ha buceado en los artículos de juventud del vasco. "No os podéis imaginar la de insensateces que escribía este tipo cuando era joven".

Se adentró Llanas Vázquez en la figura de José María Llanas Aguilaniedo, sobre el que su hermano inyectó la curiosidad a Justo Broto, que empezó a investigarlo. "Este es un escritor de primera línea nacional, fuera de lo normal". Broto comenzó por la crítica, "que lo ponía por las nubes. Escribía con una inteligencia fuera de lo normal además de escribir muy bien, muy bien, muy bien. Entonces, se le consideró el jefe de la Generación del 98", y así lo reconocían Rubén Darío, Clarín o Pardo Bazán, después lo han dicho Entrambasaguas y Camilo José Cela.

A José María Llanas Aguilaniedo se le consideró el jefe de la Generación del 98

La nombradía de Llanas Aguilaniedo le llevó a sumergirse con los Baroja en el "Madrid más profundo, el más peligroso, y escribió La mala vida en Madrid y Pío Baroja paralelamente La busca, que recomiendan leerlo todo a la vez porque es clarificador".

Tras estudiar su figura, Broto fue a bucear en lo que dicen los compañeros de Llanas Aguilaniedo: "Nada, absolutamente nada. Era una gente mezquina y muy poco generosa". Llanas Vázquez desgranó hilarantes escenas matritenses como el encuentro, luego disputa, entre Baroja, Unamuno y Valle-Inclán en una plaza de la capital.

SENTIMIENTO DE PERTENENCIA DEL 27

Por el contrario, el "trato era muy distinto a los chicos del 27, que en su juventud tuvieron una sensación de pertenencia y, además, una cosa muy interesante, incluyeron mujeres como las pintoras Maruja Mallo o Margarita Manso y una larga lista. Y la pianista Pilar Bayona, que era una mujer cañón, fuera de lo normal, y los llevaba de calle a Pepín, a Luis, incluidos el hermano de Luis y Federico García Lorca que eran epénticos, homosexuales".

Ahí emerge la importancia de La Residencia de Estudiantes que les permitió compartir excursiones o la interpretación anual de El Tenorio, junto a grandes proyectos como el homenaje a Góngora en Sevilla. Pepín Bello "era la persona más natural del mundo y hablaba de todo, pero no venía a pontificar y hablar de su amigo Lorca".

Feliciano Llanas describió la vida de la Residencia y la admiración de la educación inglesa por el fundador, Giner de los Ríos, del que se dijo que "no pararía hasta que los humildes labriegos de su tierra de La Mancha siembren con bombín y se comporten como verdaderos gentlemen". "Lo más importante es la unión y convivencia entre personas mayores y los chicos, que podían tratar a Ortega, Marañón, Juan Ramón Jiménez", incluso Unamuno se alojaba cuando iba a Madrid en la Residencia, "porque era muy mezquino". Y Pepín, que siempre estaba controlando, le preguntaba si había estado al administrador, que le replicaba: "Claro, no paga".

Otra gran figura era Eugenio D'Ors, al que todos consideraban un genio. "Decía Pepín que ir al Museo del Prado con Eugenio D'Ors era el no va más".

En la época de Pepín, había 150 residentes, de los que 100 fueron anónimos y 50 fueron realmente brillantes, y el núcleo fuerte del 27 fueron diez, con personajes de todas las edades y orígenes, desde andaluces a oscenses, escritores, pintores, toreros,... Había grupos: Guillén, Salinas y Cernuda; Dalí, Lorca y Guillén... "Mantener unidos estos grupos, genios con unos egos descomunales, era casi imposible". Ahí entra Pepín Bello, que permitió mantener incólume la unión de Dalí, Lorca y Buñuel, que también había lo suyo.

Conferencia de Feliciano Llanas ante el Rotary Club de Huesca

Entra la figura también de Joaquín Costa, muy allegado a Giner de los Ríos, que ayudó intelectualmente y colaboró para la Institución Libre de la Enseñanza, como hizo también José María Llanas Aguilaniedo.

Sobre Agustín Viñuales Pardo, de una familia de comerciantes oscenses, explicó que estudió Derecho en Madrid y se casó con la marquesa de Machicote, fue ministro de Hacienda con Azaña y la guerra le pilló de consejero del Banco de España. Negrín le obligó a exiliarse a Francia. Recuerda Llanas que, en su época de profesor en Derecho, recomendó a todos que aprobaran a Federico García Lorca porque iba a ser un número 1 mundial de la literatura: "Yo me niego a pasar a la historia como uno de los cabrones de profesores de la Universidad de Granada que truncaron la carrera a García Lorca. Así que le voy a aprobar la asignatura por toda la cara". La sorpresa del padre del granadino, con poca fe en el afán estudiantil de su hijo, fue mayúscula.

Agustín Viñuales Pardo: "Me niego a pasar a la historia como uno de los cabrones de profesores que truncaron la carrera a García Lorca"

El primero en ver a García Lorca por los pasillos en Madrid fue, cómo no, Pepín Bello. Durante muchos meses, compartieron habitación y surgió una bonita amistad.

El siguiente personaje en desfilar en el discurso de Llanas Vázquez fue Rafael Rodríguez Rapún, asociado al grupo de teatro La Barraca fundada por Federico García Lorca que quería ofrecer en los pueblos el teatro del siglo de Oro. Cuarenta jóvenes, hombres y mujeres, comunistas, socialistas, falangistas y "con un entusiasmo brutal". Estuvieron en el Olimpia (con escasa repercusión mediática), Ayerbe, Canfranc y Jaca, donde el alcalde prohibió la representación y fue sustituida por un recital de Lorca con su Romancero Gitano.

Rodríguez Rapún era el secretario administrador de La Barraca, fue un brillante alumno de la Escuela de Minas, "guapísimo, con una planta de aquí te espero, futbolista", y del que se enamoró perdidamente García Lorca. El futbolista "no era epéntico", pero era tan arrolladora la personalidad de García Lorca que "cayó inmerso en sus redes. y no es un novio más de Lorca. Gibson afirma que Rapún fue el amor más hondo y profunda de García Lorca", pero Rapún volvió a sus novias, "lo que hizo sufrir indeciblemente a Lorca". En esa desesperación escribió Los Sonetos del Amor Oscuro, el cénit de la obra del granadino.

La muerte de García Lorca hizo entrar en shock a Rodríguez Rapún, que se autoinculpó y se alistó. El 19 de agosto de 1937 murió en el frente en Santander, un año justo después del asesinato del granadino.

LA TRASCENDENCIA DE PEPÍN, MUÑIDOR DE IDEAS

¿Cuál era el modus operandi creativo de la Residencia? "Uno lanzaba una idea, por ejemplo una botella de plástico y Pepín decía que con una botella de plástico don pimpín de no sé qué hizo un no sé cuánto y pasaban dos jesuitas... Y, a partir de ahí, se retroalimentaban entre Federico, que hacía un poema, Dalí un dibujo... A Pepín se le reconoce como el verdadero jefe del surrealismo porque era del que partía la idea". "Dada su afición al trabajo, ni pintaba ni escribía", sentenció Llanas entre risas.

Uno de los beneficiarios de esta prolijidad de ideas fue Luis Buñuel. "Dijo: Cojo estas ideas, las pongo una detrás de otra y tengo una película. Y le puso el nombre El Perro Andaluz, porque las cosas con Lorca no estaban muy bien, se amparó en Dalí que estaba por París. Hicieron el guion y la película. Firmaron el guion Buñuel y Dalí, no salía por ningún lado Pepín Bello, que juraba que un gran número de todas esas ideas eran de él. Por supuesto, ni una sola mención". Lo dató, mínimo, en un 25-30 % del texto.

El conferenciante se centró en la película sobre Las Hurdes de Buñuel, con la que no contaba con financiación, que le resolvió Ramón Acín prometiéndole que, si le tocaba la lotería, se la pagaba.

Pepín Bello era quien amalgamaba a todos e incorporaba los talentos, desde Buñuel, "que era un bruto", hasta Dalí y Miguel Hernández, a quien presentó a Federico García Lorca. Hernández le dijo a Lorca: "Federico, yo también tengo cojones de poeta".

Otro oscense "importantísimo fue Julio Alejandro, también tío mío", que vivió muchas vicisitudes y condenas. Tras los intentos de Walt Disney y Cantinflas de incorporarlo como guionista por su reputación, a los que se negó, acabó en una reunión con Luis Buñuel. "Julio se fue a levantar para irse, pero saltó encima de la mesa una de estas palabras aragonesas concretas y empezaron a recordar su infancia en Aragón, en Huesca, su juventud... Y se selló una amistad hasta que murieron, y ahí se firmó el mejor cine de Buñuel. Nazarí, Simón del Desierto, Tristana, Viridiana, El Ángel Exterminador"...

Julio Alejandro renunció a Walt Disney y Cantinflas, y acabó sellando una gran amistad con Buñuel del que fue guionista de sus mejores películas

Un personaje más: Severino Bello Poëyusan, brillante ingeniero y notable intelectual de ideas regeneracionistas, seguidor de Krause, de Costa, Ramón y Cajal. Intervino en Riegos del Alto Aragón, hizo la primera línea hidroeléctrica fuera de una ciudad en España, fuentes, carreteras... Antonio Bello le tenía una gran devoción y le recriminó al padre de Feliciano, el alcalde Llanas Almudébar, "la mierda de calle que le has puesto" en una zona industrial.

Severino Bello se casó con la hija de Pepito Lasierra. Camo, cuyo prestigio era tal que tenía el escaño de Castelar y era un personaje que incluso aparecía en Luces de Bohemia de Valle-Inclán, exigía que todo personaje con cualquier lustre social fuera a saludarle y rendirle pleitesía. Severino pasó y, al final, fue Camo quien fue a verle. Fue tan grande su labor que incluso la obra para el agua de Madrid fue por él firmada.

De aquellos años de inicios de siglo rescataba Llanas Vázquez la animosidad entre Manuel Camo y Pepito Lasierra, cada uno con una acera "asignada", "cuando se cruzaban se insultaban y sacaban los bastones. Es verdad que nunca cruzaron la acera, siempre había turiferarios que los sujetaban".

DÍAS DE FRÍO, HAMBRE Y MIEDO

De los días de frío, hambre y mucho miedo en la guerra como los calificó Pepín, sin embargo en esos tiempos Antonio Bello demostraba su carácter por el que hablaba con la misma naturalidad de la cosa más absurda a la más profunda con su conocimiento. En esa versatilidad, recordó Feliciano Llanas una pantomima en el Laboratorio Epidemiológico de Loeches donde era becario y empezó a rezar en latín. "No tendría ni 27 años, altísimo y guapísimo con su pelo rubio, y le contesta a Granel, un empleado, que le pedía que callara no fuera a ser que les pillaran: Es que soy un obispo infiltrado", e hicieron una congregación que acabó en un Consejo de Guerra. "No acabó en el paredón por la intercesión de Feliciano López Uribe, comunista de Madrid que había sacado a Pepín de la checa de la Marina".

Conferencia de Feliciano Llanas ante el Rotary Club de Huesca

Tras la guerra, llegó Antonio a Almudévar para gestionar el patrimonio familiar, y divertía a todos porque sabía "volcar los carros. Iban por todos los pueblos apostando. Se sacaba un dineral y le ganó mucha aceptación". En la fonda, llevaba un albornoz elegantísimo con el que deslumbraba y que le pidieron en la fiesta.

Antonio tiró durante años para animar las celebraciones familiares de un cartel que vio en una finca: "Agricultor, ganadero: si te falla la remolacha, agárrate al nabo". A Pepín le gustaba utilizar una sentencia que pronunciaba a las 3 de la madrugada: "Señores, tengo la costumbre de retirarme pronto".

Finalmente, antes de recibir el obsequio de una reproducción de Julio Luzán del Monumento de la Paz y unas castañas de mazapán que siempre le regalaba Carmen Gastón siempre el día de su cumpleaños, ha manifestado una cierta tristeza por la situación de Huesca y sobre todo, por el cierre del mítico flor, donde Luis Buñuel preguntaba por los Bello cuando venía a Huesca.

Como colofón, en la última visita en la que Buñuel le dijo a Antonio que quizás no se volvieran a ver por la edad, éste le replicó: "Hombre, Luis, si no nos vamos a ver más, permíteme que te dé un abrazo. Y, mientras se lo daban, le dijo Luis: Bueno, Antonio, eso de que no nos vamos a ver más... Oye, hay gente que dice que después de esto hay otra cosa y, ¿quién te dice que no nos vayamos a volver a ver?"

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