Ángeles Arbués Lorés es luz que atraviesa los años con la serenidad de quien ha conocido el dolor y lo ha transformado en paz. Es una niña que ríe, una mujer generosa que se entrega, que quiere al prójimo.
Su vida ha sido un largo viaje por el mundo y por los caminos del alma, una travesía de amor y pérdida, de belleza y resistencia. De Anzánigo a las Islas Vírgenes, México, Francia, Bélgica o Alemania, su corazón ha latido en muchos lugares, pero es aquí, en su querido barrio, donde su esencia se enraíza con más fuerza. "En este Perpetuo Socorro, hay mucha gente muy interesante", sostiene, y se emociona cuando piensa en todo lo que le han ayudado sus vecinos, sin pedirle nada a cambio. "Las cosas que se hacen con amor son preciosas".
En una dura infancia, los barrancos de Anzánigo fueron su refugio, el espejo de su espíritu. Allí, su alma nadaba un rato en las cristalinas aguas y está convencida de que Dios le hizo allí sus primeros guiños. Esa conexión con la naturaleza, con lo más puro y esencial, resuena en su recién presentado poemario Desde el fondo del barranco, una obra de "gran calidad poética", como afirma Angélica Morales.

Ángeles, que ha celebrado ya 84 primaveras, ha recopilado sus versos con el amor y la complicidad de muchos amigos: Margarita Acín, que vistió el libro con su portada; José Luis Fortuño, que puso su mirada en las fotografías y el diseño; Icomgraph, que hizo posible la impresión, y otras compañeras que le ayudaron a escoger cada texto con mimo.
En la presentación, que formaba parte de los actos conmemorativos de la Biblioteca Ramón J. Sender, en el Centro Cívico Santiago Escartín Otín, las voces de quienes la acompañaron llenaron el espacio de emoción, de esa poesía que no se lee, sino que se siente.
La vida no le ha sido fácil. Ha amado y ha perdido. Su segundo hijo falleció en 2004 en un accidente. El primero se encuentra ingresado en un centro. Su marido, el hombre con quien compartió tantos caminos, murió un 24 de diciembre, justo el día en que iban a vender su casa, para cruzar el Atlántico y regresar a Huesca.

"Me quedé sin marido y sin casa", recuerda Ángeles, pero no sin esperanza. Porque en el abismo de la ausencia encontró una luz: la Fe bahaí. En su mensaje de unidad y paz, halló un refugio sin muros ni rituales, una senda que la ha liberado del miedo a la muerte y le ha enseñado a despojarse de lo malo para llegar a Dios.
Ángeles pasó una gran tarde recibiendo el cariño de tantas personas que la quieren, compartiendo recuerdos y emociones. Incluso el alcalde de Anento le dio una grata sorpresa con su visita, un gesto que ella recibió con la humildad que la caracteriza. Y es que, en el fondo, Ángeles es una mujer discreta y sencilla. Ya lo dijo: puede que publique un segundo libro, pero quiere que vea la luz cuando ella ya no esté.