Resulta extremadamente complejo emprender una crónica sobre lo que hace apenas seis días disfrutamos, sufrimos y admiramos con la conferencia de Jesús Inglada Atarés sobre "La infancia en tiempos de guerra. Auschwitz, 1945-Gaza 2024)". Y no sólo por las dos horas que el extenso conocimiento y cualificación divulgativa del profesor convirtieron en una sensación tan leve para el sediento de saber Salón Azul del Casino, que rio la expresión del conferenciante más allá de los 110 minutos cuando reconoció que todavía no había empezado la alocución específicamente atribuible al título.
La transversalidad ideológica que otorga la honradez intelectual puede incomodar a oyentes que esperen tan sólo una atrabiliaria diatriba contra el nazismo, bien fundamentada y justificada, ya que se encuentran con que, sin solución de continuidad, el orador revele la barbarie de los gulags comunistas en Chequia, en Ucrania o cualesquiera regímenes comunistas acogidos a ese otro holocausto que fue el de la influencia de Stalin. Incluso, puede quedar sorprendido por la presencia de ángeles protectores bajo uniformes y también auténticos héroes de la protección del ser humano a través del arte. Personajes que recorren el verbo del profesor Inglada y que, como él mismo reconoce, concilian con el género humano.
Inglada Atarés comenzaba su exposición reclamando la atención sobre la conexión a través de los tiempos entre crímenes contra la infancia. "Ahora mismo, los niños de Gaza siguen muriendo. Esas paradojas tristes del destino, en las cuales un dirigente israelí, Netanyahu, ha derivado sus problemas con la justicia hacia una guerra invasiva que no respeta a la población civil y se está produciendo un holocausto de niños". Argumenta con números: de las 45.000 víctimas mortales de Gaza, 15.000 son niños. El mismo número que murieron en el campo gueto de Terezin. "La historia tiene esas tristes paradojas y el ser humano no aprendemos de la vida".
Una imagen impacta en el inicio de su conferencia. Unos dibujos pintados por niños en Auschwitz Birkenau antes de llevarlos a la cámara de gas que posteriormente, una de las menudas víctimas del nazismo, Yehuda Bacon, restauró.
EL LARGO VIAJE
Parafraseando el epígrafe del libro de Jorge Semprún "El largo viaje", Jesús Inglada iniciaba un recorrido por su "ikigai", su razón de ser, que abría esta singladura en 2001, en que llevaba una "sobredosis del siglo XVII" que investigaba para su tesis doctoral. Conoció a Mariano Constante y ahí abrió un "paréntesis de 25 años" dedicándose a entender y explicar "la deportación de la que formaron parte muchos españoles". En esa fecha, organizó en el instituto de Grañén un homenaje a los monegrinos que acabaron en el campo de Mauthausen dentro de los 8.000 españoles para los que se convirtió en destino.
Por la exposición del profesor Inglada desfilaban personalidades, por su integridad moral que no por sus cargos, a las que ha aprendido a admirar. Tras Mariano Constante, Liz London, que conoció en España y Francia a un personaje mítico, Arthur London, "leyenda de la historia de Europa", miembro de las Brigadas Internacionales, pasó por Francia, fue internado en Mauthausen y se hizo amigo de Mariano Constante.
Una de las grandes "jugarretas del destino que nos hace aprender sobre las ideologías". Tras salir vivos de Ravensbruck y Mauthausen respectivamente, Liz y Arthur quieren quedarse en Francia pero el nuevo gobierno comunista de Checoslovaquia reclama a Arthur para que asuma el puesto de viceministro de Asuntos Exteriores. "Al poco tiempo, vienen las purgas de Stalin, los famosos juicios de Slansky, donde eligen como víctimas propiciatorias a toda una serie de altos cargos que se han dejado la piel en España, los campos nazis o la resistencia, y les juzgan, les obligan a confesar unos crímenes increíbles y los ejecutan a todos".
"El horror de su muerte es, si podemos decir, incluso superior al de los nazis, porque fueron obligados durante un año y medio de torturas a aprenderse de memoria unos delitos que tenían que decir como actores"
El problema es, agregaba Inglada, que eran comunistas profundos y no podían imaginar que el comunismo, "cual Saturno devorando a sus hijos, los destrozó. Condenaron a 14, 11 fueron ejecutados, entre ellos tres que tenían relación con España" como Arthur London, Josep Frank que padeció en Buchenwald y fue viceministro, y Gesminder, que fuera novio de Irene Falcón, secretaria de La Pasionaria. "Los buenos comunistas quedaron perplejos ante este crimen típico del estalinismo que afectó no sólo a Checoslovaquia, sino también a Bulgaria, Hungría, Rumanía en menor medida, etcétera, etcétera".
Salvo Liz London, el resto de esposas de los luego ejecutados creyeron a los acusadores, hasta el punto de que algunas mujeres e hijos pidieron la muerte de sus familiares al acusarles de traidores. Como reflejaba Costa Gavras en su película La Confesión, "el horror de su muerte es, si podemos decir, incluso superior al de los nazis, porque fueron obligados durante un año y medio de torturas a aprenderse de memoria unos delitos que tenían que decir como actores. Si no lo decían bien, les interrumpían el sueño todos los días durante un año y pido. Al final, estaban desmoronados y confesaron con tanta verosimilitud que hasta los propios hijos y esposas se levantaban pidiendo no una muerte, sino dos. Murieron estafados porque la causa en la que habían creído les había condenado a morir y con la sensación de haber dejado la vida en todos los campos de Europa y el comunismo los tritura. Pero es que mueren con el dolor de pensar que sus esposas e hijos los desprecian. Es horroroso". Testimonio de Liz London en conversaciones con Jesús Inglada.
Personajes admirables se suceden en la conferencia del profesor, siempre Mariano Constante, pero también otras figuras de extremos méritos, sufrimiento y grandeza como José Alcubierre Pérez, Eusebio Pérez, Virgilio Peña, Vicente García Riestra y el sin par Jorge Semprún.
EL TERREMOTO PÉREZ
Un seísmo profesoral viene para agitar más, si cabe, las inquietudes del historiador de Sangarrén. Es Carlos Pérez Vázquez, que en 2012 llegaba al IES Pirámide como profesor de música, y la sociedad entre el monegrino y el ovetense abrió de par en par la aventura de conocer el Holocausto. Historia, memoria e imágenes".
En 2015 comenzaron la organización de viajes con alumnos para que conocieran el holocausto. En la primera edición, y las siguientes hasta quince porque el 2 de enero comienza una nueva, ya visitaron Praga, el campo de Terezin, el de Auschwitz-Bikernau y se entrevistaron con Helga Weissová, "que ha sido un poco el motor de estos viajes". Tenía referencia Jesús por El País Semanal en una entrevista en la que decía que le habían ayudado unos españoles en Mauthausen. Helga había recorrido Terezin, Auschwitz, Flossenbürg y Mauthausen.
Consiguen entrevistarla y en 2016 organizan unas Jornadas Hispano-Checas y consiguen traer a Huesca a Dagmar Lieblová, Vicente García Riestra, superviviente de Buchenwald, y la embajadora de la República Checa Katerina Lukesova. Dagmar Lieblová, "leyenda viva, era la directora del Colectivo Terezin", había pasado por este campo, por Auschwitz-Birkenau, Neuengamme (Hamburgo) y Bergen-Belsen, donde estaba Ana Frank.
Es impresionante la pasión que desprende el profesor cuando revela una "primicia mundial": el casino de los SS de la segunda fábrica que montó al final de la guerra Oskar Schindler, el famoso salvador de judíos que "se inventa el traslado de la fábrica a una población de Chequia" sobre el que se inspiró "La lista de Schindler". Un periodista y artista que compró el inmueble invitó a los expedicionarios oscenses de las jornadas del Holocausto.
Jesús Inglada y Carlos Pérez, promotores del Instituto para el Conocimiento del Holocausto y los Totalitarismos (IECHT), combinaba la explicación del "campo del engaño" de Terezin (recibía visitas de Cruz Roja previo adecentamiento para que certificara unas condiciones apropiadas de los judíos) con grandes figuras del arte como Ullman o Krasa víctimas de holocausto, o los españoles Manuel Caballero y José Rasal. Los Justos entre las Naciones como Schindler, seis de ellos españoles reconocidos en el museo Yad Vashem de Jerusalén, entre ellos el aragonés Ángel Sanz-Briz.
Historias fascinantes como la de María Dorezalova, que testificara después en Nürenberg tras haber sufrido muerte de su padre y escarnios, la de Dagmar Lieblová o Anna Hackl, símbolo de piedad cristiana al ocultar a oficiales soviéticos que acabaron de huir, incluso Sofía Razikovka, otra superviviente. Al profesor le enternece la integridad humana de todos estos seres sufrientes que, sin embargo, "no albergan rencor y son muestra de gran humanidad".
NIÑOS QUE SUFRIERON Y ESCRIBIERON EL HOLOCAUSTO
Ya adentrándose en la cuestión que concitaba a todos en el Salón Azul del Casino, sin detenerse en detalles del próximo viaje como la visita a Vojna, gulag checo de terribles represiones, establecía una "alineación" de niños que sufrieron y escribieron el holocausto: la archiconocida Ana Frank, Eva Geiringers (su hermanastra bajo el nombre de Eva Schloss), Rutka Laskier, Dawid Sierajowlak, Moshe Flinker, Eva Heyman y Héléne Berr además de niños de países bálticos. Ana Frank murió en Bergen-Belsen, "el pudridero humano", aunque de él Lieblová consiguió salir.
Se concentra en la figura de Friedl Dicker Brandeis, la austríaca que se enamoró de su primo Pavel Brandeis que había huido a Praga, a la que "Occidente dejó tirada en la famosa Conferencia de Munich de 1938" en que Francia y Gran Bretaña (Daladier y Chamberlain) cedieron a Hitler los Sudetes, lo que significó la ocupación de la capital checa.
Dicker Brandeis, cuando fue deportada a Terezin, en vez de llevar la maleta con cincuenta kilos de alimentos o ropa, "la llenó de pinturas, y se dedicó en el campo de Terezin a una terapia para los niños, para que no sufrieran, para hacerles más feliz el cautiverio. Se entregó y hay dos maletas con más de 5.000 dibujos de los niños".
Su marido y primo, Pavel Brandeis, es cargado a Auschwitz y a ella no le habían llamado. "Pero ve que marchan con niños y se postula para ir voluntaria: ahora es cuando más necesitan. Lo mismo que hizo el doctor Janusz Korczak en el gueto de Varsovia", al que permitían irse pero acompañó en el tren a los niños que iban a "Treblinka. Un pensador, un pensador cristiano, hombres de bien, acompañó a los niños del gueto de Cracovia, sabiendo que le esperaba la muerte, a Treblinka". Lo mismo hizo Friedl Brandeis que, antes de marchar, entregó a una amiga encargada del hogar de chicas dos maletas de casi 5.000 dibujos hechos en las clases. "No tenía otro anhelo que esa terapia para las niñas. Se olvidó de su propia vida y fue voluntariamente al calvario. Se inmoló por todos los niños. Y, paradojas del destino, su marido Pavel sobrevivió y ella entró en la cámara de gas".
Friedl Brandeis "no tenía otro anhelo que esa terapia para las niñas. Se olvidó de su propia vida y fue voluntariamente al calvario"
Este ejemplo de "entrega", añadía Jesús Inglada, le hace acreedora de reconocimiento y ser motivo de estudio en las asignaturas de arte de las aulas.
Siguiendo con ejemplos artísticos y de compromiso, se trasladaba a la Sinagoga Pinkas de Praga, "donde se observa el antisemitismo del mundo comunista en los países de la Europa del Este". Está pintada con todos los nombres de los deportados de Checoslovaquia a los campos de la muerte. Estuvo cerrada de 1948 a 1989 con un pretexto porque "Stalin odiaba también a los judíos".
Para una futura conferencia dejaba la explicación de los niños que sufrieron y pintaron el holocausto como Ella Liebberman, Alfred Kantor y Yehuda Bacon. Brevemente, recorría cuadros preciosos de Liebberman pero a su vez terribles, pintados por niños "cuya mirada no está contagiada".
Se detenía en Yehuda Bacon, que pintó a su padre en una obra emblemática. Estaba en el campo y le mandan a las saunas, se equivoca y entra en la cámara de gas, y los propios prisioneros judíos que estaban al frente de la cámara le explican su confusión. El cuadro es "el icono del sufrimiento. Las almas-humo que hablaba Paul Celan, también deportado en los campos de concentración. El alma que, convertida en humo, trasciende a la muerte".
Concluye Jesús Inglada con la historia de un "medio monje cristiano" que, en Praga tras la supervivencia de los niños, judíos y alemanes, "funda una organización para alimentarlos, darles cariño y para salvarlos". Es Premil Piter, que fundó una serie de castillos por Praga y el Comité de Ayuda Cristiana para niños judíos y alemanes. Yehuda Bacon, que lo refleja en un cuadro, explica que, "cuando los niños salvados no teníamos dónde ir, cuando nos esperaba otra muerte, la soledad y el abandono, el señor Premil Piter nos cogió, nos dio la mano y nos condujo hacia la vida".
La pintura de Bacon se titula "Al hombre que restauró mi fe en la humanidad", realizada en Praga con solo 16 años. "Aparece la imagen encorvada del propio Yehuda, conducida por Premil, que, a través de un rayo de luz, lo guía desde las tinieblas más profundas, desde la muerte, y lo conduce a los campos de la luz y de la vida". Dijo Bacon: "Piter era una persona maravillosa y fue él quien no salvó de los horrores del pasado. Fue la primera vez que tuvimos confianza en otro ser humano. Su buen corazón y el de sus compañeros nos cambiaron".