Es sabido que los músicos de jazz andan siempre buscando su propio sonido, algo que los diferencie de los demás. Algunos lo han conseguido de tal modo que a los pocos segundos uno sabe que ese trompetista es Miles Davis, que ese baterista es Art Blakey o que ese pianista es Bill Evans. Para muchos músicos puede llegar a ser una obsesión.
Ese modo de entender la música no es europeo. Viene de África, de las raíces africanas del jazz. El negro no toca notas, toca sonidos. Para él lo importante no es la melodía o la armonía -y, por supuesto, tampoco la ejecución fiel de una partitura-; lo decisivo para él es el ritmo y el sonido, el color, la textura del sonido.
Ese tipo de arte se puede expresar muy bien con la percusión, pero donde se refleja mejor es en el saxofón -escuchemos por ejemplo el primer Summertime de Sidney Bechet- y, sobre todo, en la voz. No hay dos cantantes de jazz iguales. Y no es sólo porque muchos de ellos llevan casi un siglo cantando una y otra vez las mismas composiciones, lo que llamamos standards.
Estas reflexiones, que comparto después de leer el libro Cómo escuchar jazz, de Ted Gioia, me han venido a la cabeza al escuchar en la mañana de este domingo a Lucía Domínguez y ver cómo ha estudiado las canciones que ha elegido, cómo ha investigado su origen, cómo las ha hecho propias y cómo las dramatiza
Y si, además, el pianista es Noel Redolar, el concierto sale solo; o eso es lo que parece, porque para que el jazz salga fluido como el de esta mañana se requieren años de estudio.
El concierto ha terminado con la sorpresa anunciada: dos interpretaciones a cuatro voces, al estilo del Golden Gate Quartet, para el que Lucía Domínguez había invitado a su pareja, Esteban Camacho, y a dos integrantes de la Coral Oscense, Carlos Calvo y Raúl Betrán. Compartimos en vídeo el tema You'd be so nice to come home to.
Nos vemos el 17 de diciembre en el Casino, pues el concierto dominical de diciembre también se adelanta.
Y muchas gracias a Jaume García Castro por organizar el ciclo.