Martínez de Pisón presenta en Huesca Ropa de casa: "Todo el mundo tendría que escribir un libro sobre su infancia"

El escritor habló en la Anónima su trabajo más reciente, acompañado por el profesor José Domingo Dueñas

08 de Diciembre de 2024
Ignacio Martínez de Pisón presenta Ropa de casa

"Todo el mundo tendría que escribir un libro sobre su infancia". El escritor aragonés Ignacio Martínez de Pisón presentó esta semana su nueva obra, Ropa de casa (Seix Barral), en la librería Anónima de Huesca, donde invitó a considerar la riqueza inigualable de esos años formativos en la memoria de cada individuo.

Como apuntó, este tiempo de la vida no solo es un espacio de descubrimiento personal, sino también un reflejo de una época, un escenario en el que convergen experiencias individuales y colectivas. Al registrar esas vivencias, no solo hablamos de nosotros mismos; nos convertimos en cronistas de un tiempo y de un lugar, cuyo eco también resuena en la memoria de quienes comparten un contexto histórico o cultural similar.

El autor, acompañado por el profesor José Domingo Dueñas y el propietario del establecimiento, José María Aniés, dio mucho  detalles de esta publicación, que constituye un cambio respecto a las novelas que han consolidado su carrera, al ser unas memorias que abarcan hasta 1992.

"Lo interesante es lo que te pasa cuando eres joven. Luego ya, cuando eres mayor, todo es repetición. Bueno, en mi vida por lo menos”, indicó el autor.

Durante el acto, celebrado el 3 de diciembre, Dueñas destacó el éxito que está cosechando Ropa de casa, que también se ha presentado, hasta el momento, en ciudades como Logroño, Zaragoza y Barcelona. 

La portada muestra una fotografía ochentera del autor junto a su mujer. Además, es el propio autor quien aporta su voz al audiolibro.

Muchas de las historias que cuenta tienen como marco el apartamento de Barcelona, donde residió entre 1984 y 1991, el piso "más importante" de su vida, antes que otros en los que vivió más tiempo.

Entre las anécdotas que compartió, destacó la de una vecina mayor que, décadas atrás, ya interpretaba papeles de abuela en anuncios de televisión. Y otra, Rosaura, cuya muerte le dejó sospechas sobre el marido que ya tenía otra relación: “Si entonces yo hubiera tenido interés detectivesco, habría investigado el caso de la misteriosa desaparición de mi vecina Rosaura”.

La fotografía de la portada, añadió, se tomó en la azotea de esa misma casa. También recordó otra imagen especial: la única foto de su boda, tomada por el periodista y escritor Antón Castro, un día en que lo inesperado y lo simbólico se cruzaron en el juzgado frente a la Basílica del Pilar.

Durante el acto, Martínez de Pisón expresó su rechazo hacia la autoficción, calificándola como “una estafa”. Explicó que no ve sentido en escribir novelas donde el protagonista es una versión ficcionalizada del propio autor: “Si sales tú con tu nombre, cuéntame las cosas que te pasan. A mí me gusta que me cuenten las vidas de los demás, no que mezclen ficción con realidad”, comentó.

Además, apuntó que la autoficción podría estar desplazando las memorias tradicionales, una pérdida que considera significativa para la literatura. Citó como ejemplo las obras de Carlos Barral.  "Escribió sus memorias cuando aún no tenía ni 50 años, y son maravillosas porque cuentan, con gran detalle, quiénes eran sus abuelos, en qué colegio estudió y sus primeros pasos como editor. Hay mucha información interesante porque él era un personaje fascinante y sabía contar muy bien”.

José Domingo Dueñas e Ignacio Martínez de Pisón. Foto Myriam Martínez

UN LIBRO GENERACIONAL

El autor destacó que su relato personal trasciende lo individual y conecta con una generación, especialmente con quienes, como él, nacieron en torno a los años 60 y compartieron experiencias comunes en una España que, en gran medida, era homogénea.E

Estudió en la Facultad de Filología de Zaragoza y citó especialmente los encuentros con figuras como José Carlos Mainer. Sin embargo, subrayó que incluso para lectores de otros lugares, como Sevilla, resulta interesante descubrir cómo era la Universidad de Zaragoza o el ambiente de la Universidad de Barcelona a donde llegó más tarde.

El autor reflexionó también sobre los referentes culturales que marcaron a su generación, desde los programas infantiles como Los Chiripitifláuticos o Los payasos de la tele, hasta la uniformidad de experiencias en las ciudades pequeñas de aquella España provinciana. “El Logroño de los años 60 no debía ser tan distinto de la Huesca de los años 60, o de Valladolid”, señaló.

En una evocación nostálgica, recordó detalles como el hielo vendido en la capital riojana -donde pasó su infancia-, los sacos de carbón que se pedían al carbonero, o las bandejas con arenques expuestas al sol en las puertas de los ultramarinos. 

Contrapuso esta imagen con la Zaragoza de los años 70 y la Barcelona de los 80, que marcaron no solo un cambio geográfico en su vida, sino también un salto en el tiempo y en la modernidad. “En aquella época, vivir en una ciudad pequeña, en una grande o en un pueblo era vivir en mundos diferentes”, explicó. Las ciudades ofrecían recursos y experiencias que los pueblos no podían igualar, desde piscinas hasta una vida menos rudimentaria.

Su generación fue testigo de un cambio histórico sin precedentes en España, desde la dictadura de Franco hasta el ingreso en la Comunidad Económica Europea. “España cambió tanto en 10 años que, como dijo Alfonso Guerra, no la reconocía ni la madre que la parió”, recordó. En su análisis, Martínez de Pisón destacó el éxito de la Transición y el marco de convivencia democrática que permitió el periodo de mayor paz y prosperidad en la historia reciente de España.

Más allá de las reflexiones históricas, el libro está atravesado por un tono cercano que recuerda a una conversación entre amigos. “Es como contar anécdotas en una cena de Nochebuena”, dijo el autor, evocando historias familiares que, como las mejores tradiciones navideñas, se repiten año tras año y nunca pierden su gracia. Entre ellas, destaca la de su tío José Ramón, un hombre grande que decidió comprarse un deportivo pequeño, pero quedó atrapado en el coche y fue preciso desmontar la puerta para poder rescatarle.

Aunque reconoce que su infancia no estuvo marcada por grandes eventos, salvo la muerte de su padre cuando tenía 9 años, hay muchos momentos cotidianos que conectan con la experiencia de otros. 

Algunos de los asistentes a la presentación del nuevo libro de Martínez de Pisón en la Anónima. Foto Myriam Martínez

SU MADRE, PILAR CAVERO

En Ropa de casa, Ignacio Martínez de Pisón dedica una parte importante a recordar la vida de su madre, Pilar Cavero, una mujer zaragozana nacida en 1934. Su figura es retratada con profunda admiración, especialmente por la transformación que experimentó tras quedarse viuda a los 36 años, con cinco hijos pequeños a su cargo.

Pisón reflexiona sobre cómo las circunstancias obligaron a su madre a reinventarse por completo, algo que él ha comprendido mejor con los años, desde la perspectiva de un adulto que incluso tenía hijos de la edad que tenía su madre al enviudar.  "Con 36 años en realidad no era una adulta; era una mujer joven que tuvo que aprender a conducir, a trabajar y a ganar dinero para mantener a su familia".

La experiencia de Pilar es un ejemplo de las transformaciones inesperadas que muchas mujeres de su generación enfrentaron. Educadas para ser "ángeles del hogar", dedicadas exclusivamente a la casa y a sus esposos, se encontraron teniendo que asumir roles que nunca imaginaron.

En el caso de su madre, esa transformación la llevó a convertirse en una emprendedora exitosa, que llegó a gestionar hasta cuatro tiendas de ropa infantil en Zaragoza. "Eso es heroico", dijo el autor, que recordó que la apertura de El Corte Inglés en Zaragoza representó una amenaza significativa para los pequeños negocios del centro de la ciudad. Además, el descenso de la natalidad a finales de los años 70 complicó la viabilidad de las tiendas de ropa infantil.

Finalmente, Pilar decidió cerrar sus negocios, en parte por estas dificultades y en parte por la estabilidad que le ofreció un trabajo proporcionado por su hermano, un notario.

SU PADRE Y SUS HERMANOS

Tras la muerte de su madre, en 2018, Martínez de Pisón sintió la necesidad de replantearse su vida y comenzó a escribir sus memorias. Parte de este proceso lo llevó a viajar a Segovia, donde investigó sobre la figura de su padre, quien, como averigüó en los archivos, no había sido una figura destacada del Ejército, sino más bien un hombre gris y rutinario que ascendió por antigüedad, sin hacer una aportación relevante en la historia del franquismo.

Además, se enteró de un accidente protagonizado por su progenitor, que atropelló a una persona con su moto, lo que terminó provocando la muerte de esta persona días después.

Al reunirse con sus hermanos para contarles esta nueva información, se sorprendió al descubrir que todos ya lo sabían. A raíz de este hecho, decidió no consultarles más sobre su historia y tomó la determinación de escribir sus memorias con sus propios recuerdos, que a veces no coincidían con los de su familia. En cualquier caso, sostuvo que las variaciones en los relatos no le restaban valor a la verdad personal de cada uno.

Volviendo a la figura de su padre, explicó que siempre había sido un enigma y su pérdida, cuando el escritor tenía 9 años, dejó una “nebulosa” en su memoria. Sin embargo, a lo largo del tiempo, comenzaron a surgir nuevas remembranzas. Mientras viajaba a Calatayud, recordó haber estado con él en una pista de karts.  También, en Zaragoza, evocó una competición de salto ecuestre a la que habían asistido juntos. “La memoria es un mecanismo que pones en marcha y luego no para, sigues recordando cosas”, añadió.

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LOGROÑO Y ZARAGOZA

En relación con su infancia, Dueñas le preguntó por sus diez primeros años de su vida en Logroño. Aseguró que tuvo una infancia feliz y que eso fue un privilegio. “Para que alguien sea un adulto que reparta felicidad, tiene que haber experimentado la felicidad en su infancia”, señaló.

También reflexionó sobre una frase de Nabokov que le había impactado: “Quienes han tenido una infancia feliz luego de adultos nunca desconfían de los desconocidos”. Explicó que en su caso se cumplió esta idea y que siempre espera lo mejor de los demás.

Tras la muerte de su padre vivió con su madre en la casa familiar de la calle Zurita de Zaragoza, donde descubrió la literatura carlista a través de las novelas de Valle-Inclán.

Cuando se introdujo en el mundo cultural de la capital aragonesa, comenzó a relacionarse con amigos como Antón Castro, José Luis Melero y Gerardo Alquézar. Aunque ya se sentía parte de ese mundo literario, también se destacó por su afición al cine. Su amistad con los dueños de las salas locales, le permitían ir gratis cada fin de semana, aunque las películas eran para mayores de 18 años, y las normas de la época eran estrictas.

Con el tiempo, empezó a acostumbrarse a los multicines Buñuel, donde se proyectaban versiones originales de películas, un espacio que consideraba de arte y ensayo

Pero, aunque en su juventud se sintió profundamente atraído por el cine y por Buñuel. Le admiraba profundamente, pero solo conocía su figura a través de lecturas y relatos, ya que durante el franquismo no podía ver sus películas en el cine. En 1976, se mitió un un ciclo televisivo, lo que le permitió profundizar en su figura, más allá de la admiración platónica. Cuando se encontró con él en Zaragoza, Martínez de Pisón no pudo evitar sentirse paralizado, “era como si de repente aparece Shakespeare”, explicó. Aunque había tenido alguna relación indirecta con su familia, no se atrevió a hablar con el mítico realizador.

Martínez de Pisón conoció a varias personas en Zaragoza, incluidos miembros del grupo Rolde, y comenzó a publicar algunos poemas en la revista del mismo nombre, aunque explicó que no deseaba recuperar esos textos.

Al mismo tiempo, empezó  a estudiar Derecho, pero pronto decidió cambiarse a la Facultad de Filosofía y Letras, donde encontró su verdadera vocación. La presencia de María José Bello, futura esposa del autor y estudiante de Filología Inglesa, también tuvo un impacto en su decisión.

Firma de libros, al término de la presentación. Foto Myriam Martínez

CAMINO A LA LITERATURA

En la Facultad de Filosofía y Letras tenía unos profesores excepcionales, muchos de ellos jóvenes, que transmitían una pasión por lo que enseñaban, incluso sobre temas como las novelas de caballería o los cuentos medievales, que él consideraba aburridos.

En la universidad, también hizo amistad con compañeros que eran mayores que él y que ya eran poetas y estaban involucrados en revistas literarias. Fue en este ambiente donde Martínez de Pisón sintió que podía desarrollar su vocación literaria, que hasta entonces no había encontrado una forma definida. “De repente empecé a ver que, si ellos habían publicado libritos de poemas, yo también podría hacer cosas en literatura, hacer cuentos”, recordó.

Algunas personas no sabían contar un chiste, pero él sentía que podía organizar personajes, tramas y darles un final sorprendente.  Añadió que “escribiendo aprendes mucho del oficio de escribir”. A medida que avanzaba en su carrera, Martínez de Pisón tenía claro que quería ser narrador. En esos años, aún existía una preferencia por la literatura experimental, que a él le resultaba difícil de leer. Aunque “Mendoza, en el 75, había publicado El caso Savolta”, lo que ayudaba a reivindicar la narrativa tradicional, el prestigio seguía estando en la literatura más vanguardista, que él no deseaba emular.

A medida que pasaba el tiempo, Martínez de Pisón comenzó a centrarse en escribir más y a desarrollar su estilo narrativo. En 1982, pidió a su madre una prórroga de dos años y se trasladó a Barcelona a estudiar Filología Italiana, para poder seguir reflexionando sobre su futuro. En ese tiempo, se dio cuenta de que no quería ser profesor y que lo que realmente le interesaba era la literatura

Durante su primer año en la ciudad condal, ya había escrito varios de los cuentos que formarían parte de Alguien te observa en secreto, y en 1984 publicó su primera novela, La ternura del dragón, la cual ganó el Premio Casino de Mieres 1984.

Aunque vivió momentos difíciles en pensiones solitarias y austeras, la situación cambió cuando María José se mudó con él y se establecieron juntos. Sin embargo, la mayor sorpresa fue cuando Anagrama, la editorial, aceptó publicar sus primeros libros. Conoció a Jorge Herralde, que se mostró dispuesto a arriesgarse con la publicación de los cuentos de un autor tan joven. A través de la publicación, se creó lo que se llamó "Nueva Narrativa Española", una etiqueta que le fue atribuida a Enrique Murillo, quien también jugó un papel clave en la promoción de estos jóvenes autores. Martínez de Pisón destacó la importancia de ese movimiento, que reunía a escritores como Muñoz Molina y Llamazares.

Este momento marcó un hito en su carrera: “No solo se cumplió mi sueño de convertirme en escritor, sino que además me entrevistaban, me invitaban a mesas redondas”. Sin embargo, su tercer libro, aunque no fue mal acogido ni denostado, no tuvo el mismo éxito esperado y esa situación le obligó a reflexionar y a mejorar su exigencia consigo mismo como escritor.

Javier Marías, en una de sus cartas, le dio un consejo que resultó crucial: "Cada libro tenía que aportar algo nuevo, no podía haber pasos atrás". Marías, que ya se veía como un gran escritor, le explicó que un verdadero autor debe evolucionar con cada obra.

Marínez de Pisón explicó cómo le cambió su visión sobre sus progenitores cuando fue padre. Foto Myriam Martínez

SU PROPIA PATERNIDAD

En Barcelona, donde nació su primer hijo, Martínez de Pisón experimentó la paternidad, un cambio que describió como profundamente transformador. Reconoció que tener un hijo lo convirtió en padre, lo que modificó por completo su relación con los demás, incluidos sus propios progenitores. “El primer hijo es el que te cambia, el que hace que toda tu relación con el mundo se modifique”. Y comenzó a ver la vida desde una nueva perspectiva, y a reconocer las decisiones y sacrificios de sus propios padres.

Cuando era joven, no escuchaba a su madre cuando le sugería estudiar Derecho, pero con el paso de los años comprendió el valor de esos consejos. "Lo que parecía ridículo cuando eras joven, es lo que acabas recomendando a tus hijos", reflexionó.

Comparó su decisión de abandonar el instituto con el consejo que le dio su director, "Conejo", quien le sugirió que siguiera su carrera como profesor. Pero Pisón estaba decidido a ser escritor, y aunque tenía la seguridad de un puesto de funcionario, eligió arriesgarse por completo y apostar todo por su carrera literaria.

Años después, Pisón consideró que esa decisión había sido sabia. "Toda tu vida depende de tu carrera como escritor, no tienes una vida alternativa". Tomó la decisión de jugarse todo a una carta y dedicar su talento y esfuerzo a escribir, con la plena conciencia de que su futuro como escritor era incierto, pero que no podía permitir una opción intermedia.

El aragonés reflexionó sobre la necesidad de prepararse como autor, no solo a través de la escritura de libros, sino aprendiendo diversas habilidades relacionadas con el oficio. Escribir artículos, dar conferencias, aprender a expresarse de manera clara y precisa, son aspectos que también forman parte de su profesión.

Martínez de Pisón reconoce que escribir es un proceso de aprendizaje constante, algo que ha hecho durante 40 años. Destaca cómo su camino de escritor lo ha llevado a mejorar en cada uno de sus libros, aprendiendo no solo de la escritura en sí, sino también de la comunicación y la transmisión efectiva de ideas.

En la parte final del libro, Pisón recuerda a numerosos escritores con los que compartió una relación de amistad y colaboración, como Vila-Matas, Javier Marías, Javier Tomeo, Bernardo Atxaga, José Luis Melero, Félix Romeo y Chuse Izuel. Para él, estos amigos y colegas representan los primeros escritores con los que compartió confianza, compañerismo y una visión común sobre la escritura. Algunas de estas historias, como las relacionadas con Javier Tomeo, están ya cerradas debido a su muerte, pero otras siguen vivas en la memoria de Pisón.

El fallecimiento de Labordeta y de Félix Romeo fueron dos golpes muy fuertes para Martínez de Pisón

De Javier Tomeo citó sus anécdotas sorprendentes, algunas de las cuales ni siquiera vivió él personalmente. Su carácter peculiar y sus historias tan únicas le dieron un lugar importante en sus memorias. Por su parte, José Antonio Labordeta fue alguien muy importante para Martínez de Pisón, un hombre cuya muerte le causó mucho dolor. "Labordeta era un hombre que parecía eterno, siempre allí, hasta que su salud comenzó a deteriorarse". Su partida fue un golpe fuerte, pero la más dolorosa para él fue la de Félix Romeo, quien murió a una edad joven, en 2011, dejando una huella profunda en un grupo de escritores cercanos.

A pesar de haber publicado solo cuatro libros, dejó una huella profunda en él y en la literatura. De esos libros, Martínez de Pisón manifestó que tres le parecen excepcionales (Amarillo, Noche de los enamorados y Dibujos animados), y pensar en las que podría haber firmado en un futuro y que ya nadie podrá leer, hacen que su pérdida sea aún más triste.

"Además, Félix era un hombre de gran energía, siempre involucrándose en la vida de los demás, ofreciendo consejos y orientaciones sobre la escritura, incluso dictando títulos y direcciones para los libros". Pisón lo describe como un hombre protector, que, a pesar de ser mucho más joven que él, se comportaba casi como una figura paternal.

Martínez de Pisón concluyó declarando que no ha sido víctima de grandes tragedias y, por lo tanto, no cree que su vida deba ser presentada bajo una perspectiva de victimismo. Y. aunque considera que hay escritores que sienten la presión de justificar su vida con historias de sufrimiento o adversidad, él defiende la idea de que también se debe compartir la experiencia de quienes han sido privilegiados. Para él, la gratitud es el sentimiento que permea todo su libro, ya que reconoce que su éxito como escritor se debe, en gran medida, a las personas que lo apoyaron y le enseñaron a lo largo de su camino.