No fue un gol espectacular. Tampoco un gol bonito, ni tan siquiera plástico ni ortodoxo. Pero fue gol. Y en el minuto 93. Y quizás, según vaya consumiéndose la temporada, igual es el gol.
Y eso que la jugada empezó como mandan los cánones, y por el único sitio que el Huesca era capaz de generar peligro: con una veloz galopada de Gerard Valentín por la banda en la que recuperó el metro de ventaja que le llevaba su marcador y ganó el espacio suficiente para desde la línea de fondo sacar un centro al corazón del área. Allí, a la altura del primer palo Kortajarena, más que cabecear, peinó el esférico y Obeng llegando desde atrás empujó con la tripa al fondo de la red y provocó la catarsis en El Alcoraz.
Fue digno de ver cómo jugadores que estaban en el banquillo y que acababan de abandonar el terreno de juego al límite de sus fuerzas (vamos, que no podían ni con las botas) emulaban a Usain Bolt y corrían como posesos, más frescos que una merluza del Cantábrico, los 50 metros hasta el córner para abrazarse a sus compañeros.
No se trata de repetir esa célebre frase que ya ha perdido el padrino de tanto usarla, esa de que el fútbol es un deporte en el que se usan los pies pero que se juega con la cabeza. Pero es lo que tiene la mente, esa misma que había agarrotado a algunos futbolistas durante muchas fases del encuentro, atenazados por la responsabilidad de los puntos que había en juego, comidos por el miedo a fallar, por la presión de desperdiciar la oportunidad de dejar herido a un rival directo.
Todo eso que había resultado una pesada mochila durante 90 minutos saltó por los aires y más ligeros que el alado Pegaso todos en el estadio volaron hacia el Olimpo de la celebración en perfecta comunión con una grada eufórica y feliz que no salía de su asombro, porque hasta la fecha los que se quedaban con el amargor y la desdicha eran siempre los azulgranas.
Así se cumplió otro de los sempiternos axiomas futbolísticos: los goles (en este caso un gol) lo cambian todo: la dinámica del juego, la confianza del jugador y el humor del aficionado.
Reconvengamos, no obstante, que la situación sigue siendo enrevesada y que el juego del equipo tampoco fue demasiado boyante, pero en estas circunstancias lo más importante es ganar, ganar y volver a ganar, que diría Luis Aragonés.
Porque mal haríamos todos, y principalmente los protagonistas, en confundir el tocino con la velocidad. La meta todavía está lejos, aunque ahora se vea más cerca. Es lo que tienen los goles, los que hay que seguir marcando para que los fantasmas se alejen cuanto antes.