Seguro que nadie habrá echado de menos mi ausencia en este pequeño rincón durante las últimas semanas, pero es posible que alguien habrá que le haya extrañado mi silencio. No, no me ha pasado nada grave, sigo vivo, aunque la trayectoria del equipo provocaba que me fuera imposible teclear con tranquilidad al sentarme delante del ordenador y ha estado a punto de acelerar mi arritmia, aunque las pesadillas todavía no han desparecido.
La verdad que se esconde detrás de esta perorata es que, cuando el equipo iba lanzado, como todo supersticioso que se precie, preferí ser cauto porque, a pesar de la distancia respecto al descenso, era consciente de las trampas que nos tenía reservado el calendario. Además, ya lo decía Cruyff: las rachas y estadísticas, cuanto más longevas más cerca están de romperse.
A continuación, tras perder en Ferrol y, antes de encadenar cuatro derrotas, el mal fario se volvió a recrudecer cuando presencié en el anuncio televisivo del siguiente encuentro del Huesca la imagen del ‘innombrable’ que había causado en el año 2013 el último descenso tras haber sido incapaces de ganar en Huelva.
Sin embargo, pese a ese descalabro el equipo no cayó en posición de descenso, pero ese consuelo no acababa de satisfacerme y seguía sin ser capaz de escribir nada mínimamente congruente, cegado por los augurios y presagios que desarbolaban mi cerebro. El fútbol tiene estos giros dramáticos y si un fatídico rebote nos había condenado en Ferrol, y otro más afortunado nos relanzó en el Nou Altabix.
Mi ánimo mejoró enormemente cuando se ganó en Elche porque todo estaba en manos del Huesca, aunque mi memoria no olvidaba lo que le sucedió a Hidalgo cuando entrenaba al Sabadell y el tropezón con el Racing de Santander me dejó al borde del encefalograma plano. Ya verás, ya verás cómo al final nos la pegamos, me repetía mi incansable lado pesimista.
Menos mal que el triunfo en Cartagena hizo que al final hasta pudiéramos disputar la última jornada con más absoluta calma, libres ya de todo peligro; algo impensable cuando en la jornada undécima Antonio Hidalgo se hizo cargo del equipo con sólo siete puntos en el casillero. También fue mi liberación y recuperé el pulso para trasladar estos pensamientos que se centran sólo en el verde futbolero (para lo demás ya están al quite Adri y Javier).
El de Granollers sumó 42 puntos en 32 encuentros. A ese ritmo (1,3 puntos por partido) se habrían alcanzado los 55 puntos para navegar por mitad de la tabla sin agobios. Para lograr la permanencia fue necesario estar 11 jornadas sin perder y mantener 20 partidos la portería a cero, con récord de imbatibilidad de Álvaro Fernández. En una demostración de que ni al principio todos eran unos ‘mataos’ ni después todos eran unos fenómenos.
En este tobogán de emociones en el que ha estado metido el equipo esta temporada quiero resaltar la última con la que me marché del campo de El Alcoraz tras el empate contra el Levante: los gritos de ¡Huesca!, ¡Huesca!, ¡Huesca! de los aficionados para despedir a los jugadores me reconciliaron con la humanidad.
Ahí quedó bien patente de que, al margen de los desaguisados económicos y de gestión de los dirigentes en los dos últimos años, a la afición le guía el sentimiento por su club, algo tan interior que cuando sale por la garganta hace que se te pongan los pelos como escarpias y grites con más fuerza: fieles siempre, sin reblar.