Empiezo por advertir que cada día estoy más alejado de debates que considero abstrusos y superados y máxime después de haber vivido, como otros muchos futbolistas y entrenadores, la pasión que genera este derbi vestido con las dos camisetas.
Pero como todavía quedan recalcitrantes -algunos muy elitistas y que pontifican como si estuvieran por encima del bien y del mal-, que además recurren a estólidos argumentos para poner en cuestión el calificativo para definir los enfrentamientos entre el Real Zaragoza y la Sociedad Deportiva Huesca, me tomo el permiso de contarles cómo son actualmente mis derbis.
Cada semana bajo a visitar a mis nietos a Zaragoza y no hay día en el que mi nieta de cinco años y mi nieto de dos años y medio no me elijan como árbitro para el partido que juegan en el comedor o en la terraza de su casa. Ella es seguidora del Zaragoza y se sabe todas las canciones de apoyo al equipo, aunque también reparte sus preferencias con el Osasuna (por la familia de su madre) y para contentarme a mí me susurra que también quiere que gane el Huesca. El chaval no se quita la camiseta del Huesca ni para dormir, vive todo el día con un balón debajo del brazo y celebra los goles tirándose al suelo con las rodillas por delante como hacen “los del Madrid”, según me aclara.
Antes de empezar el choque es de rigor escuchar los himnos de ambos equipos (hasta que la batería de mi móvil se agota) que los dos entonan con pasión y sin saltarse una coma. A partir de allí no queda más que poner un poco de orden y disfrutar con sus ‘golazos’ y ‘paradones’ que ambos cantan como si fueran estrellas del balompié.
Tampoco falta la polémica y la discusión, aunque no tengamos VAR para saber si ha sido gol o no, y el resultado se acaba olvidando con el paso de los minutos, lo que provoca que los dos acaben ganando pese a que la mayor haya metido más goles y celebrando el buen rato que han pasado mientras su padre pita el final ante el riesgo de que vuele algún jarrón o se rompa la televisión.
Iniesta manifestó en su día que jugaba “para ser feliz, no para ganar nada” y Cruyff señalaba que “en el fútbol, como en la vida, hay que jugar con una sonrisa en la cara”. Por eso cada día me gustan más los derbis que juegan mis nietos (llevo el babero puesto), porque me veo reflejado en ellos cuando jugaba en el ‘Corralón’ o en el campo de ‘Las eras’ o ‘Las cabras’ con mis amigos, dos piedras como postes y hasta que se hacía de noche y los candiles no dejaban ver la pelota.
El fútbol debe mantener siempre sus esencias, aunque cada día parezca más complicado por su excesiva mercantilización, y entre sus principales virtudes está la sana rivalidad bien entendida y el respeto. Debe servir para, aun siendo rivales, mantener los lazos que nos unen fieles siempre, sin reblar, y de esta manera haremos honor a nuestro paisano Baltasar Gracián: “Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene”.