En un mundo en el que la tecnología se está apoderando de todo -incluso del fútbol-, hasta llegar al límite de desfigurar la realidad, me reconfortó leer el otro día una entrevista que le realizaban a Antonio Calderón, actual entrenador del Juventud Torremolinos, en la que el gaditano lamentaba que el ‘fútbol de la calle’ se estaba perdiendo. “Es un problema. En la calle tenías que esquivar a la gente y estar mucho más vivo, porque es un entorno que no puedes controlar. Buscarte la vida te da muchos recursos. Mágico González aprendió a que nunca le cogieran jugando uno contra uno encima de los containers. Ahí valía todo y si tú ibas por el filo y otro te empujaba te caías”.
El que fuera técnico del Huesca en dos etapas contaba una anécdota que vivió en el Rayo Vallecano con Onésimo, otro entrenador recordado en el club oscense y un virguero del regate callejero. “Era muy pesado porque siempre quería el balón. Siempre cuento que, en un partido, tenía la pelota yo y no se la di. Me gritó: ‘Antonio, dámela que estoy solo’. Le respondí que no le había visto. Y me suelta: ‘¿Cómo que no?, pero ¡si me has mirado!’. Eso ahí en mitad del campo”.
Esa conversación despertó mis recuerdos de los partidos que de críos jugábamos en cualquier descampado, en ‘el corralón’ de la calle Felipe Coscolla; la era de la ‘torre del matón’; en el Eventual; o ‘Las cabras’ junto al colegio Santa Rosa. Después, los de mi generación crecimos y mejoramos nuestra técnica en el patio del colegio -en mi caso el Salesiano-, donde aprendimos a sortear rivales porque coincidíamos seis clases a la vez (seis partidos y seis pelotas) y nos hicimos famosos por hacer las mejores paredes del fútbol en Huesca. Éramos unos maestros porque nos tocaba muchas veces recurrir a jugar con la tapia para superar a los rivales y a los de otras clases.
De esas calles y de esos patios de Huesca salieron muchos jugadores, aunque en mi caso no me sirviera para aprobar latín (como a otros) porque no metía goles y tampoco formaba parte del equipo del colegio; me tenía que conformar con jugar a mini-basket (era de los más altos) y ganar a mis compañeros en el campeonato infantil de fútbol jugando con el equipo de la parroquia Santiago que formó Cándido.
En aquellos años los patios de los colegios estaban abiertos hasta los sábados y domingos, menos el de San Viator que había que saltar la tapia, y se repetía la gran afluencia de los chavales para hacer horas extra y mejorar nuestra técnica sin ningún entrenador que nos aconsejase. Era el puro placer de jugar horas y horas en la calle hasta que tu madre te llamaba para que subieras a merendar y pedías que te lanzase el bocata por la ventana. La falta de luz era el inexorable árbitro que posponía hasta el día siguiente el partido.
Esos recreos también fueron escenario de grandes gestas en varios deportes. En San Viator se llenaban los balcones de la cancha de baloncesto para ver al Alimentos Porta que entrenaba Verbi, con jugadores como Trallero, Paraíso, Pueyo, Sarasa, Roco Castelar, Lacruz o Alfredo Vizcarro. En ese mismo colegio, pero en la pista de balonmano (de asfalto) empecé a ver al Simeón de los Udina, Matamala, Montorio y compañía, que poco después comenzaron a medirse con el Salesianos del zurdo Garijo y el meta Torres y con otro equipo que se formó en el cuartel del Valladolid 75.
El campo del Seminario fue el terreno de juego donde el Dosa de Jesús Domeño comenzó a sembrar otro ramillete de excelentes futbolistas; y las matinales del domingo atraían a buen número de aficionados con los derbis locales del Calé, Hostelería, Los 30, Montearagón….
Hasta que la inauguración de El Alcoraz en 1972 lo cambió todo y un puñado de afortunados jugadores que nos criamos en los patios y las calles dimos un paso más para disfrutar del exquisito césped del estadio azulgrana. Fue gracias a la celebración de la final del campeonato provincial infantil en la que el once verdiblanco -colores de la firma Cervezas El Águila que patrocinaba a los oscenses-, se impuso al Juventud de Binéfar por 3-1.
A las órdenes de Paco Sanemeterio jugaron Toño Zamora, Val, Cubas, De La Hera, Yimi Fontana, Marina, Larrosa, J.M. Pardina, Martín, Ballabriga y Toni Ara. Unos chavales que por fin pudieron cumplir el sueño de jugar en hierba, pero a partir de entonces comenzó el lento declive del fútbol de la calle para imponerse toda clase de mejoras con la creación de más clubes y escuelas y la aparición de las instalaciones y nuevos materiales.
El baloncesto y el balonmano también crecieron con la irrupción del CB Peñas y el BM Huesca. Ahora son otros tiempos y otras costumbres y la nostalgia me puede, pero son muchos los que critican la excesiva mecanización del fútbol y la merma del talento y la inteligencia, aunque se haya avanzado en la mayoría de los factores. Pero… Y ahí dejo el debate para que ustedes lo discutan con sus argumentos.