Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.
Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.
Ha sido un sábado de triste despertar. Como canta Alberto Cortez, se nos ha ido un amigo y nos queda un enorme espacio vacío. Ha fallecido este viernes Ricardo Lapetra Coarasa. Con él y con sus entrañables amigos Raimundo Bambó y José María Morlán nos solíamos reunir con frecuencia en la cafetería del hotel Abba (“un café con una gota de leche y un vaso de agua fría”, pedía Ricardo). Personalmente, era un privilegio poder contar con la amistad y la sabiduría de estos tres veteranos “mosqueteros”. Hablábamos mucho del Huesca, pero también de los avatares de la vida, de la actualidad, de política, de chismorreos locales… Lo que viene a ser arreglar el mundo.
Ricardo caminaba hacia los 89 años -los habría cumplido el 15 de agosto- y este miércoles ya no pudo asistir a la convocatoria del Abba, que a todos nos alegraba el cuerpo y reconfortaba el ánimo. Me llamó a primera hora para decirme que se encontraba flojo y que tenía que ir al médico. Por la tarde estaba en el sofá de su casa y se le veía pocho, me dijo Ester, su mujer, y me corroboró él mismo. Entre jueves y viernes se aceleraron las consultas médicas hasta su ingreso el viernes en el hospital San Jorge pese a su resistencia al internamiento. Y en un visto y no visto se fue al cielo, con su mujer al lado, que este mismo sábado se consolaba al decir “ha muerto conmigo al lado”.
Nacido en Huesca, Ricardo Lapetra estudió en San Viator, donde fue compañero de pupitre de Raimundo Bambó, entre otros, hasta que en 4º de Bachiller pasó a estudiar en los Jesuitas de Zaragoza. El fútbol le dio mucha vida, como a su hermano, el mítico Carlos. Tuvo una participación testimonial en el Real Zaraagoza y su andadura profesional, a caballo entre Primera y Segunda División, se focalizó en el Hércules, Oviedo y Córdoba, donde guardan un grato recuerdo de él. Se ha ido con todos ellos pendientes de reverdecer laureles. Como buen centrocampista, era el motor del equipo, el hombre que repartía juego entre sus compañeros y llevaba el mando de las operaciones.
No jugó en el Huesca, pero siempre estuvo al tanto de la actualidad del equipo. Para eso estábamos nosotros y su sexto sentido por lo que veía y le decían quienes le acompañaban. Fue directivo del club, primero en la época de Joaquín Sarvisé -con el ascenso a la recién nacida Segunda B y el salto al primer equipo de Lasaosa y Camarón- y más tarde cuando José María Mur cogió las riendas de una Junta Gestora, mediados los ochenta, por la gran amistad que les unía.
La caballerosidad, la educación, la personalidad, el sentido común, el amor a la familia, su vitalidad… era una fuerza de la naturaleza, que ha sido capaz de resistir un tumor desde hace cuatro años sin ningún tipo de tratamiento. Me comentaba Pablo, su yerno, que para él ha sido un gran confidente y amigo, muy abierto a la conversación y muy agradable, siempre presto a disfrutar de la vida. Coincido plenamente con estas características que han adornado la figura de Ricardo, un hombre bueno, una excelente persona que se nos ha ido casi en silencio, sin molestar.
Por su expreso deseo, no habrá tanatorio. Se realizará un responso y será incinerado en la intimidad familiar. El próximo lunes, a las 16 horas, será el último adiós en una misa funeral en la iglesia de San Lorenzo.
A su esposa Ester, a sus hijos Mónica, Susana, María y Fidel, a sus siete nietos y a toda la familia les enviamos un fuerte y sentido abrazo. Descansa en paz, amigo Ricardo.