Si me pareció un auténtico milagro la permanencia lograda la pasada campaña, que la SD Huesca haya superado la barrera de los 6.300 abonados me parece una auténtica gesta.
Volvió el viernes el fútbol al Alcoraz y, casualidades de la vida, lo hizo enfrentándonos al Deportivo de la Coruña como ya sucediera en 2019 tras el también agitado verano de la Operación Oikos.
Me sigue pareciendo esperpéntico que se dé comienzo a la competición con el mercado de fichajes en plena ebullición. Seguramente habrá onces que varíen notablemente una vez se cierre el zoco futbolístico y no sería de extrañar que veamos con otra camiseta a algún futbolista que ya haya pasado por el Alcoraz, pero los puntos de agosto – 6 mayúsculos 6 en nuestro caso- son igual de válidos que los que tantísimo sudor, tinta y saliva consumen cuando llega la primavera.
Del partido del viernes se podrían hacer muchos análisis, pero me gustaría quedarme sólo con uno, plasmado en la carrera de los jugadores y demás componentes del banquillo para celebrar el gol de la victoria en una piña a la que también – con la preceptiva distancia- invitaron a la afición.
Y es que, al margen de intrigas palaciegas, conspiraciones, chismes y cotilleos (cuyo atractivo y adictividad es innegable) estoy convencido de que a la mayoría de los más de 6.300 abonados lo que de verdad nos gusta y nos importa es el fútbol. Con esto no quiero decir que no haya que someter a propietarios y directivos (anteriores, actuales y futuros) al debido escrutinio (sólo faltaba) pero sí que pienso que ese control se debe llevar a cabo por las personas adecuadas y en los contextos apropiados (en última instancia el judicial) para evitar ser manipulados por los intereses (del tipo que sean) de los unos, los otros o del de más allá.
Indudablemente no ha sido un verano fácil para los empleados del club, la plantilla y el cuerpo técnico. Por eso valoro muchísimo el mensaje de unión de equipo por encima de las individualidades que nos han mandado en estas dos primeras jornadas. Sin duda es el camino para que en las gradas se respire fútbol y sólo fútbol y que nuestro Alcoraz – precioso, por cierto- sea ese fortín inexpugnable que nos llevó a logros que jamás hubiéramos imaginado.