Uno de los mayores escarnios de la infame investigación policial de Oikos se cebó en una de las mejores personas que pisan este planeta Tierra. Una conversación en la que uno de los investigados le dice a su interlocutor "ya lo comentaré con Carlos" se convierte en una detención domiciliaria digna de Sylvester Stallone en Cobra, allanando su tranquilidad y su intimidad, abrió 52 meses de terrorífico sufrimiento que a punto han estado de conducirlo al sepulcro.
En una de esas exhibiciones periodísticas de dimensión y criterio, El País utilizó en portada su fotografía al día siguiente de ese 26 de noviembre de 2019, comienzo de la nueva fase de Oikos (extenuada la primera, había que prolongar el ridículo de las indagaciones), cuando acudía al Juzgado de Instrucción número 5 a declarar voluntariamente. Nada tenía que ocultar quien había sido reiteradamente felicitado por el Consejo Superior de Deportes y La Liga por la pulcritud y rigor en la presentación de las cuentas de la Sociedad Deportiva Huesca. No pasó la noche en el calabozo porque alguien intercedió por él esgrimiendo que su corazón maltrecho no lo soportaría. Imperó la cordura. A la pregunta de si quería someterse a su derecho a no declarar, contestó con una negativa: "No tengo nada que ocultar".
Esta mañana, Carlos Laguna ha querido hablar con sus "amigos" de EL DIARIO DE HUESCA. "Estoy muy contento, estoy muy contento", repetía el eficaz, humilde y moderadamente pagado (nada que ver con el salario de su sucesora) contable de la Sociedad Deportiva Huesca, modelo de eficiencia para todos los estamentos deportivos a los que rendía cuentas el club. Su pasado de bancario le otorgaba las herramientas a las que añadió una bonhomía para la que no existe equiparación.
Carlos recibió la noticia que llevaba esperando más de cuatro años y por la que preguntaba, todas las semanas, en el despacho de Camarero Abogados, sea a Pedro, sea a su defensor legal, Chema Oliván. Su respuesta ayer inmediata fue lacónica, probablemente porque le pilló sorpresivamente y en un estado de debilidad. Veinticuatro horas más tarde, se ratifica. No para de dar las gracias, como si este escribano hubiera tenido algo que ver, pero es que muchos nos hemos sentido investigados con él porque con él hemos estado hasta el final de este tormento.
No incide mucho en la cuestión. "Estoy contento, Javier. Además, me dicen en el Hospital que la rehabilitación va bien. Son muy majos en el Provincial y me están ayudando mucho".
Como sentencia, esta sí, el hombre que tanto podría hablar de esta injusticia tan sólo concluye: "Yo sólo era el jefe de administración, no tomaba decisiones, sino que sólo contabilizaba". Y, sin embargo, se ha visto arrollado por un tren de alta velocidad que se llama injusticia.
UN INFIERNO
Carlos Laguna ha vivido, desde aquel 26 de noviembre de 2019, un verdadero infierno. Le resultaba imposible metabolizar un golpe tan duro sin haber hecho nada. Por supuesto que sabe de las finanzas del Huesca, pero ni él supervisaba obras ni acordaba los pagos. Sólo pagaba, sólo controlaba la legalidad de todo. Las decisiones las tomaban otros y él las asumía disciplinadamente, por supuesto con respeto escrupuloso a la ley.
A sus problemas coronarios, pronto se asomó el abismo. Un infarto durísimo estuvo a punto de darle la absolución por la vía vital. Resistió, el cuerpo seguía caminando aunque el ánimo, era obvio, estaba en las profundidades. Pero Carlos, creyente en la humanidad, esperaba día tras día, semana tras semana, el desenlace.
Dentro de los múltiples tratamientos, Carlos fue intervenido a primeros de diciembre para ponerle una válvula en las arterias ilíacas. Nada, en principio, preocupante. Durante la operación, sufrió un ictus. Tardó una eternidad en despertar de la anestesia. El proceso de recuperación se perpetuó más de dos meses, al principio con una honda inquietud, luego con esperanza. Los indicadores se fueron estabilizando tras muchos días de zozobra y, al final, los efectos del ataque cerebrovascular y la pérdida de masa muscular recomendaron que su alta fuera de hospital en hospital, al Provincial, donde lleva más de un mes de una rehabilitación severa aunque esperanzadora. A sus 73 años, la Justicia ha dictado una sentencia favorable, pero en el proceso ha condenado su salud y, por esta barbaridad, nadie le resarcirá. Todos, en esta Semana de Pasión, rezamos por Carlos.