En el brazalete frente al Real Zaragoza hemos querido rendir homenaje a Carlos Lapetra, considerado como el mejor jugador aragonés de la historia. Nació en Zaragoza, de familia oscense y vivió en Huesca durante su carrera. En este caso, lo representamos en nuestro brazalete como aparecía en la gran mayoría de fotografías que hemos podido encontrar. Él siempre se ubicaba, desde la perspectiva del espectador, en la esquina inferior derecha de la foto y con los brazos en el suelo o el balón. Lugar de honor que le hemos reservado en el brazalete. Además, en el otro extremo del diseño aparece una referencia a los míticos «Cinco Magníficos» del club maño como parte de la «cuatribarrada».
El 29 de noviembre de 1938 nació en Zaragoza Carlos Lapetra Coarasa, aunque sus raíces estaban un poco más al norte de Aragón, pues su familia era natural de Huesca. El cambio de una población a otra se debió a que la ciudad oscense vivía una situación desastrosa por la Guerra Civil. Era el tercer hijo de don Fidel y doña Mercedes; el padre, terrateniente agrícola, llegó a ser presidente de la Diputación Provincial de Huesca, además de diputado en las Cortes.
Carlos destacaba ya de niño en el terreno de juego, desde sus inicios en el colegio de San Viator de Huesca.
Al nacer en una familia acomodada —más aún si tenemos en cuenta la época— tanto él, como su hermano Ricardo (que fichó a la vez que Carlos por el Real Zaragoza) pudieron cursar estudios superiores en Madrid, concretamente de derecho, tras hacer la secundaria en los jesuitas de Zaragoza. Fue en la capital donde pudieron dar rienda suelta a su pasión por el balompié, ya que su padre no veía con buenos ojos que se dedicasen al fútbol, pero con la independencia que les otorgaba vivir fuera de casa, los Lapetra comenzaron a jugar regularmente en el equipo de la universidad, lo que llamó la atención del Guadalajara, que los fichó para su equipo, que militaba en Tercera. Pero su despegue como futbolista vino gracias a Emilio Ara, un amigo de la familia que convenció a su padre Fidel para que fichara por el equipo maño; este amigo vio en ellos un talento especial, lo que resultó ser un gran acierto para el conjunto zaragocista, que a partir de ese momento viviría sus primeros logros importantes.
Carlos llegó al Zaragoza en la temporada 1959-60, pero sin mucho éxito en su participación. En las temporadas siguientes, empezaron a recalar en la capital del Ebro el resto de los integrantes de los «Cinco Magníficos». Marcelino lo hizo el mismo año que Lapetra; Villa y Santos lo hicieron en la temporada 1962-63 y al año siguiente lo haría el último: Canario. Precisamente esa temporada 1963-64, con los cinco reunidos, el Zaragoza consiguió —en apenas dos semanas— los mayores éxitos del club hasta la fecha: una Copa de Ferias (que podría ser equivalente a la actual Copa de la UEFA) frente al Valencia y la Copa del Generalísimo, con tantos de Lapetra y Villa. Además, tres días antes de esa Copa de Ferias, la selección española conseguía alzarse con el trofeo de la Eurocopa, en una final en la que Lapetra fue titular, dejando fuera del equipo al gran Paco Gento.
Estos cinco —sin olvidar el gran equipo que logró formar el Zaragoza— marcaron una época, llegando a cuatro finales consecutivas de la Copa de España (la Copa del Rey actual y entonces del Generalísimo), en las que consiguieron dos de esos títulos.
Pero lo que hace que Carlos Lapetra sea todavía recordado e inolvidable para los que lo vieron jugar fue la exquisitez que poseía en su pie izquierdo. No se había visto nada igual en el fútbol patrio. Con su privilegiada visión, no era un extremo o un delantero al uso, sino que se retrasaba al centro para repartir juego, pues como él mismo reconoció en una entrevista a El País, odiaba eso de jugar pegado a la línea de cal. Así dejaba vía libre en la izquierda a Canario, mientras se dedicaba a filtrarle balones. Llevaba el ‘11’ a la espalda, pero era un falso extremo izquierdo que se movía con soltura y clarividencia desde el interior para armar al primer toque el fútbol de todo el equipo. Es por ello, que sigue siendo considerado como uno de los mejores jugadores españoles y por supuesto, el mejor futbolista aragonés de la historia.
Lapetra fue un adelantado a su tiempo: un extremo que a la vez era interior, conectaba con el centro del campo y también sabía desbordar por la banda, pero siempre con elegancia. Con su pelo rubio largo (le apodaban cariñosamente ‘Panocha’), en una época en la que los Beatles empezaban a contagiar al mundo con sus melenas, parecía que Lapetra siempre iba un paso por delante. Fue junto con Marcelino el primer jugador zaragocista en superar el millón de pesetas de salario. Vistió 13 veces la camiseta de la selección, siendo la última en el Mundial de Inglaterra de 1966 y tuvo una retirada prematura a los 29 años, a causa de una aparatosa entrada de un jugador del Everton, que le rompió la tibia longitudinalmente y tras la que no pudo recuperarse satisfactoriamente.
Tras su retirada, se dedicó a los negocios de manera —como siempre— discreta y siguiendo siempre de cerca a su Real Zaragoza, colaborando como comentarista en medios de comunicación. También fue uno de los fundadores de la Asociación Española de Futbolistas Internacionales.
Siempre fue un orgulloso oscense, tanto que mientras jugó en el Zaragoza, no renunció a vivir en su querida Huesca. Bajaba siempre que tenía que entrenar y comía en casa antes de los partidos, llegando a tiempo de cambiarse. Los chismes de la época decían que la carretera entre las dos ciudades se mejoró en parte porque todos sabían que la frecuentaba el querido futbolista en su Alfa Romeo. Una circunstancia que no todos los entrenadores aceptaron con agrado; como tampoco soportaron, a excepción de César, que fuera un empedernido fumador.
El ‘11 divino’, como también se le conocía, se fue también demasiado pronto, con 57 años tras una dura enfermedad, el día de Nochebuena de 1995. Unos meses antes, pudo presenciar el mayor logro del conjunto blanquillo, con la consecución de la Recopa de Europa con el recordado gol de Nayim.