Si alguien me deja una desbrozadora y me pide que le apañe el jardín se lo dejaré como un campo de conejos en el mejor de los casos. Y da igual que la máquina sea de ultimísima generación; le haré un destrozo considerable. Lo mismo sucede con el VAR. Muchas veces, en manos de numerosos árbitros y en un contexto de competición en el que, para más inri, los contendientes se juegan más que el juez.
Cuidado porque vilipendiamos la palabra VAR, pero la frecuente desazón que propicia cada semana es cosa de quienes lo manejan. Pero no porque los árbitros no sean personas formadas y capacitadas, que no se esfuercen, que tengan mala baba (alguna excepción hay); no porque la herramienta que manejan tenga deficiencias… La única explicación, el verdadero problemón del fútbol tecnológico, se llama interpretación.
Si tres y tres no son seis en el terreno judicial, si el código penal no garantiza sentencias de diez que no admitan opiniones, ¿cómo esperar que los colegiados (sobre la hierba o en el despacho) apliquen con matrícula de honor el reglamento siendo que, como los jueces, tienen sus propias percepciones, sentimientos e inteligencia?
Tomo un ejemplo cercano: la mano de Ansu Fati que anula el gol de Pedri contra el Inter y la de Dumfries en el mismo partido en la que no se pita penalti. En el primer caso, dice la normativa que una mano involuntaria, salvo que termine con gol inmediato de su protagonista, no debe sancionarse. Sin embargo, como argumentó Iturralde González en la Cadena Ser, los árbitros que valoraron la acción consensuaron que Fati llevaba el brazo levantado con suficiente antelación como para advertir voluntariedad en el gesto. Nada que objetar.
Llega la segunda polémica y, como bien esgrime Iturralde, haya toque previo o no en la cabeza del jugador interista (después de verlo treinta veces aún no estoy seguro), la mano que despeja el peligro también aparece levantada unos cuantos fotogramas. “Era penalti por la misma razón que la otra jugada debió anularse”. ‘Chapeau’ para el vasco.
¿Cuál es el problema entonces? Muy sencillo: lo que algunos trencillas catalogan como posición natural en términos biomecánicos, otros la ven forzada o premeditada. Y aquí es donde la subjetividad derrumba sin excusas el castillo de naipes, donde el fútbol se desvirtúa y emerge la crispación con toda legitimidad.
Dice Xavi, el míster del Barcelona, que los colegiados tendrían que explicar estas cosas después de los partidos. Lo comparto. Y para darnos la razón, a Iturralde le basta con un argumento de mínimos: tendría que garantizarse que un mismo juez, con su VAR, actuase de forma congruente en un partido. Ojo, en un solo partido. Y habrá quien siga creyendo que es mucho pedir.
Por eso, si alguien quiere que le desbroce el jardín, le rogaré que lo deje como lo deje no me chille, porque esa máquina ha pasado por varias manos, porque alguna vez puede fallar, pero, sobre todo, porque en las cuatro páginas de instrucciones hay cosas que necesito interpretar.