Aquellos años ya casi olvidados en que la Plaza de Navarra se llenaba de gentes de los partidos, de ciudadanos convencidos de la importancia del acto simbólico, de viandantes y curiosos para nada asemejan a lo que hoy transcurre en una pegada de carteles que es el banderazo de salida de la carrera hacia las urnas. Todavía esta noche, algunos que no pudieron vivirlo recuerdan el quemadillo de Julián Castellor, anteriormente el del oscense, la plaza repleta, los cánticos y, eso sí, el respeto que acababa incluso en abrazo.
Una hora antes del cambio de hoja del calendario, los bancos de la Plaza de Navarra están ocupados por cuadrillas de jóvenes, mientras en el Café del Arte los veladores muestran a lo lejos a candidatos y militantes que se refrescan antes de la faena política que se les avecina. Un grupo de diez adolescentes ríen a carcajada limpia, en su diapasón hormonal específico. Pregunta señalando hacia el frontal del Casino: ¿sabéis que va a haber ahí dentro de una hora? Una respuesta a la gallega: ¿una manifestación? Acotamos más: ¿veis esos paneles? Otra contestación interrogativa: ¿un concierto? Derrochan simpatía, pero se quedan fríos en la explicación: la pegada de carteles. "Pues vale, pues bueno, pues me alegro", viene a significar el gesto de todos. Posan para la foto y agradecen, con muy buena educación, la información. Aunque no cambiarán sus planes.
Cambio de banco. Tres chicas acceden a la fotografía (una tapándose con el largo pelo la cara, eso sí). Similares preguntas, idénticas réplicas salvo que las ansias sólo les hacen pensar a esas horas en un concierto. Las preguntas van con manual de instrucciones. No han vivido la experiencia de la pegada de carteles.
Unos jóvenes, de los cuales uno sueña con ser torero y por eso se aplica en la Escuela Taurina, tienen un punto más de reacción. Particularmente una muchacha que dice: "Ya es una pena que no nos hayamos enterado". Autoinculpación. Sin embargo, cuando se van aproximando los protagonistas, no se quedan. desaparecen.
Se están mezclando algunas cuadrillas. Cinco son sometidos a la misma cuestión y sus caras no tienen desperdicio. La suerte es que la cámara las captan. No es lo que más curiosidad les suscita. La política no ha captado su atención.
Y, así, cuando es la medianoche, varía el paisaje y el paisanaje en la acera del Casino con decenas de militantes de una edad media bastante talludita, mientras los jóvenes permanecen en sus vidas sociales de una noche de verano ajenos a ese jaleo de no-sé-qué de unas papeletas y unos gobiernos. Quizás para más adelante. O acaso la jornada de reflexión habría que adelantarla.