El dance laurentino y la religiosidad popular

In Memoriam de aquellos que desnudaron sus espadas por un Santo, ¡San. Lorenzo!

Cronista de la Comarca de La Hoya de Huesca. Académico de la Real de San Luis
11 de Agosto de 2022
El mayoral, Paco San Emeterio, y los Danzantes detrás. FOTO: JAVIER DOMINGO PIQUERO

Sin duda alguna el dance laurentino es el acontecimiento cumbre de la ciudad y de La Hoya de Huesca, porque al igual que el resto de los pueblos de la tierra, el curso de la existencia humana se desenvuelve en virtud de una continua trama llena de formas tradicionales que estructuran los llamados ritos  de vida y muerte que se desarrollan en el curso de la vida humana, además de estar inscritos dentro de un folklore que se suma a una  religiosidad popular. Si bien acerca de este tipo de religiosidad no todos han  tenido los mismos conceptos. Pues el folklore religioso se ha estudiado, si acaso,  siempre en los seminarios y universidades eclesiásticas, por lo que respecta a sus orígenes y función en el pasado, dándole un toque de teología práctica, pastoral, es decir, tratando de explicarlo a la feligresía en cuanto se refería a la vida religiosa del momento. Motivo de esto y de la falta de cátedras estatales específicas dedicadas a la disciplina durante casi todo el siglo XX, tanto el tema de la religiosidad popular, como el del folklore religioso, han estado anclados, ciñéndose más que nada, a una comprensión documental hasta donde la había.

Ya en el año 1931 Monseñor Michael Buchberger, Obispo de Regensburg, autor del famosos Lexikom für Theologie und Kirche, considerada obra de madurez de la cultura católica de nuestro siglo, advertía al clero la conveniencia de prestar mayor atención a las prácticas y costumbres religiosas populares, procurando mantener las más dignas y  significativas. Monseñor era incisivo y aclaraba que, al menos, el conservar noticias de  todo este folklore y religiosidad popular, al desaparecer, adquiría mucho sentido para la historia de la vida religiosa. Puesto que, con la desaparición de tantas y significativas costumbres que se estaban perdiendo con el paso de una sociedad eminentemente agraria, a una sociedad industrial, bajaba a la tumba buena parte de la religiosidad popular, no sólo de la diócesis en donde se realizara, sino del mismo país. Pero la llamada escuela de Viena que debería de haber incardinado en las facultades eclesiásticas el folklore religioso, lo siguió manteniendo un tanto al margen de la ciencia teológica, a pesar de que en algunas facultades estatales sería  tomado en cuenta dentro del área del folklore en general, o  bien, al tratar la historia de la religión.

He intentado acotar lo que podemos entender como folklore religioso. La Iglesia cuenta con unos ritos religiosos de carácter oficial, la liturgia, mediante la cual comunica la gracia y la salvación a los fieles. La liturgia tiene un eco y provoca reacciones en el fondo del alma popular. Así es como germinan, brotan y  crecen las creencias y los usos de la religiosidad popular. Estas vivencias a nivel de individuo y de familia llegan igualmente al pueblo a nivel de institución colectiva, o a un determinado marco geográfico, siendo la consecuencia de ello, que toda la esfera social queda impregnada de una carga de religiosidad y, lo que antes era profano, puede pasar directamente a ser por medio del folklore la finalidad última de la pastoral religiosa. Es decir, que la doctrina y los signos de gracia se encarnen en la vida, que la religiosidad impregne a toda la colectividad.

En este sentido Pío XII en el marco del congreso de los “Etats Generaux du Folklore” celebrado el año 1953 decía : “Pero es necesario no perder de vista que en los paises cristianos o que lo fueron en otros tiempos, la fe religiosa y la vida popular, forman una unidad comparable a la unidad del alma y el cuerpo”( Ecclesia 13 (1953, II) 5-6, texto íntegro). El máximo responsable de la Iglesia enjuicia en su alocución la religiosidad popular y el folklore religioso, con profundidad humana y dándole el sentido de encarnación de la fe. Pero cuatro años más tarde, comenzando por Richard Wright y  Iohannes Leipold, como también otros escritores e investigadores serán poco justos con estas costumbres religiosas españolas asimiladas de una cultura ancestral. 

La psicología del hombre altoaragonés es completamente distinta de la de otros países,  en el dance laurentino  hace una oración  y vive su catarsis, o  purificación colectiva. Por eso, cuando en aquel 10 de agosto de 1957, habiéndose proclamado el XVII Centenario del Martirio de San Lorenzo, y la Santa Sede había concedido la gracia del Jubileo, se eleva la oración al santo realizada por los danzantes en representación del pueblo, pero no pueden entrar hasta su altar para  hacer su ofrenda, ese rito convertido en dance-oración, acto que ya fuera prohibido por Real Cédula de Carlos III del año 1777 y no la habían cumplido nunca, pues siempre entraron en el templo, por esto, les extraña más si cabe la prohibición del Sr. Obispo que obliga por medio de su Canciller a que la fuerza pública cierre el paso al templo del cuadro de danzantes. Disgusto y lágrimas mal contenidas de los danzantes, que llega a la renuncia de algunos de ellos, borrasca y protesta de un pueblo que no entiende como el prelado contradice al Santo Padre que había firmado el Jubileo, ruptura momentánea, pues no puede negársele a un pueblo que ofrezca a su patrono lo mejor que de sus raíces  tiene.

El obispo Javier Osés

Pero la historia tiene otra cara y otro obispo, llevará los compases de sus espadas con su albahaca en la mano, recibiendo su ofrenda al pie del altar mientras interiormente solía decír... ¡Lorenzo, son tus chicos que te rezan...!