El Ministerio de Sanidad acaba de dar los datos del aborto 2023 en España: 103.098 abortos quirúrgicos (4,8% más que en el año anterior). Entre ellos no se cuentan los producidos por la píldora del día después. En 40 años, casi 4 millones de seres humanos inocentes e indefensos han sido abortados en España.
En esta cuestión nuestro país se puede ufanar de ser puntero en Europa, junto a las naciones más “progres”; faltaría más, tanto más ahora en que el aborto va camino de convertirse en un derecho y hasta la misma Organización Mundial de la Salud ha propuesto el aborto libre hasta el momento del nacimiento.
La noticia ha tenido poco impacto en los medios. El hecho de que esta espantosa lacra sea ya consentida por el colectivo común nos da idea de la decadencia de nuestra sociedad. En unos años se han adormecido conciencias, se han vendado ojos, se han manipulado mentes…y se han enriquecido increíblemente multinacionales y empresas de este turbio negocio.
Pero la verdad sigue allí, tozuda y firme para nuestra vergüenza: hoy día es un hecho científico probado y aceptado que en el instante mismo de la concepción comienza una nueva vida humana.
La primera célula humana que se forma cuando el espermatozoide del hombre penetra el óvulo de la mujer contiene un ADN exclusivo del nuevo ser humano al cual pertenece; un ADN distinto al de los padres. Desde el momento de la concepción tenemos un ser humano único, absolutamente genuino y distinto de cualquier otro en el mundo y en todos los tiempos habidos y por haber. Esta primera célula o cigoto, que contiene ya toda la carga genética que define al nuevo ser humano, y al que, por lo tanto, sólo le hace falta desarrollarse, no forma parte del cuerpo de la madre, aunque anida en él y lo necesita para su desarrollo. De allí el sinsentido de la manida frase, para justificar el aborto: soy libre de hacer con mi cuerpo lo que quiera. El embrión no es parte del cuerpo de la mujer.
Además de esto, también se esconde a la madre que acude al abortorio (muchas veces cargada de presiones, miedos, soledades y engaños) las graves consecuencias y trastornos físicos y síquicos postaborto, suficientemente documentados, aunque poco divulgados.
La llamada educación sexual y reproductiva y las leyes promovidas en nuestro país en esta materia han sido desastrosas y han contribuido a una creciente hipersexualización social. Consecuencia de ello, tal y como revelan datos oficiales, es el incremento de agresiones y violencia sexual así como de abortos en adolescentes y jóvenes en el último año. En vez de formar a los jóvenes en el respeto a la dignidad de la persona, en el valor esencial del cuerpo y de la sexualidad humana, en el amor que se construye, se les da condones; en lugar de cuidar la maternidad y la familia, se las desprecia, y así también los valores que en ellas se trasmiten, como el sacrificio, la exigencia, la justicia, la libertad, el acatamiento de normas y límites, el amor…
Nuestro progreso efectivo requiere revertir esta situación. Cuidar a la mujer embarazada, apoyar y promover las asociaciones que las protegen y generar redes que acojan y acompañen; allí es donde el Estado debería dirigir las ayudas públicas que sin embargo destina al aborto.
Junto al necesario testimonio y toma de conciencia de cada ciudadano, el cambio pasa por exigir a las instituciones, si deseamos una nación próspera, que su mayor desvelo sea fortalecer la vida, los vínculos, la familia natural, la más potente y fructífera organización social.