En 1960 la ciudad de Huesca dormitaba su interés por la pintura acudiendo unos pocos aficionados a los escasos espacios que se destinaban a exposiciones temporales para disfrutar de los paisajes de algunos practicantes que se definían habitualmente como autodidactas. En los domicilios de algunos nuevos pudientes se añadían paulatinamente óleos y acuarelas originales a las omnipresentes reproducciones del excelente dibujante y pintor Francisco Ribera para los calendarios de explosivos Río Tinto.
Pero la ciudad contaba con un oscense que se estaba convirtiendo en uno de los puntales de la teoría y la práctica de la pintura en el panorama del arte español del siglo XX. Antonio Saura ya había triunfado en el mundo oficial del arte que se repartía entre Estados Unidos y Europa durante esas décadas. Sin embargo el interés por su conciudadano era en Huesca igual a cero, hecha excepción de algunos amigos y del crítico de arte Félix Ferrer Gimeno que, pese a su valiosa opinión, tampoco contaba con excesivo interés por parte de los lectores de Nueva España y de los primeros números de la revista Argensola.
Hubo que esperar al año 1971 para que la ciudad volviera su mirada hacia los dos hermanos Saura que sobresalían en el panorama cultural español en forma de homenaje promovido por el entonces director del fenecido Museo de Arte Contemporáneo, Ferrer Gimeno, y pudiera contemplar algunas obras de ese oscense que ya había recibido el premio Guggenheim. Pude en ese momento hacerle una entrevista para el Heraldo en la que lamentaba no haber expuesto antes en Huesca pero sobre todo no llegar a la totalidad de los interesados en la pintura como era su intención. En esos años se llamó a Antonio desde el Ayuntamiento a presidir el jurado de una de las bienales ciudad de Huesca. Fue la única en que quedó desierto el premio principal y surgieron nuevas voces poco agradables entre los practicantes de la pintura de toda la vida…
Tuvo que pasar otra década (que había visto aparecer una serie de jóvenes valores oscenses que cambiaron la manera de entender la pintura de muchos aficionados: Carrera, Torrijos, Badenes, Salcedo, Toro y otros…) para que su obra llegara de nuevo a la ciudad desde el Museo de Arte contemporáneo del Alto Aragón: Saura, grabador, en 1981. Y una exposición en la sala Ligeti de la mano de Ricardo Ramón en los últimos meses de 1987. La exposición supuso un éxito considerable del pintor en su ciudad pese a que sólo albergó pinturas sobre papel de la serie Autos de fe y abundante obra gráfica.
La imagen que recuerdo de ese día es un Antonio Saura excusando su presencia en el centro de la sala –abarrotado de poderío local– y apoyado en la pared para aliviar el cansancio de su pierna. No en cualquier pared, claro: lo hizo en la que estaba más cerca de uno de los platos de torteta del vernisage que el joven promotor cultural oscense que dirigía la sala había dispuesto. Su escaso interés por el poder de todo tipo era una de las facetas de su poliédrica personalidad.
Pese a ello una decisión política era la que lo había vinculado de un modo más estrecho a su ciudad natal a partir del año anterior. El techo del zaguán del salón de actos para el nuevo edificio de la Diputación supuso la realización de una de sus piezas más singulares. Tanto por sus dimensiones que alcanzaban los doscientos metros cuadrados, cuanto por la explosión de color de un pintor que había sido de siempre señalado por su utilización casi exclusiva del blanco y el negro. Aún se oyeron voces discordantes con el encargo, la realización y el precio por parte de los anclados en los modos de toda la vida…
La realización del techo trajo consigo una exposición en las salas de la DPH: Elegía. Vinieron después varias exposiciones, la primera en ese mismo espacio: Decenario, en 1991; la serie El criticón ocupó la sala Carderera del Ayuntamiento en 1994. En 2003 la Diputación recordó el quinto aniversario de su muerte con una serie de acciones, visitas, vídeos y la Sala Saura abierta al público desde las 12 de la mañana hasta las 21 h del día 22 de julio.
Han pasado veinte años en los que se han montado más de 70 exposiciones de Antonio Saura en París, Ginebra, Madrid, Lausana, Berna, Colonia, Barcelona, Roma, Nueva York, Ámsterdam, Palma, Cracovia, Zaragoza, Sevilla… veinte años sin pintura de Antonio en su ciudad natal. Esa que abraza a los extraños y desprecia a los suyos.