Necesitamos aprender de lo sucedido con la dana. Los reproches y acusaciones solo polarizan el mundo político, sin aportar soluciones. En catástrofes como la dana, se requieren respuestas inmediatas y efectivas.
Las reuniones y llamadas interminables hacen perder un tiempo valioso que puede marcar la diferencia entre salvar vidas o lamentar pérdidas irreparables. El ejecutivo nacional debería liderar un protocolo de actuación unificado que movilice los recursos humanos y materiales de manera eficiente, en función de la magnitud de la tragedia.
Cada minuto cuenta, y cada segundo perdido puede traducirse en vidas humanas. Este protocolo debe también garantizar asistencia económica rápida a las personas y negocios afectados, asegurando una respuesta coordinada. Es fundamental que el gobierno de turno presione a la UE para que los fondos de ayuda se activen de forma ágil, sin burocracia.
Tenemos la oportunidad de aprender de los errores del pasado y corregirlos sin que las ideologías políticas interfieran. Se trata de salvar vidas, no de intercambiar “dimes y diretes”.
Esta situación podría ser una oportunidad, como lo fue la Ley ELA, para establecer un marco de actuación constante e independiente del color político del gobierno. Debemos anticiparnos y estar preparados para futuras catástrofes: no solo para inundaciones, sino también para incendios forestales y olas de calor, para afrontar un cambio climático que causa cada vez más daños. En un escenario ideal, las cumbres climáticas deberían dar lugar a un protocolo de actuación conjunta y universal. ¿Es pedir demasiado un plan de acción común que priorice la vida humana sobre intereses políticos?